El control del enojo habla de alguien que puede hacerse cargo de situaciones complicadas -como gobernar en tiempos de crisis- y que no hará que las situaciones empeoren dado sus arrebatos.
Claro que eso de controlarse es muy difícil.
Fidel Herrera, quien era un campeón en aparentar positivismo en público, llegó a alterarse en una comparecencia en el Congreso con motivo de su cuarto informe, cuando los panistas lo cuestionaron severamente por comprar aeronaves sin autorización.
En tanto unos legisladores panistas rodeaban la tribuna y mostraban fotos de aeronaves, el diputado Federico Salomón cuestionó:
“¿Es verdad, como se rumora, que en abril usted adquirió para uso personal, no para seguridad pública ni protección civil, un helicóptero con valor superior a 150 millones de pesos? ¿Es verdad que dos meses después adquirió, también para uso personal, un avión Learjet 45 matrícula XC-TJN, en el cual gastó 125 millones de pesos?
“¿Es así como se fomenta la austeridad, al adquirir las dos aeronaves y rentar otra? ¿Por qué no se informó al Congreso de esas adquisiciones?”.
Fidel, en su turno, primero señaló a su archienemigo, Yunes Linares, de hacerles llegar esa información “falsa y sucia” y luego, prácticamente a gritos, descompuesto, respondió que si el gobierno federal (entonces panista) hubiera hecho inversiones como la de Veracruz, no hubiera muerto el secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, víctima de un accidente aéreo.
De otro gobernador, Dante Delgado, algunos de sus colaboradores llegaron a comentar que lo vieron dándose de cabezazos en la pared al no salirle algún asunto de importancia como quería.
Y ahora vemos alterada, enojada, a la gobernadora Rocío Nahle en plena crisis por la catástrofe de las inundaciones en el norte del Estado.
El mal carácter de la Gobernadora ya era conocido, como su desconfianza permanente. En general, sus acciones y decisiones de gobierno no le han salido bien.
Tras un inicio con tres o cuatro decisiones correctas, como desaparecer los operativos de las grúas, de ahí empezaron los yerros, pleitos internos, derrotas en elecciones, regañizas y reclamos hasta llegar a la tragedia de estos días.
Ahora, por más que desde el gobierno digan que se actuó y ha actuado correctamente, los hechos muestran algo muy distinto.
Está claro que no hubo la prevención adecuada porque, para empezar, ni siquiera hubo coordinación entre las dependencias estatales ni los alertamientos.
De una ligera inundación se pasó a inicialmente a atender con impecables tenis blancos, lo que da una clara idea de que en Protección Civil desconocían lo que estaba pasando en Poza Rica -mucho menos sabían la terrible situación en otros lugares- y lo que se venía tras el aluvión.
Pero la catástrofe fue quedando al descubierto, como también fue exhibida la incapacidad de diversos funcionarios para atender organizadamente a los damnificados.
Entonces los gritos y regañizas fueron la constante y la Gobernadora exhibió su estado cuando le preguntaron sobre la desaparición del fideicomiso estatal para atender desastres, contestando descompuesta que la solución no es cuestión de dinero.
Ahora, a más de una semana de las inundaciones, hay mucha gente en desgracia que aún no recibe atención y eso pasa no solo el Poza Rica, sino en Álamo y muchos otros lugares.
Lo que siente la gente afectada porque perdió a un ser querido, porque ahora no tiene casa, porque se quedó sin muebles, porque ya no tiene sus vacas, porque sus siembras están destruidas o porque no puede abrir sus comercios y vive entre el lodo, se refleja en parte en las redes sociales.
Los insultos proliferan igual que el sarcasmo, como ese señor que se hizo grabar en la calle, sentado en medio del lodazal y la destrucción, “agradeciendo” que le hicieron llegar un café y galletas.
Ante el reto que hay por la catástrofe y lo que viene por la reconstrucción, enojada permanentemente quien debe guiar los pasos a seguir, todo será más difícil.