Por Miguel Angel Cristiani G.
A unos días de que concluyan las administraciones
de los 212 municipios del estado de Veracruz, la impresión que prevalece es de
una contundente anomia: los presidentes municipales parecen ausentes, como si
se hubieran entregado ya a la inercia del “y ahora, a empacar maletas”. En este
escenario destaca el municipio de Xalapa —y su alcalde Alberto Islas Reyes—
como rara excepción que aún “trabaja”, y lo hace proclamando una gestión llena
de obras y compromisos cumplidos.
Más allá de la capital, el silencio de los demás 212
municipios responden, en buena medida, a una lógica política que cala profundo:
Se aproxima el cierre de administración y con ello
la tendencia a detener la maquinaria de gobierno —aun sin cumplir lo
programado— para no quedar “amarrados” con compromisos para la siguiente
gestión.
Existe un desencanto que se traduce en abandono
institucional: cuando falta supervisión, comunicación, rendición de cuentas, el
alcalde o alcaldesa se transforma en señal visible del desgaste de
representación.
Y aquí lo más grave: la ciudadanía pierde
interlocutor y vigía, mientras que el presupuesto sigue circulando sin
control visible.
De este modo, Xalapa aparece como la excepción que
“aguantó”, mientras los otros municipios optaron por el mutismo administrativo.
Pero el mérito de “estar presente” no es suficiente: la obligación sigue siendo
transparentar lo hecho, justificar los costos y abrir espacio al
escrutinio público.
Reflexión final: la cercanía política no es mérito,
es requisito.
El acto de gobernar —y lo digo desde la experiencia
de décadas observando y criticando la escena política veracruzana— no consiste
únicamente en acumular placas de inauguración. Fotos y videos en las benditas
redes sociales. Gobernar exige presencia cotidiana, rendición de cuentas
clara, planificación de largo plazo y sensibilidad ante los rezagos.
Cuando los demás municipios optan por el silencio y
por dejar de “ganar puntos” rumbo al fin de la gestión, la capital se levanta
como un oasis de obra, sí, pero también como un ejemplo muy modesto de lo que
debería ser la normalidad. ¿Por qué, preguntemos, la excepción en lugar del
estándar? ¿Por qué la mayoría opta por la salida silenciosa en lugar de la
entrega visible?
El ciudadano, a final de cuentas, demanda esto: que
el gobierno municipal no solo esté, sino que se note, que cumpla y que
informe. Y esa exigencia es aún más válida en un estado como Veracruz, que
necesita ver más que promesas, necesita ver instituciones que funcionen sin
importar el ciclo electoral.
Así lo dejo: la obra visible es buena, pero la
institución que no descansa, que rinde cuentas y que no se esconde… esa es la
obra verdadera.
