Por: Alejandro Bustos
Sinapsis
Hay
temas que uno retoma de vez en cuando, no porque pretenda dárselas de
especialista, sino porque lo entusiasman. Y, como ya he mencionado en entregas
anteriores, la economía de mercado y la visión que propone la Escuela Austriaca
son de esos asuntos que regresan una y otra vez a mi cabeza. No los domino al
nivel de un académico, pero sí que disfruto explorarlos y analizarlos una que
otra vez, sobre todo cuando la realidad moderna insiste en demostrar que tienen
razón.
Porque
mientras los políticos siguen aferrados al intervencionismo más rácano, el
mercado sigue operando bajo una regla muy simple: funciona mejor cuando no lo
estorban.
Empecemos
por el principio. En la lógica del día a día, las decisiones que tomamos
al comprar, producir o invertir son infinitamente más precisas que cualquier
plan sexenal diseñado en un bunker de “expertos”. Hayek lo explicó
claramente en El uso del conocimiento en la sociedad: “ningún gobierno
puede acceder a la información dispersa que millones de personas generan al
interactuar”.
Y,
sin embargo, seguimos viendo intentos de “corregir” la economía desde
escritorios ocupados por personajes que nunca han vendido un producto,
arriesgado capital propio o sentido lo que implica pagar una nómina al final
del mes por sí mismos.
Por
otra parte, von Mises lo dijo sin paliativos en La acción humana:
“intervenir precios, manipular la moneda o fijar reglas artificiales no
soluciona problemas; los crea”. Y quizá es por eso por lo que a los políticos
populistas les incomoda tanto.
Ahora,
también debemos ser honestos: la libertad económica no ofrece bálsamos mágicos,
no promete estabilidad a punta de decretos, ni presume que un burócrata sabrá
lo que tú necesitas mejor que tú mismo. Solo plantea lo evidente: el mercado es
imperfecto, sí; pero un gobierno con ansias de manipularlo es mucho peor.
Minarquismo:
el Estado al mínimo
Hablar
de un Estado mínimo suele provocar urticaria en los sospechosos habituales.
Pero el minarquismo, que va de la mano con la libertad económica, no propone
caos, de hecho, propone límites. Un gobierno que sí intervenga, pero que
garantice seguridad, justicia, que impida los monopolios, ofrezca
infraestructura básica… y punto. Nada de tutelar la vida de los ciudadanos,
nada de decidir qué productos deben tener “precio justo”, nada de meter mano
donde nadie pidió ayuda. En pocas palabras, destroza la idea tan arraigada en
el mexicano de encomendarse al “papá gobierno”.
Como
yo digo: Una sola persona con sentido común debería ser capaz de darse cuenta
que los individuos prosperan más cuando el Estado deja de cargar con funciones
que nunca debió asumir. Y que, a su vez, al repartir dádivas, genera una
inflación descontrolada. Ya lo dijo en su día Ronald Reagan: “la
inflación es el precio de los gastos del gobierno que pensabas que eran
gratis”, pero eso será tema para otra entrega.
La
economía de mercado no es una fe, es una herramienta que ha demostrado ser más
eficiente cuando el gobierno adopta el papel que realmente debe tener: pequeño,
limitado y funcional. Ese es el espíritu del minarquismo. Y, como también lo he
dicho antes, no hace falta ser experto para reconocerlo; basta con observar.
Cuando
el Estado se retira, el mercado respira. Y cuando el mercado respira, la
sociedad avanza.
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