*Ubica
un área verde, conforma un grupo mínimo de diez personas, solicita el apoyo del
DIF, siembra y cambia tu vida
“Es
que mis plantas, mire este yerberío, ya no podían esperar”, dice, contemplando
un momento la tierra que tanto le da, que sin preguntas la recibe y alimenta, y
que nació del esfuerzo de los vecinos de las calles aledañas a un terreno baldío
marcado como área verde entre Cedro, Monte Sinaí, Calle 22 y Monte Elba, en la
colonia Las Higueras, y que hoy ofrece alimentación y apoya la economía de más
de 15 familias.
El más grande
Doña
Valeria Sánchez está contenta, apenas un saludo rápido a sus vecinos y ya está
en las tablas de cultivo. “Usted es la mera mera”, le dicen; ella sonríe, y
sigue apurada en su faena.
“Es
que yo llego temprano, pero ahora estoy cuidando un niño que quedó huérfano,
tengo mi milpa, mis cultivos, mis frijolitos, calabaza, elotitos. Ya sembraba,
pero el lugar quedaba lejos. Siempre he sembrado para comer”.
Cuenta
que la idea fue de don Mario Hernández, quien organizó y logró juntar a casi 70
vecinos; la familia comenzó primero; luego, se fue integrando la comuna vecinal:
desyerbaron, retiraron toneladas de piedra, prepararon la tierra y comenzaron a
colocar las tablas para las camas de cultivo.
Doña
Vale es leyenda: tiene la porción más
grande de terreno porque la escogió con un banco de piedra en medio, las más de
las veces sola y con sus propias manos, la retiró y dejó lista para sembrar su
milpa en un espacio de poco más de 25 metros cuadrados.
“Aquí
era un pedregal, y yo solita, con pico, no le quisieron entrar y me puse a
sacar toda la piedra, lo fui arreglando, poquito tardé porque me apuré, y ya,
mire estos elotes, están bien buenos para un chileatole”. Doña Vale es la mera mera.
La
ingeniera Guadalupe Cruz Vázquez, a quien designaron el proyecto en 2014,
cuenta que solo cuando tuvieron el área limpia, e iniciadas las camas de
cultivo, “solicitaron el apoyo del Sistema Municipal para el Desarrollo
Integral de la Familia (DIF) para su huerto, pero ya tenían mucho trabajo
avanzado”.
Las
tablas miden 12 metros de largo por 80 centímetros o un metro de ancho y se puede
caminar entre maíz, cacahuate, acelgas, quelites, verdolagas, coles, frijol
ejotero, zanahorias, apios, camotes, espinaca criolla, rábanos, lechugas,
cilantro, pepino, calabacita, ajo, cebollitas, chile, chayote, nopal, albahaca,
romero, tomillo, epazote, durazno, papatla, manzanilla, yerbabuena, y múltiples
flores.
Es
el más grande y numeroso de todos los huertos que impulsa y asesora el DIF, y
donde se construye comunidad día a día. No hay horarios, la gente va en las
mañanas o por las tardes, cualquier tiempo libre que tengan lo ocupan para
estar en las plantas, trabajando, o a veces, simplemente por el gusto de estar,
de platicar, de compartir.
“Si
viene toda la familia, en media hora puede quedar sembrada una cama. Éste es el
huerto comunitario más grande que tenemos, y todo es para autoconsumo. Además,
hay armonía: todos respetan sus huertas, comparten”.
Huerto demostrativo, en comunidad
Guadalupe
Cruz aclara que si bien el de Las Higueras no es un huerto comunitario
estrictamente, ya que no se toma decisiones colectivamente sino que cada quien
cosecha lo que siembra, “recibe el nombre de huerto demostrativo, pero aun así,
lo es: aquí se construye comunidad todos los días”.
Junto
con doña Vale, don Mario es quien
tiene la mayor variedad de cultivos, aunque en menor cantidad, debido a que no
cuenta con tierra estrictamente.
No
está, se fue al corte de mango, pero Lourdes Aguilar muestra su espacio: un
banco de piedra que se extiende por poco más de seis metros, donde hay una
diversísima variedad de plantas medicinales, orquídeas, yerbas de olor,
nopales, arbustos de distintos chiles, y en medio, rodeada de flores de todos
los colores, una Virgen de Guadalupe.
A
don Mario “le gustan los quelites morados, tiene sus chayotes, por acá se
extiende su planta de tomates verdes, le gusta hacer salsas, tiene pápalo, la
hoja de papatla para los tamalitos, el chayote, zacate limón, sus berros”,
señala doña Lourdes.
“Somos
como 10 los que venimos a diario, le dedicamos poco, 20 minutos en la mañana,
un rato en la tarde, a la hora que podamos; otros vienen cada tercer día”,
cuenta Lourdes mientras muestra orgullosa su cacahuate, que pronto floreará, y
voltea hacia la milpa, imponente, en la parte más frondosa del terreno, la
milpa de Valeria Sánchez.
Doña Vale
“Primero
mi nuera murió, apenas estábamos saliendo de eso y mi hermano entra al
hospital, apenas ayer lo fuimos a dejar al panteón. Y pues descuidé aquí, todos
los días venía a rociar, a limpiar, me gusta, me gusta mucho estar aquí”,
platica doña Vale, quien no deja de
trabajar en sus plantas, salvo de vez en vez, para mirar cuánto lleva de
avance.
A
sus 72 años es pilar familiar, su esposo es diabético, ya casi no ve, y el
huerto representa su principal fuente de alimento.
“¡Es
que me gusta!”, señala, y suelta una discreta carcajada. “Luego me dicen, ‘tú
ya no puedes’, ¡puedo y más!, pero mire, me lo descuidé. Además, me sirve, acá
uno no anda pensando cosas, acá uno está bien”.
El
huerto, la vida, tienen sus ciclos: abren otras flores, nuevos frutos brotan,
la mazorca vuelve a crecer y el frijol da nuevas vainas. “Yo seguiré viniendo,
hoy queda limpio todo, desyerbado. Voy a sembrar, a quitar, y a volver a
sembrar. Las cosas pasan, pero el huerto no hay que descuidarlo”.
Doña
Vale continúa limpiando, ya trae la
semilla de frijol que sembrará una vez que concluya el desyerbe; se adentra a
la milpa y sale con dos elotes grandes de obsequio. Su nuera tenía cama de
cultivo, en la que a veces trabajaba, hoy, las espinacas criollas se desbordan,
y del papayo cuelgan sus frutos que pronto estarán listos para cortar.
El
gallo canta, trinan las aves, un perro ladra, es un lunes cualquiera en el
Huerto Comunitario de Las Higueras.