* Talleres
artísticos y leyendas conviven en este espacio, que sobrevive a la “modernidad”
Xalapa,
Ver.- Un pasillo flanqueado por un mural multicolor da la bienvenida al Patio
Muñoz, fundado en 1898. “Vecindario Artesanal”, según la placa incrustada en
una de sus paredes. Adentro, el ajetreo de la vida cotidiana se mezcla con
leyendas, historias de aparecidos y talleres de laudería, herrería o papel
maché que se imparten en este espacio, que data del siglo XIX.
Sus
techos altos y faroles acompañan a quien entra, a través de un recorrido corto
hasta el patio central, donde se alza un enorme tanque de agua que abastece a
decenas de lavaderos que lo rodean. La estructura, de color verde, contrasta
con el carmín de las tejas que le techan.
Quienes
viven aquí no descuidan sus actividades cotidianas. Las señoras cocinan, lavan,
limpian sus viviendas. Otras personas se preparan para salir a trabajar. El
patio se divide en dos secciones: De un lado, las casas que habitan 14
familias; del otro, cuartos habilitados como taller –algunos ampliados con
tapancos– donde se imparte cursos de diseño, redacción y figuras de papel
maché…
Un
mosquitero que hace las veces de cortina guarda el espacio donde Gerardo
Lunagómez lee el periódico (arquitecto de la palabra) sobre un restirador. No
es muy alto, y de su rostro nostálgico sobresale un bigote tupido de canas, blanco,
como su cabello alborotado. Maestro de diseño editorial, guarda en su memoria un
sinfín de historias por contar. Recuerda su niñez, precisamente entre
periódicos.
Aficionado
a las sirenas, muestra orgulloso la colección que cuelga de las paredes o está
sobre unas repisas improvisadas con trozos de madera y cajas de cartón: Dibujos,
pinturas, piezas de cerámica y hasta “la sirena” impresa sobre una carta de Lotería.
“Yo
no las busco, me las regalan o aparecen frente a mí”. Un gran calendario de 2013
reposa junto a un reloj, cuyas manecillas se detuvieron un día cualquiera, a
las diez en punto. Permanecer ahí es como quedarse detenido en el tiempo,
mientras las anécdotas que comparte vuelan por el aire, se mezclan con las de su
ex vecino, Alejandro Hernández, un abogado que emigró a otra entidad, pero esta
mañana regresó a su patio.
El
visitante cuenta que desde que rehabilitaron este espacio, en 1988, surgieron
los primeros talleres. Emocionado, rememora su infancia: “Los 24 y 31 de
diciembre se rentaba un servicio de luz y sonido por 24 horas. Era una
verdadera fiesta, los niños corrían alrededor de los lavaderos, la gente
bailaba, comía o simplemente convivía con el resto de los vecinos.
“En
los tendederos se colgaba pascle y se adornaba con globos y figuras de papel de
china. Después de las doce de la noche dejaban a los niños reventar los
globos”, narra, con una sonrisa en el rostro. También recuerda los altares de
muertos que ponían en el patio central, cada noviembre.
A
Alejandro Hernández las historias no le faltan. Su abuelita le contaba que en
ocasiones, por la noche, se podía escuchar que un caballo entraba y alguien lo
amarraba, como debió suceder cuando el Patio Muñoz era cuartel militar. Su
familia es una de las primeras que habitaron el lugar: “Mi bisabuela nació
acá”, presume orgulloso.
Junto
a los lavaderos, que aún funcionan, está una calavera de papel maché. Gladis
Mondragón la hizo en el taller que imparte cada lunes, miércoles y sábado.
Habita en este espacio hace 35 años, por eso conoce historias como “La dama de
rojo”, quien, asegura, la ha visitado en su cocina, a plena luz del día.
También
afirma que se aparecía “El charro sin cabeza”, “La Llorona” y otros seres
extraños que jugaban con los niños desde las sombras de la noche. En su casa es
constante la presencia de un hombre que llega a sentarse. Algunas veces lo ve, en
otras, sólo escucha la silla. No tiene miedo. Aprendió a vivir así.
Dos
perros negros juegan, corren. Hacia el mediodía, los olores que salen de las
cocinas empiezan a inundar el patio. Un joven sale para cortar un poco de
romero de una de las muchas macetas que adornan su casa. Entra. Su mamá deshoja
unas ramas de albahaca, pronto comerán.
El
sol quema. Un ave baja hasta la orilla de una maceta para tomar un poco de agua.
Vuela sobre las flores, la yerbabuena, la ruda, se posa sobre la guía de un
chayote y se va. Deja atrás el Patio Muñoz, que en la calle Pino Suárez siempre
tiene las puertas abiertas para quien quiera pasar, mirar…