Hoy hace 39 años que el pueblo veracruzano sufrió la ausencia terrenal de Rafael Murillo Vidal, a quien ha considerado uno de sus sus grandes gobernantes, por haber transitado por la vida política con el manifiesto deseo de servir con transparencia y desinterés a sus semejantes.
Para mí, que tuve el honor de ser su Secretario General de Gobierno, durante todo su sexenio, es motivo de una especial ocasión el seguir recordando con gratitud sus magistrales enseñanzas sobre la forma sencilla, responsable, humilde, desinteresada y honesta, de ejercer el poder político, sin afanes de riqueza, pensando sólo en trabajar lealmente en beneficio de sus gobernados.
Cuando se inauguró su monumento, realizado por la escultora Edith Berlín, en 2006, en la Av. que lleva su nombre en la Ciudad de Xalapa, tuve la oportunidad de rendirle un sentido homenaje, refiriéndome al significado de su obra pública para los veracruzanos, en estos tiempos en que la actividad política, se ha visto mermada en su prestigio, al grado de ser percibida por las nuevas generaciones en forma negativa, conduciéndolas a dejar de creer en la sinceridad de los políticos como servidores públicos.
Tal situación se ha venido presentando por los vicios, engaños y mentiras que la han enfermado, mostrando a numerosos gobernantes de nuestro país, ausentes e indiferentes a los principios y valores en su práctica.
A estas patologías han contribuido también los partidos políticos, que parecen estar preocupados solamente en las luchas por el poder y han perdido la dimensión ética de su razón de ser.
De ahí, que los jóvenes deban conocer el ejemplo de los grandes hombres que han transitado por el servicio público, como el gobernador Rafael Murillo Vidal, para acudir al rescate de la actividad política, a fin de restituirle el contenido ético, que hacen de ella una de las actividades de servicio más nobles y desinteresadas, cuando se practica con sus grandes principios y valores.