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martes, 18 de noviembre de 2025

La larga sombra de Duarte

Por Miguel Ángel Cristiani G.

Hay noticias que no sorprenden, pero aun así indignan. Y la inminente posibilidad de que Javier Duarte de Ochoa recupere su libertad esta semana es una de esas postales de la impunidad nacional que, como un mal déjà vu, regresan para recordarnos que en Veracruz el pasado nunca termina de irse… porque nunca ha pagado la cuenta completa.

¿Salir libre? Sí, libre. Aunque más de 60 mil millones de pesos desviados mediante empresas fantasma durante su administración siguen brillando por su ausencia. Aunque el saqueo documentado hace casi una década dejó boquetes presupuestales, hospitales en ruinas, escuelas abandonadas y una estela de cinismo que todavía atraviesa la vida pública del estado. Y aunque, según las investigaciones periodísticas, su red de prestanombres incluía desde jóvenes sin ingresos hasta una señora de la tercera edad con cataratas que figuraba como “accionista” de millones que jamás vio ni firmó.

En mayo de 2016, “Animal Político” destapó una de las tramas de corrupción más meticulosas y burdas al mismo tiempo: 905 millones de pesos desviados a través de 38 empresas fantasma, ligadas por el hilo invisible de la miseria: personas humildes usadas como escudos legales, como si el poder político hubiera decidido burlarse del país entero. Ese trabajo periodístico —uno de los más importantes de la década— derivó en una sentencia de nueve años por lavado de dinero y asociación delictuosa. Apenas la punta del iceberg.

Porque lo que nunca se terminó de dimensionar fue el tamaño real del hueco que dejó su administración. Ese boquete, hoy sabemos, era mucho mayor. Monumental. Y no sólo en pesos: en instituciones, en confianza pública, en la moral colectiva.

Lo más alarmante es que el método no murió con Duarte. La fórmula de las empresas fantasma —esa alquimia mexicana donde la pobreza se convierte en firmas, las firmas en contratos y los contratos en dinero público desaparecido— volvió a aparecer durante el gobierno de Morena en Veracruz, según documentó la misma fuente. El mecanismo es siempre el mismo. Lo que cambia es el color del partido. Y eso debería preocuparnos más que cualquier apellido.

Pero hoy, mientras Duarte se prepara para salir por la puerta grande de la ley pequeña, conviene recordar que la justicia mexicana es tan generosa como selectiva. La ley castiga, sí, pero sólo hasta donde conviene. El resto queda archivado entre tecnicismos, criterios jurídicos y esa indulgencia que parece reservada para quienes conocen bien el funcionamiento interno del poder.

¿Quién responde por lo que falta?
¿Quién por quienes fueron usados como prestanombres?
¿Quién por los veracruzanos que siguen pagando un saqueo que oficialmente ya está “saldado”?

La salida de Duarte no es sólo un episodio judicial: es un espejo. Y el reflejo que devuelve no es amable. Nos recuerda que el sistema no cambia porque se llene la boca con discursos contra la corrupción. Cambia cuando se cierran los caminos que permiten que un funcionario robe y luego, años después, salga caminando como si nada, mientras las víctimas siguen esperando explicaciones… y los miles de millones siguen perdidos en algún rincón donde la ley ya no alcanza.

La verdadera pregunta no es si Duarte saldrá libre. La verdadera pregunta es: ¿quién será el próximo en entrar por esa puerta giratoria?