Sin tacto - Sucesión UV (43)
Por Sergio González Levet
El 17 de octubre de 2025, Viernes de Resurrección de la UV, las muchachas y los muchachos (que no dejarán desiertos ni las calles ni los campus) salieron a manifestar sus descontentos en contra de una autoridad que cada día desconocen más, y a la que un número enorme y creciente de estudiantes llama espuria, ilegal, ausente.
La Universidad Veracruzana pertenece a sus alumnos, no a un grupúsculo que cree que porque se apoderó de las oficinas de la Rectoría es dueño de los destinos de la máxima casa de estudios.
Los jóvenes son la razón de ser de la UV; son sus clientes y proveedores; su espíritu y su lis.
Y ellos se plantaron en las avenidas ese glorioso Viernes de Resurrección de la UV. Salieron en Xalapa, en Veracruz-Puerto, en Coatzacoalcos, en Orizaba y Córdoba, en el mismo Poza Rica. Fueron en número que se trata de reducir a unos 3 mil según los temores de Martín y sus 40 secuaces, y que llegó a casi 9 mil en la realidad del descontento estudiantil que gritaba a pleno pulmón: Fuera Martín, Fuera Martín, ¡Fuera Martííín!
A los que somos de otras generaciones nos impresionó la cantidad de manifestantes, nos sorprendió su organización, su calma madura en medio de la algarabía juvenil. Fueron en la calle alumnos perfectos que marcharon pacíficamente, ordenados. Por eso su reclamo honesto y el gran peso de su razón, de su exigencia de justicia.
Iban de negro para mostrar su luto ante una compañera que murió, reconocida oficialmente, y ante la ingrata probabilidad de que haya más vidas perdidas por la negligencia de una autoridad universitaria que solamente se preocupa por mantener el poder y mal usar el presupuesto.
Iban de negro por el prestigio de la Universidad Veracruzana que ha matado la camarilla que se apoderó a la mala de la Rectoría; iban por la solicitud ineludible de que se vayan los ilegales, los incapaces, los marrulleros.
El pobre Martín Aguilar, encerrado y escondido atrás de sus esbirros y de las puertas del edificio principal, no alcanzó a salir a dialogar con los que deberían ser sus alumnos predilectos. Como siempre, mandó a otros a que dieran la cara, pero una faz mal encarada contra los muchachos que se atrevieron a manifestarse sin temor a las amenazas de expulsión, de castigos académicos mayores y menores.
Los aspirantes a médicos del Área de la Salud fueron a la marcha en gran número a pesar de que pendía sobre ellos la coacción y el más bajo chantaje. Les habían dicho los martinistas -que es decir los ilegales- que podrían perder la carrera, que no los iban a dejar hacer prácticas hospitalarias.
Pero todos fueron, porque tenían razón y también porque tienen un gran coraje de ver cómo su escuela, su grandiosa universidad, se ha ido por la borda después de cuatro años de desidia, de desinterés, de corrupción, de ineficiencia.
Y la lucha va a seguir, aunque el señor Martín Aguilar no lo quiera escuchar ni leer… hasta que lo manden al albañal de la historia en donde merece estar.
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