Por Miguel Ángel Cristiani
En México tenemos la costumbre de inaugurar obras inconclusas y aplaudir
promesas como si fueran resultados. La Refinería Olmeca, mejor conocida como
Dos Bocas, es el ejemplo más reciente y más costoso de ese viejo vicio
político. Desde su inauguración en julio de 2022, se nos ha vendido como el
buque insignia de la autosuficiencia energética, pero los hechos se empeñan en
desmentir el discurso: sobrecostos estratosféricos, retrasos interminables,
producción muy por debajo de la prometida y, ahora, la paradoja de una
refinería “estratégica” fuera de operación por un simple corte de energía
eléctrica.
La planta, ubicada en Paraíso, Tabasco, debía ser la joya de la corona de la
política energética de la llamada Cuarta Transformación. Se presentó como el
proyecto que nos liberaría de la dependencia de combustibles importados, sobre
todo de Estados Unidos. Pero a dos años de haber sido inaugurada, su desempeño
dista mucho de la autosuficiencia prometida: en julio procesó 156 mil barriles
diarios, menos de la mitad de su capacidad diseñada (340 mil). Y de esa cifra,
solo 57 mil barriles se convirtieron en gasolina y 76 mil en diésel. En otras
palabras, su producción real sigue siendo marginal frente a la demanda nacional
de combustibles.
El contraste entre el discurso y la realidad no es menor. El presidente
López Obrador prometió que Dos Bocas costaría 8 mil millones de dólares; el
Instituto Mexicano de Ingenieros Químicos estima que la cifra real ya rebasa
los 21 mil millones. Es decir, un incremento del 162 %. En cualquier país
serio, semejante desfase presupuestal sería motivo de escándalo,
investigaciones y sanciones. Aquí, en cambio, se normaliza y hasta se celebra
como “inversión estratégica”.
Las cifras oficiales de Pemex confirman los tropiezos: en junio la refinería
alcanzó un pico de 191 mil barriles diarios; en julio la producción cayó 9.5 %.
La gasolina refinada bajó 27 % en ese mismo periodo. Y aunque el diésel mostró
un alza del 18 %, el balance general sigue estando muy lejos de justificar la
inversión faraónica.
No es la primera vez que un megaproyecto energético se hunde en sus propias
contradicciones. Baste recordar los elefantes blancos de Pemex en décadas
pasadas: plantas petroquímicas subutilizadas, gasoductos ociosos, refinerías
que nunca llegaron a su capacidad prometida. Dos Bocas no rompe con esa
tradición; más bien, la perpetúa con un costo mayor y un disfraz
propagandístico de “soberanía energética”.
El problema no es solo técnico ni financiero, sino estructural. La política
energética mexicana sigue atrapada en un modelo del siglo pasado: apostar por
refinar más petróleo en lugar de transitar hacia energías limpias y
diversificadas. El mundo avanza hacia la descarbonización; México se aferra al
crudo. Así, Dos Bocas no solo es un proyecto caro e ineficiente, también es una
apuesta contraria a las tendencias globales.
Ahora bien, el contexto político tampoco es menor. En vísperas del arranque
del nuevo gobierno de Claudia Sheinbaum, se anuncia la creación de un fondo de
inversión de 250 mil millones de pesos para financiar proyectos estratégicos y
aliviar la deuda de Pemex, la petrolera más endeudada del mundo. Además, se
proyectan 105 mil millones de pesos adicionales para el mantenimiento y
operación de refinerías. La apuesta, de nuevo, es sostener a costa del erario
una empresa que no logra levantar cabeza.
El gobierno asegura que, en 2025, Dos Bocas alcanzará su capacidad máxima de
340 mil barriles diarios. ¿Será? Los antecedentes invitan al escepticismo. En
mayo, la planta produjo apenas 43 mil barriles diarios de gasolina, una cuarta
parte de lo que supuestamente debería generar. ¿Cómo confiar en que el próximo
año, por arte de magia, logrará multiplicar su producción por ocho?
Más allá de las cifras, lo que Dos Bocas simboliza es la persistencia de una
visión política que confunde soberanía con terquedad. No se trata de negar la
importancia de la seguridad energética, pero sí de reconocer que no se alcanza
con elefantes blancos ni con obras inauguradas al vapor para presumir en giras
presidenciales. La soberanía energética requiere planeación, diversificación,
transición hacia renovables y, sobre todo, transparencia en el uso de los
recursos públicos.
Dos Bocas debería ser, más que motivo de aplauso, una llamada de atención.
Una refinería que costó más del doble de lo presupuestado, que opera a medias,
que se apaga por un corte eléctrico y que produce menos de lo esperado, no
puede presentarse como triunfo nacional. Es, en todo caso, un recordatorio de
que la política energética mexicana sigue atada a inercias, intereses y
discursos que no resisten el contraste con la realidad.
El reto de la próxima administración será decidir si continúa alimentando
este espejismo con más dinero público, o si, de una vez por todas, se reconoce
que la soberanía no se construye con proyectos faraónicos sino con políticas
sensatas, honestas y sustentables. Mientras tanto, Dos Bocas seguirá siendo lo
que hasta hoy: una refinería que refina poco, cuesta demasiado y simboliza
mucho de lo que México necesita superar