Por Miguel Ángel Cristiani G.
Si algo debería preocuparnos en Veracruz es la
ligereza con la que se juega con sectores estratégicos. Y entre ellos, el
turismo encabeza la lista. No es un lujo ni un capricho: es una industria que
genera empleo, identidad y desarrollo regional. Por eso sorprende —o quizá ya
no tanto— que el proyecto turístico del estado llegue a 2026 sin brújula, sin
presupuesto operativo y con un secretario que, más que timonel, parece pasajero
involuntario de un barco que otros conducen.
Está muy claro que la secretaria de Cultura ya le
ganó el mandado y el presupuesto, pues es la que en este primer año de gobierno
se encargó de ¿organizar? Todas las ferias, conciertos y eventos turísticos.
Comencemos por lo evidente. Con los nuevos recortes
presupuestales, la Secretaría de Turismo de Veracruz apenas contará con
recursos para cubrir nómina y renta de oficinas. Nada de inversión, nada de
promoción, nada de estrategia. En términos llanos: una dependencia destinada a
sobrevivir, no a operar. Y pretender impulsar el turismo sin presupuesto es
como querer encender un faro sin electricidad: pura ilusión.
A ello se suma el episodio público de hace unos
días, cuando la gobernadora Rocío Nahle llamó la atención al secretario Igor
Rojí López en un evento oficial, instruyéndole —con un tono que varios
calificaron de autoritario— a no firmar documento alguno “sin su autorización”.
Más allá del estilo y las formas, lo relevante es lo que revela: un funcionario
limitado, subordinado, sin autonomía para dirigir la dependencia que encabeza.
Un secretario que no puede firmar es, en términos administrativos, un
secretario que no puede decidir.
Conviene recordar que Igor Rojí no llegó por
accidente a la vida pública. Como alcalde de Orizaba fue uno de los casos
exitosos de gestión municipal más citados en el país: administración ordenada,
impulso turístico y una ciudad que logró reposicionarse en el imaginario
nacional. Por ello sorprende verlo ahora en un papel secundario, sin margen de
maniobra ni herramientas para replicar lo que en su momento logró con eficacia.
Pero la crítica no debe centrarse en una persona
sino en la estructura que lo rodea. El verdadero problema es que Veracruz se
está quedando sin política turística. Un estado con costas, festivales,
patrimonio histórico, gastronomía reconocida y un mosaico cultural
extraordinario no puede darse el lujo de improvisar en un sector que, bien
manejado, podría convertirse en motor económico.
El recorte presupuestal no es un dato aislado: es
una señal. Y una muy seria. Significa que el turismo ha dejado de ser
prioridad. Implica que la promoción estatal quedará supeditada a la voluntad
política de quienes sí tienen cartera abierta para proyectarse, mientras la
dependencia formal carecerá de los recursos mínimos para cumplir su función. Y
eso genera un vacío que, inevitablemente, lo llenará la inercia.
El futuro inmediato de la Secretaría de Turismo
exige claridad. O se le dota de autonomía, presupuesto y dirección, o se reconocerá
abiertamente que ha sido reducida a un papel decorativo. Lo que resulta
inaceptable es mantener una estructura debilitada que, en lugar de impulsar al
estado, simplemente funcione como acompañante silencioso de decisiones ajenas.
El turismo no se gobierna con discursos ni con
fotografías. Se gobierna con presupuesto, planeación, autonomía y visión.
Veracruz merece una política turística al nivel de su enorme potencial. Y ese
potencial no puede depender de funcionarios sin margen de acción ni de oficinas
sin recursos para operar.
La pregunta de fondo es sencilla: ¿queremos un
turismo que genere desarrollo o una Secretaría que sólo firme oficios cuando le
permitan hacerlo?
La respuesta no debería tardar. El tiempo —y la
economía del estado— no espera.
