Prot. No. 446/25
CXIX Asamblea Plenaria | 10 - 14 de noviembre de 2025
«Iglesia en México: Memoria y Profecía -- Peregrinos de Esperanza
hacia el Centenario de nuestros Mártires»
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
Con profunda gratitud a Dios nos dirigimos a ustedes, Pueblo de Dios que peregrina en
esta tierra mexicana. En estos días hemos estado reunidos en nuestra CXIX Asamblea Plenaria,
y bajo la moción del Espíritu Santo, queremos compartirles nuestra palabra y nuestro sentir
como pastores que caminamos con ustedes, que escuchamos sus dolores, que compartimos sus
esperanzas y que, unidos en Cristo, buscamos ser instrumentos de consuelo y de profecía.
Han transcurrido seis meses desde que nos reunimos en abril, en aquellos días marcados
por la despedida del Papa Francisco y la celebración de sus exequias. Hoy nos reunimos en este
tiempo nuevo del ministerio del Papa León XIV, a quien el Espíritu Santo ha confiado el cuidado
del rebaño de Cristo.
Al dirigirnos a ustedes, lo hacemos con el corazón de pastores que reconocen en cada
uno de ustedes el rostro de Cristo. Sabemos que llevan en sus corazones el peso de la vida
cotidiana, con sus alegrías y desafíos, con sus luces y sombras. Queremos que sepan que
caminamos con ustedes, que somos pueblo con el pueblo, que, como pastores, somos también
ovejas del rebaño del único Pastor, Jesucristo. Reconocemos con humildad que en algunas
ocasiones no los hemos acompañado como es nuestro deber, por lo que pedimos perdón a Dios
y a ustedes.
I. BAJO EL MINISTERIO DEL PAPA LEÓN XIV: DON DE UNIDAD PARA LA IGLESIA
La elección del Papa León XIV ha sido recibida por la Iglesia universal con alegría y
esperanza renovada. Su ministerio petrino, apenas iniciado, ya nos ha ofrecido signos claros de
los caminos que el Espíritu Santo quiere que recorramos.
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En su mensaje inaugural nos recordó con palabras que resuenan en lo profundo:
«La Iglesia es comunión o no es nada. La unidad de los pastores no es un lujo espiritual ni una estrategia de
gobierno, es la forma misma del Evangelio. Cuando los obispos caminan unidos, el pueblo de Dios puede creer
que el Padre envió al Hijo para la salvación del mundo».
Estas palabras nos interpelan porque sabemos que la unidad entre nosotros no es un
dato garantizado, sino una gracia que debemos recibir y cultivar cada día con humildad y caridad
fraterna. Y queremos que ustedes sepan, hermanos y hermanas, que esta unidad entre nosotros
es para servir mejor a la unidad de todo el Pueblo de Dios.
El Santo Padre León XIV ha insistido, desde el inicio de su pontificado, en dos ejes
fundamentales que iluminan nuestro caminar: la unidad de la Iglesia y la paz en el mundo, no
son dos temas desconectados, sino dos dimensiones de un mismo misterio:
«No puede haber paz auténtica en el mundo si no hay comunión en la Iglesia. Y no puede haber verdadera
comunión eclesial si la Iglesia permanece indiferente ante los clamores de un mundo herido por la violencia y la
injusticia».
Para nosotros, Iglesia que peregrina en México, estas palabras tienen un peso particular.
Vivimos en un país que anhela la paz y que necesita testigos creíbles de reconciliación. Y
queremos que sepan, hermanos, que ese testimonio lo queremos dar juntos: pastores y pueblo,
caminando unidos en Cristo. Ustedes no nos piden que seamos perfectos, pero sí que seamos
auténticos; no nos piden que tengamos una sola sensibilidad pastoral, pero sí que en medio de
la riqueza de nuestros distintos puntos de vista conservemos nuestra comunión fundamental en
Cristo.
Bajo la inspiración del magisterio del Papa León XIV, buscamos discernir juntos el
camino que el Señor espera de nosotros en este momento de la historia de México y de la Iglesia.
Y ese camino, hermanos, está marcado por un horizonte de gracia que se despliega ante nosotros:
la ruta de los jubileos que nos llevarán del 2025 al 2031 y 2033. Este es el camino de la Esperanza
de México, un camino que queremos recorrer con ustedes, como Pueblo de Dios.
Esta Asamblea tiene objetivos concretos que guían nuestras deliberaciones: profundizar
en la implementación de la sinodalidad en nuestras Iglesias locales, reflexionar sobre la realidad
migratoria que atraviesa nuestro país para seguir acompañando pastoralmente a quienes sufren
el desplazamiento forzado, actualizar nuestras normas complementarias para una mayor eficacia
pastoral, y retomar los compromisos sobre familia y paz que asumimos en nuestra anterior
Asamblea. Estos objetivos no son temas aislados, sino dimensiones de un único llamado: ser
Iglesia sinodal, profética y cercana al pueblo que sufre.
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II. RUTA JUBILAR 2025 - 2031 – 2033: CONSTRUYENDO LA ESPERANZA DE MÉXICO
La Providencia divina nos ha regalado un itinerario de gracia extraordinario en el que
distintas celebraciones convergen en un único camino: el encuentro con Jesucristo Resucitado,
a quien la Virgen de Guadalupe nos conduce con ternura de Madre. Este es el camino para
construir la Esperanza de México, esperanza que nace de la fe, se nutre en la caridad y se proyecta
hacia un futuro de justicia, paz y reconciliación.
1. El Año 2025: Jubileo de la Esperanza
Estamos concluyendo este Año Santo convocado por el Papa Francisco que nos ha
recordado que la esperanza cristiana no es optimismo ingenuo ni evasión de la realidad, sino
virtud teologal que nos sostiene en medio de la tribulación. Como nos dice San Pablo: «La
esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones» (Rom 5,5).
¿Qué nos ha dejado este Año Jubilar? La certeza de que somos peregrinos, no habitantes
instalados; caminantes hacia la patria definitiva en el Reino de Dios, no constructores de paraísos
terrenales que inevitablemente se desmoronan. Necesitados siempre de la gracia y la misericordia
de Dios, queremos invitarlos, hermanos y hermanas, a que esta experiencia de gracia jubilar no
termine, sino que se transforme en la Esperanza de México que construiremos juntos.
Este 2025 también conmemoramos el centenario de la proclamación de la solemnidad
de Cristo Rey para la Iglesia y el mundo, proclamada en la encíclica Quas Primas del Papa Pío XI.
Durante este año, hemos preparado 38 catequesis bajo el título «Venga Tu Reino», que hemos
puesto al servicio de nuestras diócesis, parroquias y comunidades.
Estas catequesis han querido ser una preparación teológica y espiritual para comprender
qué significa proclamar a Cristo Rey en un contexto de crisis civilizatoria. Y hoy les preguntamos,
hermanos: ¿Quién reina verdaderamente en nuestras sociedades? ¿Cristo, o los ídolos del poder,
el dinero, la violencia y la mentira? ¿Quién reina en nuestro corazón? ¿Las ideologías políticas y
culturales o el Evangelio? Esta pregunta no es retórica: es una invitación a una conversión
personal y social, una invitación para que Cristo reine en nuestras vidas, en nuestras familias, en
nuestra sociedad.
2. El Año 2026: Memoria de la resistencia cristera que nos interpela
Permítannos hacer memoria de un hecho que no podemos ignorar:
Apenas unos meses después de la proclamación de la Solemnidad de Cristo Rey, en julio
de 1926, entraba en vigor la llamada “Ley Calles” en nuestro país que desató la persecución
religiosa más cruenta de nuestra historia. Es por ello que en enero de 1927, el pueblo católico,
reprimido, inició el levantamiento armado conocido como la Resistencia Cristera.
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¿Una casualidad? No, hermanos: Un acontecimiento providencial.
Cuando el Estado totalitario intentó imponer su dominio absoluto sobre las conciencias,
nuestros mártires comprendieron con claridad meridiana la centralidad de Jesucristo: morir
gritando ¡Viva Cristo Rey! era afirmar que ningún poder humano puede reclamar la soberanía
absoluta sobre la persona y la conciencia. Era decir con la vida lo que proclamaban con los labios:
Cristo es Rey, no el Estado opresor; Cristo es Rey, no el dictador en turno que se envuelve en
su soberbia.
Queremos honrar hoy la memoria de los más de 200 mil mártires que entregaron sus
vidas defendiendo su fe: Niños, jóvenes, ancianos; campesinos, obreros, profesionistas;
sacerdotes, religiosos laicos; El México heroico de los cristeros que dieron su vida por una causa
sagrada, por la libertad de creer y de vivir según su fe, todos ellos escribieron una página luminosa
en la historia de la Iglesia universal y de nuestra patria.
El centenario del 2026 no puede ser una mera conmemoración nostálgica. Debe ser un
examen de conciencia y un compromiso renovado. Nuestros mártires nos preguntan hoy:
¿Estamos dispuestos a defender nuestra fe con la misma radicalidad? ¿Hemos perdido el sentido
de lo sagrado? ¿Nos hemos acomodado a una cultura que quiere relegar la fe al ámbito privado?
3. El Año 2031: Jubileo Guadalupano -- Esperanza de reconciliación y libertad
El 2031 V Centenario del Acontecimiento Guadalupano en el Tepeyac, no es solo una
fecha para México, sino para todo el continente americano y para la Iglesia universal. Como
preparación a este gran acontecimiento, hemos iniciado la Novena Intercontinental
Guadalupana, invitando a las conferencias episcopales de todo el mundo a sumarse a este camino
de preparación espiritual.
Guadalupe es memoria de reconciliación. En el siglo XVI, cuando dos mundos tan
diferentes se encontraron en estas tierras, María se manifestó en el Tepeyac como puente entre
culturas y razas, como Madre que acoge a todos sus hijos sin distinción. Guadalupe nos enseña
que la unidad no se construye anulando las diferencias, sino reconociendo en cada rostro la
imagen de Dios. Guadalupe ha impulsado en otro momento de la historia los sentimientos de
libertad de nuestro pueblo. Hoy debe ser también un signo de fortaleza para liberarnos de la
violencia, la pobreza y la injusticia.
Para culminar este itinerario, en el 2033 celebraremos el bimilenario de la Redención
Universal, los dos mil años de la resurrección de Cristo que queremos celebrar con todo el
Pueblo de Dios en un ambiente de fraternidad y paz.
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III. REALIDADES QUE NO PODEMOS CALLAR EN EL CONTEXTO MEXICANO ACTUAL
Como pastores tenemos el deber de hablar con claridad sobre la realidad de nuestro país.
No lo hacemos desde una posición política ni partidista, sino desde la responsabilidad que se
nos ha confiado como servidores del Evangelio. No podemos ser indiferentes ante el sufrimiento
de nuestro pueblo. No podemos permanecer neutrales cuando está en juego la dignidad de las
personas. Nuestra misión de anunciar el Evangelio nos exige anunciar la verdad con amor.
En estos tiempos, observamos con preocupación cómo algunos discursos públicos
construyen una narrativa que no corresponde a la experiencia cotidiana de millones de
mexicanos.
Nos dicen que la violencia ha disminuido, pero muchas familias que han perdido seres
queridos o poblaciones enteras que viven con miedo constante experimentan otra realidad.
Nos dicen que se combate la corrupción, pero ante casos graves y escandalosos, no se
percibe la voluntad de esclarecerlos, por lo que prevalece la impunidad.
Nos dicen que la economía va bien, pero muchas familias que no pueden llenar su canasta
básica y muchos jóvenes que no encuentran oportunidades de trabajo nos hacen ver que esto no
es verdad.
Nos dicen que se respetan las libertades, pero quienes expresan opiniones críticas son
descalificados y señalados desde las más altas tribunas del poder.
Nos dicen que somos el país más democrático del mundo, pero la realidad es que hemos
visto cómo han comprometido los organismos y las instituciones que garantizaban la auténtica
participación ciudadana para concentrar el poder arbitrariamente.
Vivimos tiempos difíciles, la violencia se ha vuelto cotidiana. Ese cáncer del crimen
organizado que padecemos desde hace años ha extendido sus tentáculos a muchos rincones del
país. Ninguno de los dirigentes que gobierna este país ha logrado erradicar este mal.
En muchas regiones nuestro Nación sigue bajo el dominio de los violentos. No debemos
tener miedo de hablar de lo que todos sabemos, pero algunos prefieren callar:
Continúan los asesinatos y las desapariciones. Sigue derramándose sangre inocente en
nuestras calles, pueblos y ciudades. Familias enteras son desplazadas por el terror de la
delincuencia organizada. Vivimos la inseguridad cotidiana al transitar por los caminos y
autopistas. Las extorsiones se han vuelto sistemáticas para pequeños y medianos empresarios,
para agricultores y transportistas, incluso para las familias humildes, obligados todos a pagar
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“cuotas” a los criminales bajo amenazas de muerte. El Estado, que en muchos lugares ha cedido
el control territorial a grupos delictivos, no logra recuperarlos.
Sacerdotes, religiosas, agentes de pastoral, incluso algunos políticos que buscan cambiar
esta situación han sido amenazados y asesinados ante la impotencia ciudadana. Hemos tenido
que llorar la muerte de varios hermanos presbíteros que dieron su vida sirviendo a sus
comunidades. Sentimos el dolor por todos aquellos que buscando el bien han sido sacrificados.
Nuestros jóvenes están siendo secuestrados y llevados a los campos de corrupción o
exterminio convirtiéndose en uno de los más grandes dramas de nuestra sociedad. Todo esto
nos habla de la degradación social a la que hemos llegado y que exige una conversión profunda
de quienes han optado por el mal. Hacemos un enérgico llamado a una conversión personal y
social para alcanzar una verdadera transformación.
La migración forzada continúa. Miles de mexicanos se ven obligados a abandonar sus
tierras, no solo por buscar mejores oportunidades, sino también por huir de la violencia. Y los
que migran se encuentran con nuevas formas de violencia en el camino. Por nuestro territorio
cruzan miles de hermanos centroamericanos y de otros continentes, víctimas de extorsión,
secuestro, trata y muerte.
Y en cada una de estas realidades, la Iglesia está presente con casas del migrante,
albergues, defensa de derechos y acompañamiento pastoral. El rostro del migrante es el rostro
de Cristo crucificado hoy.
No debemos quedarnos en estadísticas frías que nos dan cuenta de todas estas realidades
de inseguridad, de pobreza e injusticia. Son rostros concretos. Son familias destrozadas. Son
madres que lloran a sus hijos. Son comunidades indefensas y empobrecidas. Nosotros como
pastores, no podemos permanecer indiferentes.
Hermanos migrantes, ustedes que sufren la violencia, las amenazas, el miedo, el
desplazamiento forzado, sepan que sus obispos están con ustedes. Escuchamos su clamor,
compartimos su angustia, acompañamos su dolor. Y queremos que el testimonio de nuestros
mártires sea fuente de esperanza: ellos vencieron porque Cristo venció, y nosotros también
venceremos si permanecemos unidos a Él.
Queremos que sepan que nuestra cercanía está siempre con las víctimas, con los pobres,
con los que sufren. Que nuestra amistad es sobre todo con el pueblo sencillo que lucha cada día
por sobrevivir con dignidad. Como nos dice el Papa León XIV en su Exhortación Apostólica
Dilexi Te: «El cuidado de los pobres forma parte de la gran Tradición de la Iglesia, como un faro de luz que,
desde el Evangelio, ha iluminado los corazones y los pasos de los cristianos de todos los tiempos» (DT 103).
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No lo hacemos con odio ni con resentimiento. Lo hacemos con la firmeza que brota del
amor. Porque amamos a este pueblo del que somos parte. Porque amamos a esta que es nuestra
nación. Y precisamente por ese amor no podemos callar ante lo que está mal. Nos dice el Papa
León XIV en su exhortación apostólica: «Siempre debe recordarse que la propuesta del Evangelio no es
sólo la de una relación individual e íntima con el Señor. La propuesta es más amplia: es el Reino de Dios (cf. Lc
4,43)... Entonces, tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a provocar consecuencias sociales.
Buscamos su Reino» (DT 97).
IV. LA FAMILIA: CORAZÓN HERIDO DE LA SOCIEDAD
Toda esta realidad preocupante comienza en la familia: una sociedad que no protege a la
familia se desprotege a sí misma. Lo que estamos viviendo es una sistemática desestructuración
familiar que genera, inevitablemente, una desestructuración social.
Los datos son alarmantes y no podemos ignorarlos: familias desintegradas, violencia
intrafamiliar y en ambientes escolares, adicciones que destruyen la vida de los jóvenes. Detrás de
las estadísticas hay rostros de personas concretas sin futuro.
Necesitamos elevar la voz profética cuando las políticas públicas atentan contra la
familia.
Las políticas públicas educativas actuales se están implementando sin un diálogo genuino
con los padres de familia y los demás agentes de la educación. Se promueve, de manera sutil y,
en ocasiones, de manera explícita, una visión antropológica ajena a la dignidad integral de la
persona humana. Se introduce en las escuelas una ideología que relativiza la complementariedad
hombre-mujer, que diluye la identidad sexual, que presenta como “progreso” lo que en realidad
es deconstrucción de la naturaleza humana. Se añade también una ideología política de
confrontación social que no conduce a nada bueno.
Y cuando los padres de familia y otros integrantes de la sociedad expresan su
preocupación, son descalificados como “conservadores”, “retrógrados” o “enemigos de los
derechos”. Se les niega el derecho fundamental a participar activamente en la educación de sus
hijos. Se les dice que el Estado sabe mejor que ellos lo que sus hijos necesitan aprender.
Hermanos, esto no es solo una cuestión educativa. Es una cuestión antropológica, ética
y, en última instancia, moral. Porque está en juego la visión misma del ser humano. ¿Qué es el
hombre? ¿Qué es la mujer? ¿Qué es la familia? ¿Qué es la sociedad? ¿Quién tiene autoridad para
definir estas realidades? ¿El Estado? ¿La ideología dominante? ¿O la verdad inscrita en la
naturaleza humana y revelada por Dios?
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Una de nuestras prioridades pastorales debe ser el acompañamiento integral de las
familias. No podemos limitarnos a preparar a las parejas para el matrimonio y luego abandonarlas
a su suerte. Necesitamos una pastoral familiar robusta, que acompañe a las familias en todas las
etapas de su vida, que las fortalezca ante las crisis, que las ilumine con la luz del Evangelio
V. PEREGRINOS DE ESPERANZA HACIA EL 2026
Hermanos y hermanas, pudiera parecer que este diagnóstico de la realidad nos lleva al
pesimismo. Pero no es así. Porque la esperanza cristiana no consiste en cerrar los ojos ante el
mal, sino en mantenerlos abiertos reconociendo que Cristo ha vencido al mal con el bien. Solo
reconociendo nuestros errores podemos corregirlos.
Concluye el Año Jubilar de la Esperanza, pero continúa nuestra peregrinación hacia
nuevas metas para transformar nuestra sociedad, como lo hicieron en su momento nuestros
mártires. Fueron fieles en medio de la persecución. No esperaron que el Estado totalitario se
volviera benévolo. Resistieron con la fuerza de su fe. No esperaron que fuera fácil seguir a Cristo.
Lo siguieron, aunque les costara la vida.
Y nosotros, hermanos, emprendamos nuestros caminos de paz y solidaridad para
cambiar nuestra realidad hacia la justicia y la fraternidad.
VI. BAJO LA MIRADA DE GUADALUPE
Hermanos y hermanas, mientras discernimos estos caminos con ustedes, lo hacemos
bajo la mirada maternal de Santa María de Guadalupe.
Guadalupe unió culturas y pueblos en torno a Cristo. Guadalupe impulsó los
sentimientos de libertad. Guadalupe sostuvo a nuestros mártires en su testimonio. Guadalupe
acompaña hoy a nuestro pueblo que sufre. Santa María de Guadalupe nos sostiene a nosotros,
pastores, en la tarea de ser voz profética y servidores de la reconciliación. Y Guadalupe los
sostiene a ustedes en medio de sus luchas cotidianas.
Que Ella, la Morenita del Tepeyac, Madre del verdadero Dios por quien se vive, nos
enseñe a ser portadores de esperanza en medio de las exigencias del tiempo presente y nos enseñe
a responder con la fuerza de la fe.
Que el Espíritu Santo, que nos ha reunido en esta Asamblea, ilumine nuestras
deliberaciones. Que nos conceda la sabiduría para discernir los caminos que Dios espera de
nosotros. Que fortalezca nuestra unidad como Colegio Episcopal y nuestra comunión con todo
el Pueblo de Dios.
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Que esta CXIX Asamblea Plenaria sea un momento de gracia para fortalecer nuestra
comunión como Iglesia, renovar nuestro compromiso profético y prepararnos para vivir el
centenario de 2026 como verdaderos discípulos de Cristo Rey.
VII. CONCLUSIÓN
Hermanas y hermanos mexicanos, ante muchas de las dolorosas realidades que hemos
mencionado, los obispos mexicanos no tenemos la solución; pero estamos dispuestos a buscarla
en diálogo con todos los que VERDADERAMENTE AMEN A MÉXICO, más allá del partido
político en el que militen, de la ideología que los inspire o del credo religioso que profesen.
Entre tanto, sigamos construyendo juntos, con Cristo Rey como única y verdadera
esperanza de México, confiados en que Santa María de Guadalupe nos conduce hacia un futuro
de justicia, paz y reconciliación.
¡Viva Cristo Rey!
¡Santa María de Guadalupe!
LOS OBISPOS DE MÉXICO
Cuautitlán Izcalli, Estado de México, 13 de noviembre de 2025
+ Héctor M. Pérez Villarreal
Obispo Auxiliar de México
Secretario General
+ Ramón Castro Castro
Obispo de Cuernavaca
Presidente
