Por Miguel Ángel Cristiani G.
¿Hasta cuándo los viajes oficiales al extranjero
dejarán de ser paseos disfrazados de promoción turística? La pregunta no es
nueva, pero cada año, con la puntualidad del calendario presupuestal, vuelve a
plantearse cuando alguna comitiva de funcionarios estatales arma maletas para
“representar a Veracruz ante el mundo”. Esta vez, el escenario fue el World
Travel Market 2025 en Londres, donde –según los boletines oficiales de la
Secretaría de Turismo y la de Cultura– se presentó al estado como un “destino
lleno de vida, historia y tradiciones”. Bonitas palabras, sí. Pero como suele
suceder, detrás del discurso colorido y la jarana sonriente, se esconde la
opacidad de siempre.
Porque antes de presumir que Veracruz “conquistó a
los británicos” con su música y su gastronomía, lo que debería transparentarse
–y con urgencia– es cuánto costó la gira, quiénes fueron los invitados,
cuántos contratos o convenios se firmaron realmente, y cuáles son los
beneficios tangibles que dejará esa costosa excursión para los veracruzanos de
a pie. Pero claro, eso no aparece en los comunicados. En ellos sólo hay frases
huecas, fotos de funcionarios sonrientes y promesas de que “ahora sí” llegarán
miles de turistas extranjeros encantados por el fandango jarocho.
Ya lo hemos escuchado demasiadas veces. Desde los
años ochenta, cuando los gobiernos estatales comenzaron a participar en ferias
internacionales de turismo, el guion se repite como una letanía burocrática: se
invierte dinero público para mandar una delegación, se toma la foto, se
reparten folletos, se promete que “se lograron importantes contactos” y, al
volver, todo queda en el archivo muerto. Mientras tanto, los verdaderos
atractivos de Veracruz –su patrimonio histórico, sus playas, sus pueblos
mágicos, su gente hospitalaria– siguen padeciendo infraestructura
deficiente, inseguridad, falta de promoción efectiva y abandono institucional.
La realidad es que el turismo no se atrae con
discursos ni con coreografías en ferias de Londres. Se gana con carreteras
transitables, con servicios públicos confiables, con limpieza, seguridad y
profesionalización. Eso no se logra con viáticos, sino con gestión. Pero parece
más fácil y más rentable –políticamente hablando– organizar un viaje oficial
con tintes folclóricos que encarar los problemas estructurales que siguen
lastrando al sector.
Veracruz, con toda su riqueza natural y cultural,
apenas recibe una fracción del turismo que atraen estados como Quintana Roo,
Oaxaca o Jalisco. Y no porque le falte encanto, sino porque le sobra
improvisación y le falta estrategia. Según cifras del Inegi, la entidad
apenas supera el 2% del total nacional de visitantes internacionales. Es decir,
casi nada. Entonces, ¿de qué sirve tanto viaje, tanto discurso, tanto video
promocional grabado entre sones y tambores?
Lo que indigna no es la promoción –que es necesaria
y legítima–, sino el modo en que se hace: sin planeación, sin resultados
medibles y, sobre todo, sin rendición de cuentas. En un estado donde la pobreza
alcanza a más de la mitad de la población, donde hospitales carecen de
medicinas y escuelas siguen en ruinas, resulta ofensivo que los recursos
públicos se dilapiden en viajes cuya rentabilidad turística es, por decirlo con
suavidad, dudosa.
El turismo puede ser un motor de desarrollo, sí,
pero sólo si se gestiona con seriedad, con políticas sostenibles, con
transparencia y participación social. No basta con “mostrar nuestra cultura”,
como presumen los boletines. Hay que invertir en preservarla, en difundirla con
inteligencia, en fortalecer a los prestadores de servicios locales, en
profesionalizar a los guías, en diversificar los destinos más allá del puerto y
de los carnavales.
De nada sirve que un puñado de funcionarios baile
“La Bamba” en Londres si, al regresar, el turista que llega a Veracruz encuentra
calles oscuras, playas sucias o carreteras destrozadas. El turismo no se
improvisa ni se decreta desde un stand decorado con palmeras de cartón. Se
construye con visión, con trabajo, con honestidad y con amor verdadero por la
tierra.
Así que, antes de empacar de nuevo para la
siguiente feria internacional, valdría la pena que los funcionarios hicieran
una escala previa en casa: en las comunidades que viven del turismo local, en
los mercados, en los malecones olvidados. Ahí está el verdadero rostro de
Veracruz. Y ahí es donde deberían invertir su tiempo, su energía y, sobre todo,
nuestro dinero.
Porque el turismo no necesita más paseos oficiales.
Necesita gobiernos que dejen de jugar al turista.
