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miércoles, 26 de noviembre de 2025

Morena conmemoró el 25N del 25 a su manera…


Zoociedad Anónima

Por: Ramón Alberto Reyes Viveros

El 25 de noviembre, Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, debería ser una fecha de memoria, reflexión y Estado responsable. Pero en México, bajo el gobierno de Morena, se convirtió en otra cosa: en una puesta en escena donde la violencia política se ejerció desde el poder, donde se revictimizó a mujeres, donde se celebró la ignorancia, donde se normalizó el asesinato y donde se atacó públicamente a una alcaldesa que acaba de perder a su esposo por la criminalidad que este gobierno no combate, sino que aplaude.

Este año, el 25N no reveló al gobierno.

Reveló al país.

Y reveló algo más doloroso: que una parte de los mexicanos prefiere ser clientela antes que ciudadanía.

 

Porque solo un país que renunció a exigir dignidad puede tolerar lo que vimos hoy.

 

En la víspera de este día, la secretaria de Gobernación, Rosa Icela Rodríguez, decidió criminalizar la protesta campesina, olvidar que entre esos manifestantes hay mujeres que siembran, cargan, sostienen y alimentan, y repetir el viejo guion del poder que señala al pobre que trabaja y no depende de las limosnas del gobierno como una amenaza. Y hoy, cuando la Presidenta la desmintió y utilizó el clásico “se malinterpretó lo que dijo”, la misma Rosa Icela se dejó corregir, borrar y humillar. Otra víctima del máximo nivel, la segunda más importante en el país; otra violentada por las que violentan, al no dejarla gobernar desde Chiapas: otra que fue cómplice. Una mujer que usa el poder para violentar a otras no representa avance alguno. Representa retroceso. ¿De qué sirve que llegaron todas, si reconocen que hubo quien les abrió la puerta, pero se quedó adentro? Solo le faltó salir en la foto de la mañanera, pero si le preguntan algún día, dirá que él la tomó.

 

Este mismo 25N, el Senado se iluminó con focos color naranja, aunque más temprano palideció de dignidad cuando la senadora de Morena Simey Olvera decidió que la mejor manera de honrar la memoria de las mujeres asesinadas, perseguidas, desaparecidas y silenciadas… era impulsar que el país izara la bandera a media asta para conmemorar la muerte de Pancho Villa. La ignorancia puede ser ofensiva, pero solo se vuelve peligrosa cuando legisla. Bastaba con hacer una búsqueda de las bondades de Villa para no volverlo un símbolo de este día tan importante; es más, para ni siquiera mencionarlo.

 

Y ni tarda ni perezosa, su avezada compañera de bancada, la senadora Margarita Valdez, en la misma sesión lanzó su espada en prenda para defender la gran y atinada iniciativa de Simey y pronunció una frase que solo puede describirse como escalofriante:

 

“Esa cultura, de quitarle la vida a los políticos que no nos agradan o nos incomodan, está heredada desde hace muchas décadas.”

 

Lo dijo en tribuna.

Lo dijo el 25N.

Lo dijo mientras la alcaldesa de Uruapan, Grecia Quiroz, exige que se investigue el asesinato de su esposo, el padre de sus hijos, su compañero de vida, ejecutado por un sicario en lo que parece ser un asesinato con motivación política.

Lo dijo en un país donde matan funcionarias y funcionarios.

Lo dijo frente a mujeres que temen salir y otras que se disponían a marchar esta tarde.

Lo dijo como quien comenta el clima o una receta de cocina.

 

Y por si algo faltaba, Gerardo Fernández Noroña, senador de Morena y expresidente de la Mesa Directiva del Senado, decidió usar esta fecha para atacar públicamente a una autoridad, a una presidenta municipal, a una madre, a una viuda que aún exige justicia. La acusó de ambición, de fascista, de irresponsable; la ridiculizó, la minimizó, todo por defender a Godoy, a Morón y a los miembros de su narcopartido. Pero esta vez algo cambió. Al convocar a conferencia de prensa, pasadas las 3 de la tarde, los reporteros —sí, los mismos que durante años le brindaron un espacio como opositor y que, apenas enfundado en presidente de la Mesa, los invitaba voluntariamente a fuerza a escucharlo— decidieron no asistir. Lo dejaron solo. En silencio. Sin micrófono. Sin legitimidad. Ese instante dijo más que todas las palabras de Noroña juntas —que todo lo que ha dicho en su vida, diría yo.

 

Y mientras todo esto ocurría, la Presidenta ha guardado silencio. No me cabe duda de que mañana defenderá de nuevo a su partido y permitirá que otros hablen en su nombre. La mujer que un día marchó, protestó y denunció la represión, hoy gobierna rodeada de quienes reproducen la violencia que ella antes combatía. La científica cedió ante el cálculo; la que ofrendó su tesis a los pulmones de las mujeres más pobres adicionándole el método científico a una estufa de leña —sí, de eso trató su tesis, por si no lo sabían. La valiente manifestante ante el poder. La mujer ante el aparato, que terminó engulléndola.

 

Pero lo más grave no está en Palacio Nacional, en sus murallas ahora reforzadas con cemento.

Está afuera.

Está en quienes votaron por esto.

En quienes se acostumbraron a entregar su voto a cambio de dinero, tarjetas, becas, promesas o rencores.

En quienes prefieren obediencia a dignidad.

En quienes justifican al agresor si da beneficios.

En quienes no quieren democracia, sino un proveedor de lo mínimo en efectivo, aunque cambien lo máximo en dignidad.

 

Porque este es el punto más incómodo:

 

Morena gobierna así porque hay quienes prefieren ser clientela antes que ciudadanos; hay quienes, como se lo dijo Adrián LeBarón a Denise Maerker, “prefieren ser votantes que valientes”.

 

El país que hace siete años se batía en duelo por defender los derechos de las mujeres y empoderar a las feministas, que coreaba “el violador eres tú” por las calles como himno de resistencia, hoy permite que se humille a las mujeres en el 25N, que normaliza asesinatos políticos, que aplaude al violentador y calla a la víctima, que ridiculiza a la alcaldesa que exige justicia, que se burla del duelo y premia al agresor… no puede fingir sorpresa.

 

México no cambiará mientras una parte de los mexicanos no quiera cambiar.

 

La violencia política contra las mujeres no se sostuvo sola.

La sostuvo su voto.

La sostuvo su indiferencia.

La sostuvo su miedo.

La sostuvo su beneficio.

La sostuvo el conformismo y el engaño de que las encuestas mantienen un amplio margen a favor del movimiento de patanes, ladrones, mafiosos y mentirosos —en masculino, en femenino y en los que gusten y manden para no discriminar.

 

Y sin embargo, algo se movió hoy, lo cual celebro y agradezco.

Los periodistas dejando solo a Noroña.

Las jóvenes marchando sin permiso del poder entre las mismas rejas que marcharon el 15 de noviembre.

Las mujeres libres gritando lo que antes callaban.

Las voces que ya no aceptan la narrativa oficial: los campesinos, los transportistas, la Generación Z, la oposición, los del sombrero, los que ya se dieron cuenta después de siete años de que vamos en sentido opuesto.

 

Tal vez ahí comience el país que merecemos.

No el que votó por verdugos.

No el que se arrodilló por un programa social.

No el que justificó al poder a cambio de migajas.

 

Sino por todas las compas marchando en Reforma, por todas las morras peleando en Sonora, por las comandantas luchando por Chiapas, por todas las madres buscando en Tijuana, por todas las que un día creyeron en la transformación que se volvió desilusión, por todas y todos, los que están y los que ya no están, porque México es más grande que sus problemas, siempre lo ha sido, porque México si se escribe con M, con M de Mujer.