San Juan de Ulúa: 200 años de olvido… y un fin de semana de festejos
Por Miguel Angel Cristiani G.
Hay lugares que, por sí mismos, deberían bastar para
recordarle a un país quién es y de dónde viene. Y sin embargo, México —tan dado
a las ceremonias, pero tan renuente al mantenimiento— parece necesitar que
llegue la mismísima presidenta de la República para voltear a ver aunque sea un
ratito a San Juan de Ulúa, ese monumento vivo de nuestra historia que, pese a
su grandeza, se cae a pedazos entre humedad, salitre y desdén institucional.
Que Claudia Sheinbaum encabece en el Puerto de Veracruz los
festejos por los 200 años de la consolidación de la Independencia de México en
el mar, este domingo, es sin duda, una buena noticia. No todos los días la jefa
del Estado recuerda que este país no solo se forjó en batallas terrestres, sino
también sobre cubierta, cañón y marea. Y reconocer la capitulación de la Corona
Española en el fuerte de San Juan de Ulúa —aquel episodio que marcó la salida
definitiva del poder colonial— es históricamente justo. Pero también invita a
preguntarnos si este homenaje, tan vistoso como efímero, servirá para algo más
que para la foto conmemorativa.
Porque San Juan de Ulúa no es solo un escenario de
celebraciones. Fue prisión, cuartel, sede de los Poderes Federales, fortaleza
de resistencia, símbolo de la arquitectura militar novohispana y testigo de
episodios que los libros de historia apenas alcanzan a resumir. En cuántos
países —más cuidadosos, más responsables con su legado— no darían lo que fuera
por tener una joya así. Y aquí, en México, presidentes van y vienen, pero la
fortaleza sigue igual: agrietada, vulnerable, convertida en atractivo turístico
a medio dejar y en responsabilidad institucional a medio asumir.
Mientras tanto, este fin de semana, la Secretaría de Marina
desplegará toda una agenda de actividades: exposiciones, conciertos, regatas,
carreras, espectáculos aéreos, eventos culturales y el esperado regreso del
Buque Escuela Cuauhtémoc, ese Caballero de los Mares que, pese a ser orgullo
nacional, tuvo que esperar un accidente en Estados Unidos para que se recordara
que existe. El programa es amplio, colorido, técnicamente impecable. Pero la
pregunta no sobra: ¿y después del domingo?
El Capitán de Navío Rafael Tiburcio Domingo explicó con
claridad la importancia del 23 de noviembre. Tiene razón: fue en 1825 cuando el
Capitán de Fragata Pedro Sainz de Baranda ordenó el bloqueo naval para
desalojar al último reducto español. Fue entonces —y no en 1821— cuando la
independencia quedó realmente consolidada. Esa historia merece ser contada,
celebrada y enseñada. Pero también resguardada. No basta con recordar que hubo
grandeza: hay que preservarla.
Las actividades iniciaron hoy en el World Trade Center de
Boca del Río con una exposición sobre la Marina. Mañana habrá regatas y un
concierto; el sábado, carreras y música sinfónica; y el domingo, la llegada del
Cuauhtémoc y la presencia de la presidenta para develar una placa, recorrer el
fuerte y asistir al sorteo de la Lotería Nacional. Todo muy solemne, muy
institucional, muy acorde a la fecha.
Pero el verdadero homenaje que San Juan de Ulúa necesita no
está en el protocolo, sino en la inversión. No en el discurso, sino en la
restauración. No en el aplauso de ocasión, sino en un proyecto integral de
rescate histórico, arquitectónico, turístico y cívico.
Porque no se celebra bien un pasado glorioso cuando se deja
morir el espacio físico que lo contiene.
San Juan de Ulúa ha sido escenario de las luces y sombras de
la nación. Lo mínimo que merece es un país que lo trate con la dignidad que la
historia le otorgó. Ojalá que la visita presidencial no sea un acto de
nostalgia, sino el inicio de una responsabilidad largamente pospuesta.
Mientras tanto, celebramos. Y está bien. Pero celebramos
sobre ruinas que merecen mucho más que un fin de semana de fiesta.
