Pbro. Gerardo Sánchez Amador
Con la vida del “Obispo de los Pobres” sucede casi lo mismo que con la fe o el evangelio: es más lo que ignoramos que lo que sabemos de ellos y cada vez que volvemos a asomarnos dentro o cuando creemos saber lo suficiente de ellos, siempre encontramos algo novedoso que no habíamos descubierto. Ésta y otras muchas vidas de seres humanos extraordinarios nos causan la sensación de ser una eterna “tierra virgen” cuando nos da por explorarlas.
Algo así pasa cuando consideramos un elemento que jamás se apartó, desde antes de ser obispo, del ministerio sacerdotal de San Rafael: la adversidad.
Adversidad significa obstáculo o problema difícil de resolver; es lo desfavorable cuando causa carencias que hacen sufrir. Y una situación adversa se agrava si no depende sólo de mi voluntad, si supera mi capacidad de dar solución, si es más fuerte que yo.
Pero tiene una ventaja: me obliga a sacar lo mejor que llevo dentro y me hace ver quién soy yo y de qué estoy hecho en realidad. Y si eso mejor que tengo no sólo es potencial humano, sino ayuda, presencia, respaldo e inspiración que vienen de Dios, lo adverso me hace crecer y al salir de situaciones así, soy mucho mejor que antes: la comodidad adormece y la adversidad despierta.
Todos los santos se hicieron en medio de adversidades que les mostraron que no es su potencial humano, sino la gracia de Dios la que transforma nuestro mundo en su Reino. La adversidad en la vida de San Rafael se le manifestó de muchos modos: en la envidia y la calumnia, en el desastre natural y la carencia económica, en la persecución y la necesidad de ocultarse o huir y, finalmente, en la enfermedad que lleva a la muerte en una edad aún productiva.
¿Qué tiene que suceder para que nosotros nos sacudamos la indiferencia religiosa, el desinterés por la vida sacramental de un matrimonio y una familia, la mediocridad en y con la que criamos a los hijos en nuestra casa, la carencia del deseo de superarse y ser mejor ciudadano cristiano? ¿Qué tiene que sacudirnos para salir de la comodidad de una “religión” a la medida de mis gustos que no me exige ni me compromete? ¿Qué tiene que pasar para que empecemos a tomar a Dios y a la Iglesia más en serio?
San Rafael encarna las palabras puestas en un verso de un poeta alemán: “Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay hombres que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero están los que luchan toda la vida: ésos son los imprescindibles” (Bertolt Brecht, “Elogio de los luchadores”). Así era San Rafael: de los que mantienen su compromiso, nunca se dan por vencidos… y son bien felices en Dios
