Sin tacto - Sucesión UV (44)
Por Sergio González Levet
En su afán de no entregar el puesto y el manejo de los recursos financieros de la UV, a unos meses de que terminara su mandato legal el entonces rector Martín Aguilar escuchó el canto de las sirenas de sus asesores más tramposos, que le susurraron al oído de su ambición que podría adjudicarse una prórroga y seguir otros cuatro años disfrutando las mieles del poder.
De esa primera acción marrullera han derivado todas las demás que ha venido haciendo para mantenerse, a pesar de que todo el mundo está en contra de su permanencia en el cargo que no honró en el tiempo que tuvo para dirigir los destinos de la casa de estudios, que fueron de caída en picada.
Y digo todo el mundo: exrectores, académicos, investigadores, exmiembros de la Junta de Gobierno, egresados…y sobre todos estudiantes en número de miles; las muchachas y muchachos que son la razón de ser la de Universidad.
Pero la ambición es mala consejera y Martín (Martinillo para quienes definen su baja estatura moral) se jugó el todo por el todo y dilapidó la que debiera haber sido su ética profesional, malbarató el escaso prestigio que había logrado mantener como Rector, desvió recursos para tratar de sustentar sus mentiras y acabó con la honestidad que debiera tener como funcionario universitario.
De un mal Rector, se convirtió en una autoridad falsa, inmoral y amenazante.
Pero los sátrapas terminan por caer en las redes malignas que fabrican sus malas acciones. Y la peor de ellas es el temor; un temor que se proyecta en violencia, en ilegalidad, en falsedad.
Martín tomó por asalto la Rectoría acompañado de sus 40 secuaces, cerró las puertas y se atrincheró en sus propias oficinas. Desde entonces, no permite que entre la lógica, no deja que nadie le hable con razones de peso, desdeña los llamados a la honorabilidad. Él piensa que está en un búnker, pero en realidad le ha labrado prisión su fantasía absurda de seguir mandando cuando no se lo merece, cuando no cumplió las expectativas, cuando tanto daño le hizo a la Universidad que debió haber hecho más grande.
Los grupos que intentan acercarse a dialogar con la autoridad, que con buenas razones quieren hacer entrar en razón a los golpistas, chocan con los accesos cerrados por personal de seguridad o por los cómplices martinianos; se topan con la intolerancia.
Enroscado en su penal de seguridad, Martín no escucha a sus antecesores, a personajes de gran prestigio, a estudiosos y a analistas. Pero en particular no quiere saber nada de las demandas de los estudiantes, que llegaron en multitud a pedirle que dialogara con ellos y que se hiciera cargo de lo que le solicitan para que la Universidad sea lo que ellos quieren y necesitan.
Martín terminó por cerrar para la comunidad universitaria todas las entradas de la Rectoría… pero lo peor es que tiene tapiadas las orejas.
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