Zoociedad Anónima
Por: Ramón Alberto Reyes Viveros
El 25 de noviembre, Día Internacional para
la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, debería ser una fecha de memoria,
reflexión y Estado responsable. Pero en México, bajo el gobierno de Morena, se
convirtió en otra cosa: en una puesta en escena donde la violencia política se
ejerció desde el poder, donde se revictimizó a mujeres, donde se celebró la
ignorancia, donde se normalizó el asesinato y donde se atacó públicamente a una
alcaldesa que acaba de perder a su esposo por la criminalidad que este gobierno
no combate, sino que aplaude.
Este año, el 25N no reveló al gobierno.
Reveló al país.
Y reveló algo más doloroso: que una parte
de los mexicanos prefiere ser clientela antes que ciudadanía.
Porque solo un país que renunció a exigir
dignidad puede tolerar lo que vimos hoy.
En la víspera de este día, la secretaria de
Gobernación, Rosa Icela Rodríguez, decidió criminalizar la protesta campesina,
olvidar que entre esos manifestantes hay mujeres que siembran, cargan,
sostienen y alimentan, y repetir el viejo guion del poder que señala al pobre
que trabaja y no depende de las limosnas del gobierno como una amenaza. Y hoy,
cuando la Presidenta la desmintió y utilizó el clásico “se malinterpretó lo que
dijo”, la misma Rosa Icela se dejó corregir, borrar y humillar. Otra víctima
del máximo nivel, la segunda más importante en el país; otra violentada por las
que violentan, al no dejarla gobernar desde Chiapas: otra que fue cómplice. Una
mujer que usa el poder para violentar a otras no representa avance alguno.
Representa retroceso. ¿De qué sirve que llegaron todas, si reconocen que hubo
quien les abrió la puerta, pero se quedó adentro? Solo le faltó salir en la
foto de la mañanera, pero si le preguntan algún día, dirá que él la tomó.
Este mismo 25N, el Senado se iluminó con
focos color naranja, aunque más temprano palideció de dignidad cuando la
senadora de Morena Simey Olvera decidió que la mejor manera de honrar la
memoria de las mujeres asesinadas, perseguidas, desaparecidas y silenciadas…
era impulsar que el país izara la bandera a media asta para conmemorar la
muerte de Pancho Villa. La ignorancia puede ser ofensiva, pero solo se vuelve
peligrosa cuando legisla. Bastaba con hacer una búsqueda de las bondades de
Villa para no volverlo un símbolo de este día tan importante; es más, para ni
siquiera mencionarlo.
Y ni tarda ni perezosa, su avezada
compañera de bancada, la senadora Margarita Valdez, en la misma sesión lanzó su
espada en prenda para defender la gran y atinada iniciativa de Simey y
pronunció una frase que solo puede describirse como escalofriante:
“Esa cultura, de quitarle la vida a los
políticos que no nos agradan o nos incomodan, está heredada desde hace muchas
décadas.”
Lo dijo en tribuna.
Lo dijo el 25N.
Lo dijo mientras la alcaldesa de Uruapan,
Grecia Quiroz, exige que se investigue el asesinato de su esposo, el padre de
sus hijos, su compañero de vida, ejecutado por un sicario en lo que parece ser
un asesinato con motivación política.
Lo dijo en un país donde matan funcionarias
y funcionarios.
Lo dijo frente a mujeres que temen salir y
otras que se disponían a marchar esta tarde.
Lo dijo como quien comenta el clima o una
receta de cocina.
Y por si algo faltaba, Gerardo Fernández
Noroña, senador de Morena y expresidente de la Mesa Directiva del Senado,
decidió usar esta fecha para atacar públicamente a una autoridad, a una
presidenta municipal, a una madre, a una viuda que aún exige justicia. La acusó
de ambición, de fascista, de irresponsable; la ridiculizó, la minimizó, todo
por defender a Godoy, a Morón y a los miembros de su narcopartido. Pero esta
vez algo cambió. Al convocar a conferencia de prensa, pasadas las 3 de la
tarde, los reporteros —sí, los mismos que durante años le brindaron un espacio
como opositor y que, apenas enfundado en presidente de la Mesa, los invitaba
voluntariamente a fuerza a escucharlo— decidieron no asistir. Lo dejaron solo.
En silencio. Sin micrófono. Sin legitimidad. Ese instante dijo más que todas
las palabras de Noroña juntas —que todo lo que ha dicho en su vida, diría yo.
Y mientras todo esto ocurría, la Presidenta
ha guardado silencio. No me cabe duda de que mañana defenderá de nuevo a su
partido y permitirá que otros hablen en su nombre. La mujer que un día marchó,
protestó y denunció la represión, hoy gobierna rodeada de quienes reproducen la
violencia que ella antes combatía. La científica cedió ante el cálculo; la que
ofrendó su tesis a los pulmones de las mujeres más pobres adicionándole el
método científico a una estufa de leña —sí, de eso trató su tesis, por si no lo
sabían. La valiente manifestante ante el poder. La mujer ante el aparato, que
terminó engulléndola.
Pero lo más grave no está en Palacio
Nacional, en sus murallas ahora reforzadas con cemento.
Está afuera.
Está en quienes votaron por esto.
En quienes se acostumbraron a entregar su
voto a cambio de dinero, tarjetas, becas, promesas o rencores.
En quienes prefieren obediencia a dignidad.
En quienes justifican al agresor si da
beneficios.
En quienes no quieren democracia, sino un
proveedor de lo mínimo en efectivo, aunque cambien lo máximo en dignidad.
Porque este es el punto más incómodo:
Morena gobierna así porque hay quienes
prefieren ser clientela antes que ciudadanos; hay quienes, como se lo dijo
Adrián LeBarón a Denise Maerker, “prefieren ser votantes que valientes”.
El país que hace siete años se batía en
duelo por defender los derechos de las mujeres y empoderar a las feministas,
que coreaba “el violador eres tú” por las calles como himno de resistencia, hoy
permite que se humille a las mujeres en el 25N, que normaliza asesinatos
políticos, que aplaude al violentador y calla a la víctima, que ridiculiza a la
alcaldesa que exige justicia, que se burla del duelo y premia al agresor… no
puede fingir sorpresa.
México no cambiará mientras una parte de
los mexicanos no quiera cambiar.
La violencia política contra las mujeres no
se sostuvo sola.
La sostuvo su voto.
La sostuvo su indiferencia.
La sostuvo su miedo.
La sostuvo su beneficio.
La sostuvo el conformismo y el engaño de
que las encuestas mantienen un amplio margen a favor del movimiento de patanes,
ladrones, mafiosos y mentirosos —en masculino, en femenino y en los que gusten
y manden para no discriminar.
Y sin embargo, algo se movió hoy, lo cual
celebro y agradezco.
Los periodistas dejando solo a Noroña.
Las jóvenes marchando sin permiso del poder
entre las mismas rejas que marcharon el 15 de noviembre.
Las mujeres libres gritando lo que antes
callaban.
Las voces que ya no aceptan la narrativa
oficial: los campesinos, los transportistas, la Generación Z, la oposición, los
del sombrero, los que ya se dieron cuenta después de siete años de que vamos en
sentido opuesto.
Tal vez ahí comience el país que merecemos.
No el que votó por verdugos.
No el que se arrodilló por un programa
social.
No el que justificó al poder a cambio de
migajas.
Sino por todas las compas marchando en
Reforma, por todas las morras peleando en Sonora, por las comandantas luchando
por Chiapas, por todas las madres buscando en Tijuana, por todas las que un día
creyeron en la transformación que se volvió desilusión, por todas y todos, los
que están y los que ya no están, porque México es más grande que sus problemas,
siempre lo ha sido, porque México si se escribe con M, con M de Mujer.
