Por Miguel Ángel Cristiani
Ahora que anduvimos por
la Ciudad de México, para dar el grito de Independencia en el zócalo
capitalino, caminando por la avenida Juárez pasamos por un famoso hotel frente
a la Alameda Central en donde se puede apreciar una copia del célebre mural de
Diego Rivera Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, que es una obra fabulosa que narra los
tiempos de la historia en nuestro país con sus personajes más famosos.
El mural Sueño de una
tarde dominical en la Alameda Central, pintado por Diego Rivera en 1947,
continúa siendo una de las representaciones visuales más completas y audaces de
la historia de México. La obra, que abarca más de cuatro siglos —desde la
conquista hasta la Revolución—, se encuentra actualmente expuesta en el Museo
Mural Diego Rivera, luego de haber sido trasladada tras el sismo de 1985 que
dañó el Hotel del Prado, su ubicación original.
Encargada originalmente
por el arquitecto Carlos Obregón Santacilia para adornar el comedor de dicho
hotel capitalino, la pieza fue concebida por Rivera como un paseo histórico por
la Alameda Central, parque público que ha sido testigo de múltiples episodios
decisivos para el devenir nacional. En la obra convergen personajes reales,
figuras simbólicas y momentos cruciales del pasado mexicano, organizados en una
composición que invita a la reflexión y al reconocimiento de las tensiones
sociales, políticas y culturales que han marcado al país.
En el centro del mural,
destaca la figura de La Catrina, creación de José Guadalupe Posada, quien la
imaginó como una crítica a la vanidad de la clase alta porfirista. Rivera la
representa tomada de la mano por una versión infantil de sí mismo, mientras a
su lado se encuentra Frida Kahlo, quien lo abraza afectuosamente y porta un
símbolo del yin-yang, aludiendo al equilibrio entre opuestos, quizá como
metáfora de la convivencia de la vida y la muerte, del amor y la lucha.
El mural está poblado por
más de 100 personajes históricos. Figuras como Benito Juárez, Sor Juana Inés de
la Cruz, Emiliano Zapata y Hernán Cortés aparecen entre el tumulto, cada uno
encarnando una época y una lucha distintas. Lejos de presentar una narrativa
lineal o una lectura oficial de la historia, Rivera despliega una visión
crítica, plural y por momentos mordaz de la formación de la nación mexicana.
Más allá del virtuosismo
técnico y la magnitud física —la obra mide 15 metros de largo por 4 de alto—,
el mural se ha convertido en un punto de referencia obligado para comprender el
pensamiento del propio Rivera, quien no solo documenta la historia sino que la
interpreta, la juzga y la reescribe desde una óptica ideológica y estética
profundamente comprometida.
El terremoto de 1985
obligó al desmantelamiento del Hotel del Prado. Ante el riesgo de pérdida, el
Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL) organizó el rescate y
traslado del mural, operación compleja que culminó con la construcción de un
nuevo recinto, diseñado ex profeso: el Museo Mural Diego Rivera, ubicado frente
a la Alameda Central, en la esquina de Balderas y Colón. Desde su reapertura,
el museo recibe a miles de visitantes al año, tanto nacionales como
extranjeros.
Especialistas en arte y
patrimonio han destacado la vigencia de la obra no solo por su valor estético,
sino por su capacidad de interpelar al espectador contemporáneo. En entrevista,
la historiadora del arte Cecilia Santillán explicó que “el mural de Rivera
sintetiza, con aguda ironía, la lucha de clases, el mestizaje, el patriarcado,
el racismo y la memoria colectiva. No es un mural complaciente; obliga a vernos
en el espejo incómodo de nuestra historia”.
Por su parte, visitantes
del museo coinciden en que la obra es una experiencia transformadora. “Uno
entiende por qué Rivera es considerado un cronista plástico. No se limita a
pintar: denuncia, revive, emociona”, dijo Ana González, estudiante de historia
de visita en el recinto.
A casi ocho décadas de su
creación, Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central mantiene
intacta su potencia narrativa y simbólica. Diego Rivera, al igual que Posada,
entendió que el arte mural es mucho más que decoración: es testimonio, crítica
y, sobre todo, memoria pública. En tiempos de amnesia institucional y discursos
oficiales homogenizantes, esta obra sigue siendo un acto de resistencia visual
frente al olvido.