Ruan Ángel Badillo Lagos
En el mundo y en México existe la ideología de superioridad. El racismo está basado en prejuicios y ha persistido a lo largo de los siglos, lo cual dificulta su erradicación. Aunque los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad, dotados de inteligencia y voluntad, la discriminación sigue presente. La Constitución Política, en su artículo primero, establece que “queda prohibida toda discriminación motivada por origen étnico nacional (…) o cualquier otra que atente contra la dignidad de las personas”. A ello se suma la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Sin embargo, pese a convenciones y leyes, el racismo y la ideología de superioridad hacen mella en la sociedad.
Las leyes tienen valor, pero no son suficientes. Se requiere un cambio de mentalidad para garantizar equidad y justicia, con el fin de hacer efectivos los principios plasmados en ellas. En México aún se escucha la expresión “trabaja como negro para vivir como blanco”. Esto normaliza los prejuicios. El problema es que en la sociedad prevalecen manifestaciones de discriminación racial y sexual. Todas las doctrinas de superioridad racial resultan científicamente falsas, moralmente condenables e injustas en lo social. Por el simple hecho de ser humanos, la dignidad corresponde a todos.
Incluso dentro de un mismo grupo pueden darse formas de racismo social. Por ejemplo, grandes sectores empobrecidos son tratados sin ninguna consideración, olvidan su dignidad y sus derechos. Son explotados y mantenidos en condiciones de inferioridad económica y social. No hay diferencia entre quienes desprecian a otros por raza o por condición social. Las clases privilegiadas deben tener cuidado, pues los excluidos, los marginados y quienes carecieron de oportunidades suelen albergar en su corazón rencor y resentimiento. En algunas ocasiones, esa herida los conduce a decisiones dañinas, como enlistarse en el narcotráfico o en prácticas ilícitas, lo cual genera violencia.
Es necesario aplicar con eficiencia los principios de justicia social, con la finalidad de evitar e incluso impedir una guerra entre las clases sociales. Lamentablemente, las ideologías suelen tener por trasfondo la confrontación de clases, la destrucción de los valores, los usos y las costumbres, así también de la propia historia desde sus orígenes. En términos difusos, la aparición de las nuevas ideologías ha provocado desmanes y desorden en la sociedad. Por ello, resulta importante volver a la fuente de los principios humanos, morales y cristianos. La ideología de superioridad tiene raíces de siglos atrás.
En las ciencias sociales, una ideología es un conjunto de emociones, ideas y creencias colectivas compatibles entre sí y relacionadas con la conducta humana. Sin embargo, no siempre representan la verdad absoluta, pues son percepciones influidas por corrientes de poder que persiguen fines concretos, como debilitar instituciones, entre ellas la familia, la iglesia, la sociedad, un país o incluso el mundo. Esta ideología se enraizó siglos atrás entre grupos acaudalados, en cuyos ámbitos de vida era común la presencia de esclavos a su servicio; esto dio lugar a un racismo cruel y despiadado. Todo ser humano posee dignidad y debe ser tratado en consecuencia.