Por Miguel Ángel Cristiani
A simple vista, el malecón del puerto de Veracruz luce
mejor que nunca. Las nuevas estructuras de los puestos de artesanías,
impecablemente ordenadas y coloridas, proyectan una imagen turística renovada
que alegra la vista del visitante. El paseo luce digno, presentable, hasta
presumible. Sin embargo, detrás del brillo de las obras, hay una pregunta que
sigue flotando en el aire salino del Golfo: ¿para quién se está modernizando el
puerto de Veracruz?
Porque mientras los turistas se toman la foto frente al
mar en el malecón y los veracruzanos aplauden los cambios estéticos, la
realidad es que, después de miles de millones de pesos invertidos en la llamada
“modernización portuaria”, no se ha construido el muelle para cruceros
turísticos que, desde hace años, se promete una y otra vez. La promesa se
repite con cada administración, como si fuera una plegaria de temporada: “ahora
sí van a llegar los cruceros”. Pero la realidad, testaruda como el
oleaje, se impone: los cruceros siguen sin llegar.
Y eso sí que tiene consecuencias. Porque el arribo de
cruceros no solo implica turismo: representa empleo, derrama económica, impulso
al comercio local, al transporte, a la gastronomía, a la artesanía. En otras
palabras, desarrollo para la gente. En cambio, las multimillonarias obras de
infraestructura que se ejecutan en los muelles parecen beneficiar más a
intereses corporativos o logísticos que a la población que vive del día a día
en el puerto.
¿De qué sirve un puerto de “primer mundo” si los
veracruzanos siguen viviendo con los problemas del tercero?
La modernización no puede medirse únicamente en concreto, acero o inversiones
cuantiosas, sino en bienestar tangible. Lo moderno no debería ser solo lo
visible, sino lo útil.
Veracruz, con más de cinco siglos de historia portuaria,
ha sido testigo de transformaciones que marcaron al país. Durante el
Porfiriato, por ejemplo, no solo se construyó el recinto portuario, sino
también la estación de ferrocarriles y los edificios emblemáticos que aún
rodean el malecón. Obras que respondían a una visión integral del desarrollo,
donde infraestructura y funcionalidad caminaban de la mano. Hoy, en cambio,
parece que la prioridad es la foto del corte de listón, no el beneficio
colectivo.
El contraste es claro: por un lado, los modernos muros del
puerto resguardan millones; por el otro, los artesanos, comerciantes y
prestadores de servicios esperan, con paciencia resignada, el día en que llegue
el primer crucero y con él la posibilidad de mejorar su economía.
Tal vez habría que preguntarse —como ciudadanos, no solo
como espectadores— si el progreso que se presume es realmente progreso para
todos, o si el puerto solo se moderniza para unos cuantos.
Porque la belleza del malecón recién remodelado no debe distraernos del hecho
de que el desarrollo sin inclusión es apenas un espejismo decorado.
Veracruz merece más que promesas repetidas. Merece
políticas con visión, obras con propósito y autoridades que miren más allá del
concreto. Después de todo, como bien dicen los viejos marineros del puerto, no
basta con reparar el barco: hay que saber hacia dónde navegar.
