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martes, 18 de junio de 2019

El ideario político y religioso del Papa Francisco


                                         La filosofía alemana y el mito de la cultura
                                                                  Ricardo Veisaga
 En enero del 2005, cuando era inminente la muerte del Papa Juan Pablo II, recibí desde un periódico de Italia un correo electrónico, con una breve y simple pregunta: ¿Qué formación política tiene el Cardenal Jorge Mario Bergoglio? Ese dato fue suficiente para comprender que mi compatriota era el más serio contrincante del Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio), el Cardenal Joseph Ratzinger. También entendí lo difícil que significaba correr contra el «caballo del comisario», es decir, Juan Pablo II.
 Mientras se desarrollaba el cónclave, en una reunión comenté esta posibilidad y los presentes me miraron como si estuviera alucinando. Años después, luego de la renuncia de Benedicto XVI y posterior elección de Bergoglio, algunas de esas personas entonces presentes en aquella reunión me recordaron lo que había dicho en el 2005. Obviamente que no soy un profeta, rechazo las profecías, simplemente estaba informado y supe atar ciertos cabos. La elección de Francisco como Papa fue una sorpresa para mí, por su edad avanzada, no por otra cosa.
 Decía que la pregunta formulada por el periodista italiano era simple, no así la respuesta. Podría haber respondido simplemente, es peronista. Pero explicar lo que es un peronista lleva su tiempo, especialmente para los no iniciados en la política argentina. También esa explicación lleva inevitablemente a discusiones que no tengo ganas de sostener, principalmente con los peronistas, por aquella oportuna advertencia de Jorge Luis Borges, «el peronista no es bueno ni malo, es incorregible.»
 El peronismo fue y es un cajón de sastre (una bolsa de gatos, dirían muchos), en el movimiento había gente de todas las extracciones ideológicas, unos querían la patria socialista, otros la patria peronista, la sindical, la fascista y para acabar la «Patria Grande», ese engendro izquierdista. Perón decía que en el movimiento había gente de izquierda y derecha, pero que él, como el Padre eterno estaba por arriba ¿Para conducirlos armoniosamente?
 La elección de un Papa no depende de un supuesto espíritu santo, que en esos días se desplegaría sobre el Vaticano en forma de paloma o del ave con el que se lo represente. Todo aquel que se dedica al análisis de cuestiones de carácter internacional, no puede ignorar tanto su formación religiosa como política. En especial en alguien que va a liderar a una institución que congrega a millones de personas en todo el mundo. Es una elección con connotaciones políticas de enorme magnitud.
 Y no me refiero a lo que erróneamente en su gran mayoría llaman «geopolítica vaticana». En primer lugar, discrepo con la utilización del término «geopolítica» si con esto se alude a las relaciones internacionales y la lucha política entre Estados. Y para que exista una lucha de poder político internacional, el Estado debe tener una capa cortical. Que no es el caso del Vaticano, como lo fue en el pasado, cuando tenía tropas y combatía, ahora es más bien una poderosa ONG multinacional conservando ideas metafísicas.
 Luego de la ordenación de Jorge Mario Bergoglio como Papa, mucho se habló sobre su pertenencia política a un sector interno del peronismo, Guardia de Hierro. El nombre de este grupo interno del peronismo estuvo inspirado en la Guardia de Hierro (Garda de Fier), un movimiento rumano de corte fascista, ultranacionalista, clericalista y antisemita, que luego se convertiría en un partido político y que tuvo existencia entre 1927 y 1941.
 Fue fundado con el nombre de Legión de San Miguel Arcángel, en 1927 por Corneliu Zelea Codreanu y estuvo bajo su mando hasta su muerte en 1938. En 1931, Codreanu formó la Guardia de Hierro, una rama paramilitar y política de la Legión, y sus seguidores eran llamados «legionarios». Tras un fallido golpe de Estado en contra del dictador Ion Antonescu, el movimiento fue perseguido y disuelto con el apoyo de Hitler en 1941.
 La Guardia de Hierro peronista fue fundada en 1961, por el «Gallego» Alejandro Álvarez, Héctor Tristán, que venían de la izquierda, y César Marcos. Este último junto a Tristán eran dirigentes históricos de la denominada resistencia peronista, una organización de izquierdas que buscaba el retorno de Perón. Para evitar ser tachados de fascistas, argumentaban que la idea de Guardia de Hierro, consistía en ser los custodios de Puerta de Hierro, como se llamaba la residencia de Perón en Madrid. Guardia, una organización (conocida popularmente como la orga), fue pensada en los '70, para representar intelectualmente a la derecha peronista.
 Los guardianes se habían propuesto ser los templarios de la doctrina justicialista. La guardia, según Pablo Pozzi, «se proponía como una organización auténticamente peronista, sin cuestionamientos ideológicos, y consideraban que el peronismo era lo que la Doctrina Peronista planteaba. Como consecuencia de lo mismo se asumieron como una herramienta al servicio de la conducción». Lo que buscaba la Guardia era adoctrinar a los militantes.
 Y los libros que se leían iban desde Hegel, pasando por Mao hasta Perón, cuyo libro «La comunidad organizada», era la biblia de los guardianes. Muchos ignoran que la doctrina del Movimiento Nacional Justicialista (peronismo), era la Doctrina Social de la Iglesia. Doctrina incorporada seguramente por los pocos nacionalistas católicos que en función de intelectuales se sumaron a Perón, cuyos nombres son conocidos por muchos. La casi absoluta mayoría de los peronistas no saben ni conocen lo que es la Doctrina Social de la Iglesia. Y el libro «Comunidad Organizada», está tomada de la doctrina de los «cuerpos intermedios» de la (DSI).
 La DSI no acepta el estatismo de corte socialista que implementó el peronismo, y su principio clave es el principio de subsidiariedad. Lo único subsidiario que aplicó Perón fue encargar a los Montoneros el accionar terrorista, secuestrar, colocar bombas, asesinar, robar bancos, para forzar su regreso a la Argentina. Guardia de Hierro bebía de las fuentes del nacionalismo y en sintonía con Perón, en teoría predicaban la armonía de clases, la separación del imperialismo yanqui y de la URSS y la supresión del comunismo por ser una ideología materialista.
 Luego de la entrevista con Perón en Madrid en el año 1967, la Guardia abandona la idea original de la guerra popular prolongada y se definen como retaguardia estratégica y como soldados de Perón. Tienen una concepción caudillista de la política y hablan de una línea histórica, según ellos, de San Martín, Rosas y Perón, como la línea nacional en concordancia con el revisionismo histórico.
 En 1971 se fusionan con el Frente Estudiantil Nacional, de izquierda, de Roberto «Pajarito» Grabois, luego guerrillero. Cito a Grabois ya que su hijo Jorge (el pajarito), es uno de los referentes políticos del Papa Francisco, en Argentina.
 En 1969, a los 33 años, Mario Jorge Bergoglio es ordenado sacerdote. Una versión sostiene que muy poco tiempo después ingresó a militar en Guardia de Hierro. Otros lo niegan, incluso antiguos miembros de la orga, lo que no se puede negar es su afiliación peronista. Hasta no hace mucho en algunos sitios en internet se podía ver una foto suya luciendo el escudo del peronismo (PJ). En 1973, Bergoglio fue designado, a los 36 años, provincial de los jesuitas de la Argentina y permaneció en el cargo hasta 1979.
 Entonces la Universidad del Salvador era propiedad de los jesuitas. Durante el papado de Pablo VI, circulaba una orden para deshacerse de los institutos de enseñanza en todo el mundo. En 1973 la orden jesuita había nominado a Bergoglio como muestra de acercamiento al peronismo. Nadie tenía dudas de que Bergoglio, como el padre Hernán Benítez que pertenecía a la misma orden, tenía una profunda afinidad peronista. Algunos interlocutores políticos recuerdan sus reflexiones con frases completas de Perón, Evita o el ultraizquierdista John William Cooke.
 Al ser designado Bergoglio, titular de la Compañía de Jesús, delegó en sus camaradas civiles de Guardia de Hierro la dirección de la Universidad del Salvador. El abordaje a la dictadura militar lo realizaron desde ese lugar. Ellos consideraban que era necesaria una construcción nacional para una inserción regional y ese constructo político debía tener como base al país, idea típica de los movimientos nacionales de América del Sur a partir de 1930 cuando surge el liderazgo de Getulio Vargas en Brasil.
 Guardia era considerado por cierta izquierda de base estalinista, como una organización de derecha. En 1973, cuando Montoneros competía por ser la mayor organización del país, se estigmatizó a organizaciones políticas que no confluían hacia el espacio de Mario Firmenich. Así, Guardia de Hierro fue calificada de derecha. Desde ese escenario académico, Guardia de Hierro se vincula con el ex comandante en jefe de la Armada, Emilio Eduardo Massera. Uno de los tres jefes del golpe militar en Argentina en 1976.
 Posteriormente, los vínculos de Guardia de Hierro se hacen público en noviembre de 1977, cuando la Universidad jesuita del Salvador le otorga el título de «doctor honoris causa», según se dice, por pedido del propio Bergoglio. Esto no está sujeto a controversia, ya que para esa fecha el actual Papa era provincial de la congregación jesuita. El propio Alejandro Álvarez, confirmó luego de establecer que hubo un vínculo con Bergoglio, y que no pertenecía a Guardia de Hierro: «No, no es cierto eso. Lo único es que él fue amigo nuestro durante un tiempo». Y agregó que «fue peronista toda su vida».
 «Lo que ocurre es que nosotros teníamos una cantidad de compañeros aptos para manejar la universidad, que es lo que aprovechó la Compañía de Jesús para desprenderse de la universidad que le pesaba. Lo único que pensó Jorge Bergoglio fue preguntar las posibilidades de una política que había sido fijada por nosotros de antemano, y no abandonar la universidad a un grupo de laicos».
 Guardia de Hierro en pleno apogeo del peronismo, en 1973, llegó a tener unos diez mil miembros, entre ellos tenían militantes de origen árabe o judío, típico en una Argentina multinacional, y la gran mayoría habían tenido militancia en el partido comunista. Se puede afirmar que su peronismo contenía ideas que buscaban la unidad latinoamericana, algo que ya habían ensayado algunas corrientes jesuíticas en el sur de América.
 Una unidad para replantear la justicia social y la solidaridad en vista de una nueva humanidad que se construya a sí misma. En realidad, hay que decir, que los jesuitas fueron multiculturalistas, aprendieron el idioma de los nativos, para no contaminarlos con lo europeo y mantenerlos aislados.
 Es en ese contexto que el jesuita Jorge Mario Bergoglio, se une a una organización política, que como toda organización política se encuentra proscripta durante el régimen militar que gobernó Argentina entre 1976 y 1983. Hay algunas hipótesis al respecto, una de ellas sostiene que una vez producido el golpe de estado militar en 1976, Guardia de Hierro se convierte en uno de los nexos del peronismo de derecha con los militares. Pero no con el Ejército o la Fuerza Aérea sino con la Marina, con el Almirante Emilio Eduardo Massera.
 La organización negocia directamente con la Marina, es decir, con Emilio Eduardo Massera. En el año 1975, Jorge Bergoglio nombró en la Universidad del Salvador a dos miembros de Guardia de Hierro: Francisco «Cacho» Piñón y a Walter Romero. Piñón fue quién le entregó en el año 1977 la designación de Profesor Honoris Causa al almirante Emilio Eduardo Massera. Ese mismo año la organización es puesta formalmente bajo la conducción del Capitán de Marina (RE) Carlos Bruzzone, como parte de las fuerzas políticas de apoyo a un Massera que quería encolumnar detrás suyo al peronismo.
 El ex Jefe de la Armada tenía aspiraciones políticas, se llegó a creer que era el nuevo Perón, entre sus círculos políticos lo llamaban «el Negro». Organizó un partido político, el Partido para la Democracia Social, en la que convergían montoneros con el síndrome de Estocolmo, quebrados bajo tortura en la Escuela de Mecánica de la Armada (centro detención). La disidencia Montonera encabezada por Eduardo Galimberti y, por cierto, Guardia de Hierro. El honoris causa de la Universidad del Salvador ayudaba a ese propósito político.
 Acabado el régimen militar, al hacerse público el honoris causa que le otorgara la Universidad del Salvador a Massera, constituyó una vergüenza para el mundo académico. Los datos de la distinción desaparecieron misteriosamente de los archivos de la Universidad. En ella constan las firmas de quienes lo propusieron y las motivaciones para el doctorado. Así, se quiso borrar un hecho vergonzante, en el que el cardenal Bergoglio, actualmente Papa Francisco, tuvo una responsabilidad ineludible.
 En el libro «Guardia de Hierro» del periodista Alejandro C. Tarruella, se hace referencia a la participación política de algunos sacerdotes en los setenta. Uno de los puntos del capítulo IV se denomina «Ahí vienen los curas» y dice:
 «Julio Bárbaro estudiaba simultáneamente Agronomía y Ciencias Políticas y era uno de los tipos más mediáticos del panorama estudiantil, junto a Roberto ‘Pajarito’ Grabois, el líder del Frente Estudiantil Nacional (FEN). Presidía el humanismo en El Salvador desde el ´66, donde los jesuitas tenían al menos dos líneas: una, que iba en camino de la formación de los Montoneros –a la que no era ajeno el jesuita Alberto Sily- y otra que lideraba Jorge Bergoglio, cura peronista cercano a Guardia (de Hierro), que llegó al Arzobispado luego de actuar en favor de muchos militantes en los años de la dictadura.»
 La doctrina social de la Iglesia, fue una respuesta contra la organización del movimiento obrero bajo las ideas del socialismo. La iglesia latinoamericana tercermundista intentó darle un contenido marxista, pero Guardia de Hierro se alineó con políticas derechistas bajo los principios dictados por Perón, quien en el exilio había virado hacia la derecha y reivindicaba la doctrina social de la iglesia. Y daba vía libre a la ortodoxia peronista contra las izquierdas enquistadas en el partido.
 Con este breve repaso quise exponer el pasado político peronista del sucesor de Pedro, sus raíces en el llamado nacionalismo popular latinoamericano, de signo izquierdista. Pasado que va desde su juventud, en la doctrina peronista de Guardia, en Baldomero Manuel Ugarte, un escritor, diplomático y político argentino, nacido en 1875, en Buenos Aires, y fallecido en 1951, en Niza. Ugarte militó un tiempo en el Partido Socialista y fundó y editó el diario La Patria y la revista Vida de hoy. Entre 1897 y 1903 residió en París, en este tiempo formó su pensamiento socialista e hispanoamericano.
 Durante su estadía en New York, en 1898, dicen sus biógrafos, al estudiar la historia norteamericana descubrió que los EE.UU. habían ganado territorio a costa de países vecinos y percibió que ese apetito territorial estaba lejos de haber sido saciado. Digamos que la visión de Ugarte frente a los imperios era progre o buenista. Pero es en Estados Unidos donde Ugarte consolidó las dos columnas de su ideología: por un lado un fuerte antiimperialismo y por el otro, la necesidad de construir la Unidad Latinoamericana.
 Ugarte retoma la idea de José de San Martín y Simón Bolívar respecto a la unidad de los ex virreinatos de raíces españolas en una Federación Latinoamericana, en sintonía con la idea del exiliado León Trotski, de los «Estados Socialistas de América Latina». En clara oposición a la propuesta por el Departamento de Estado de EE.UU. Ugarte veía en esa idea los designios del imperialismo de Estados Unidos para establecer pequeños países de escaso peso político y someter a toda América a su supremacía.
 Luego del triunfo del peronismo el 24 de febrero de 1946 decidió el regreso a su patria. El 31 de mayo, fue recibido por el presidente Perón y en septiembre de 1946 fue designado embajador extraordinario y plenipotenciario en México. México era el país donde tenía amigos y discípulos. En agosto de 1948, tuvo algunas diferencias con funcionarios de la embajada en México, y es designado en Nicaragua, donde permaneció poco tiempo y a inicios de 1949 fue nombrado embajador en Cuba.
 En 1949, Perón en un intento por recomponer relaciones con los EEUU, reemplazó al ministro de Relaciones Exteriores, Juan Atilio Bramuglia, de tendencia socialista, por Hipólito Paz un conservador. Esto fue inaceptable para Ugarte y presentó su renuncia al cargo. En noviembre de 1951 regresó a Buenos Aires para votar por la reelección de Perón. Luego de la reelección regresó a Madrid para luego instalarse en Niza donde falleció el 2 de diciembre.
 Francisco también abreva en el polifacético intelectual mexicano José Vasconcelos, una veleta que giraba de acuerdo a los vientos políticos, pero esta vez en ese Vasconcelos del año 1923, cuando pronunció el discurso en la Facultad de Humanidades de Santiago de Chile, el día en que se le concedió el grado de profesor honorario. «Yo veo la bandera iberoamericana flotando una misma en el Brasil y en Méjico, en el Perú y la Argentina, en Chile y el Ecuador, y me siento en esta Universidad de Santiago, tan cargado de responsabilidades con el presente, como si aquí mismo hubiera pasado todos mis años.»
 Alberto Methol Ferré, nació en Montevideo, Uruguay, en el año 1929, y falleció en 2009. Estudió Derecho y Filosofía. Fue profesor de Historia de América Latina, de Historia Contemporánea y Teoría de la Historia en la Universidad Católica, la Universidad de Montevideo y en el Instituto Artigas de Servicio Exterior. Fue el fundador y coordinador de la revista uruguaya Nexo, e integró el comité de redacción de la revista Víspera.
 Políticamente formó parte de las filas de Luis Alberto Herrera, fue asesor del movimiento ruralista de Benito Nardone. En la década del 60 fue integrante del partido político de izquierda Unión Popular, liderado por Enrique Erro. También integró en 1971 el grupo de asesores del general Líber Seregni (un militar de izquierda), cuando la fundación del partido Frente Amplio.
 Methol Ferré, fue un admirador de Juan Domingo Perón. Él mismo lo confiesa: «En el fondo uno es hijo de sus primeros amores; los primeros amores no se dejan nunca y en la vida política, ocurre lo mismo. Mis primeros amores fueron dos: el Dr. Luis Alberto Herrera en Uruguay y el Coronel Juan Domingo Perón en la Argentina, allí por el año 1945 cuando me empezaba a asomar a la vida pública.»
 Ferré tuvo un papel importante en la Iglesia Latinoamericana, una iglesia izquierdizada. Entre 1975 y 1992 integró el equipo de reflexión pastoral del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), ocupando la secretaría de su Departamento de Laicos e implementó los cursos de Historia de la Iglesia Católica en América Latina en su Instituto Pastoral entre 1977 y 1982 en Medellín y en Bogotá (Colombia). Y otros cargos de importancia. Methol Ferré fue el autor intelectual de la parte más sustancial, determinante y trascendente del «Documento de Puebla». Documento clave para la izquierda latinoamericana.
 Uno de sus amigos calificó a Methol Ferré de «Hegel de los cabecitas negras», de «Hegel suramericano». Methol, sostenía que seguía el camino de José Enrique Rodó, de Manuel Ugarte, de José Vasconcelos, de García Calderón y de Rufino Blanco Fombona, cuando éste afirmaba: «Los yanquis son para nosotros peores que nadie por su cercanía: son el lobo en el aprisco». Se consideraba hermano intelectual de Jorge Abelardo Ramos, el colorado, un viejo anarquista argentino (si es que tienen patria los anarquistas) que terminó de embajador en México, enviado por un Carlos Menem derechista.
 El régimen peronista en ese entonces había virado estratégicamente a la derecha, mientras Menem jugaba al golf con Bush, padre, y hablaba de «relaciones carnales» con EE.UU. Methol solía decir que él era «pochista» (uno de los apodos de Perón) y que Methol, en un estilo coloquial, cargado de cariño y admiración, gustaba llamar «el Pocho». Nunca dejó de insistir en que la verdadera Patria era la Patria Grande.
 La idea metafísica de la Patria Grande fue siempre patrimonio de las izquierdas, Bolívar, San Martín y otros españoles nacidos en la otra orilla (en América) estaban imbuidos de las ideas de la primera generación de izquierdas, de la Revolucion francesa. Y los posteriores ideólogos de la Patria Grande, en la cuarta generación, socialdemócrata y en la quinta generación de izquierdas, el comunismo.
 Methol Ferré, en la actualidad, está considerado en el terreno político como el más influyente en el pensamiento del Papa Francisco. Como él mismo lo manifestara públicamente en reiteradas ocasiones, que había leído de manera frecuente sus libros y artículos. Cuando era Obispo de Buenos Aires, manifestó que su pensamiento político giraba en torno a la «idea fuerza» de la construcción de la Unidad de la América del Sur en el marco de un mundo multipolar que logre frenar la «…concepción imperial de la globalización» sostenida por el mundo anglosajón.
 De esa creencia, el Papa Francisco extrae su premisa fundamental que es la piedra angular de todo su pensamiento religioso y político: en el siglo XXI «el destino de los pueblos latinoamericanos y el destino de la catolicidad están íntimamente vinculados».  Pero el más importante escrito político del Cardenal Jorge Mario Bergoglio, es el prólogo que en abril del año 2005, escribiera para el libro del ensayista uruguayo Guzmán Carriquiry, titulado: «Una apuesta por América Latina». Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 2005.
 En el prólogo, el Cardenal Bergoglio, desarrolla la idea ugartiana de la Patria Grande e, implícitamente, la idea peronista de la necesidad de una tercera posición entre el totalitarismo comunista y el capitalismo salvaje. Entonces decía Bergoglio: «Poco tiempo después del derrumbe del imperio totalitario del ‘socialismo real’…el resurgido recetario neoliberal del capitalismo vencedor, alimentado por la utopía del mercado autorregulado, demostraba también todas sus contradicciones.» 
 Según el Cardenal: «En las próximas dos décadas América Latina se jugará el protagonismo en las grandes batallas que se perfilan en el siglo XXI y su lugar en el nuevo orden mundial en ciernes».  Por ello era urgente construir la Patria Grande Latinoamericana. «Ante todo se trata de recorrer las vías de la integración hacia la configuración de la Unión Sudamericana y la Patria Grande Latinoamericana. Solos, separados, contamos muy poco y no iremos a ninguna parte. Sería un callejón sin salida que nos condenaría como segmentos marginales, empobrecidos y dependientes de los grandes poderes mundiales». 
 El Cardenal Bergoglio es consciente del escaso margen de maniobra, que tiene América Latina en el escenario internacional para llevar adelante una política para lograr la Justicia Social, la Soberanía Política y la Independencia Económica. Las tres banderas del peronismo, promocionadas y repetidas hasta el hartazgo. Tres puntos que han sido parte del folklore y de la utopía peronista.
 Bergoglio culmina su prólogo afirmando que la solidez cultural de la América Latina, sin la cual no puede construirse ningún proyecto político realmente fuerte y realmente liberador de la dependencia, «es un patrimonio sujeto a una fuerte agresión y erosión». Para Bergoglio, no cabe duda que la cultura del gran «Pueblo continente», que se extiende desde el Río Grande a Tierra del Fuego, se encuentra asediada por dos corrientes del pensamiento débil que constituyen, en realidad (más allá de los disfraces y las máscaras) las dos caras de una misma moneda: «el colonialismo cultural de los imperios». 
 El concepto de «pueblo continente» fue expresado, por primera vez, por el peruano Antenor Orrego, hombre muy cercano, política e intelectualmente con el político Víctor Raúl Haya de la Torre. Afirmaba Antenor Orrego:
 «De París a Berlín o a Londres, hay más distancia sicológica que de México a Buenos Aires, y hay más extensión histórica, política y etnológica que entre el Río Bravo y el Cabo de Hornos. Mientras en Europa, la frontera es, hasta cierto punto, natural, porque obedece a un determinado sistema orgánico y biológico, en América Latina es una simple convención jurídica, una mera delimitación caprichosa que no se ajusta ni a las conveniencias y necesidades políticas, ni a las realidades espirituales y económicas de los Estados.»
 «En América latina pueblo y Estado tienen un sentido diferente y, a veces, hasta antagónico, porque Estado es una simple delimitación o convención que no designa una parcela substancial de la realidad…Las diferencias entre los pueblos de Indoamérica son tan mínimas y tenues que no logran nunca constituir individualidades separadas, como en el Viejo Mundo. De norte a sur los hombres tienen el mismo pulso y la misma acentuación vitales. Constituyen en realidad, un solo pueblo unitario de carácter típico, específico, general y ecuménico…Somos, pues, los indoamericanos, el primer PUEBLO-CONTINENTE de la historia y nuestro patriotismo y nacionalismo, tienen que ser un patriotismo y un nacionalismo continentales.» A. Orrego, Pueblo Continente. Ensayos para una interpretación de la América Latina, Buenos Aires, Ed. Continente.
 Cuando el Papa Francisco recibió en audiencia privada a Gustavo Gutiérrez, considerado el fundador de la Teología de la Liberación y después presentó el volumen editado por la Librería Vaticana Pobre para los pobres, con un prefacio de su puño y letra. La parte más conservadora de la iglesia estaba preocupada por el resurgimiento de la Teología de la Liberación, el propio Cardenal Müller declaró a los periodistas: «El papa Francisco, que viene de América Latina, ha hablado de una “Iglesia pobre para los pobres”. Él prologa su libro, del mismo título. ¿No está en cierta manera, la Teología de la liberación en el centro de su mensaje?».
 Cuando aún era Cardenal Jorge Mario Bergoglio, escribió un libro sobre el viaje de Juan Pablo II a Cuba. Un viaje que Bergoglio habría realizado en 1997 en la visita del Papa polaco. Viaje que muchos dudan que lo realizara debido a  impedimentos de último momento. El libro curiosamente pasó desapercibido cuando salió a la venta, tampoco figuró en la biografía de Bergoglio cuando fue consagrado Papa. Solamente fue mencionado por el inglés Austen Ivereigh.
 Diálogos entre Juan Pablo II y Fidel Castro, fue editado por Ciudad Argentina, en Buenos Aires, en 1998. En ella hace un análisis de las homilías y mensajes que pronunció el Papa en su visita. El libro tiene una enorme importancia para conocer la visión del Papa Francisco sobre el socialismo, el régimen cubano y el papel de los Estados Unidos tras la revolución castrista. Si bien es cierto que cuestiona la falta de una dimensión trascendente del hombre en el colectivismo marxista, la falta de libertad e iniciativa laboral en la isla.
 Pero en el prólogo culpabiliza de la miseria imperante en el país al embargo norteamericano, al que llama «bloqueo» siguiendo la propaganda izquierdista. Francisco sabe o debería saber que el bloqueo existió por breve tiempo, y fue durante la crisis de los misiles por razones estrictamente militares. Lo que hubo y continúa es un embargo. Muchos países de Europa y América como Canadá, nunca dejaron de negociar con Cuba. Si se tomaran el trabajo de consultar el anuario cubano-americano, podrán constatar que ambos países (Cuba-Estados Unidos) nunca dejaron de comerciar, y el mayor volumen de negocios se registró durante el mandato de George Bush, hijo.
 «Según el análisis de la iglesia los motivos por los cuales se instauró el embargo se encuentran completamente superados por la realidad frente al desmantelamiento de la Unión soviética. Cuba se encuentra desarmada». Condena Bergoglio, el neoliberalismo y la actitud del mundo financiero ante la deuda externa del Tercer Mundo, los excesos del capitalismo, pero en ningún momento critica a Castro por el sistema totalitario impuesto en el país, que conlleva la sistemática violación de los derechos humanos y políticos del pueblo cubano.
 Un sistema ineficaz y opresor que destruyó la economía de unos de los países más prósperos de América Latina, empobreciéndolo y provocando el éxodo de millones de personas. Alrededor de unos 80.000 cubanos murieron ahogados o devorado por tiburones tratando de llegar a la Florida cruzando el estrecho. En la página 28 dice: «La reivindicación de los derechos del hombre que la Iglesia reclama sin cesar alimentación, salud, educación, entre otros, y se inscriben en el concepto de derechos humanos al que Fidel Castro adhiere y se muestra orgulloso de defender en Cuba.»
 Y en la página 25: «Fidel Castro en reiteradas oportunidades ha llegado a declarar que su postura se identifica con Cristo en su lucha por salvar a los desesperados y a los pobres, estableciendo un paralelo entre la doctrina de la Iglesia y el socialismo. Fidel Castro encuentra coincidencias en cuanto a la identidad de principios. La iglesia condena el egoísmo, el socialismo también. La iglesia condena la avaricia, el socialismo también. La doctrina de Karl Marx está muy próxima al sermón de la montaña.»
 El Papa Francisco, es un ferviente promotor de los encuentros mundiales de Movimientos Populares, los participantes de estos encuentros son gente de izquierda, dispuestos a destruir el sistema capitalista en sus países. Francisco los llama «pueblo», como dice el respetado vaticanista, el periodista y amigo Sandro Magister:
 «La palabra pueblo no es una categoría lógica, es una categoría mística», dijo Francisco el pasado mes de febrero, a su vuelta de México. Al poco tiempo, entrevistado por el también jesuita Antonio Spadaro, lo precisó. Más que «mística», dijo, «en el sentido que todo lo que hace el pueblo es bueno», es mejor decir «mítica». «Se necesita un  mito para entender al pueblo.»
Bergoglio cuenta este mito cada vez que se reúne con los «movimientos populares». Hasta ahora lo ha hecho tres veces: la primera vez en Roma, en 2014; la segunda en Bolivia, en Santa Cruz de la Sierra, en 2015; la tercera el pasado 5 de noviembre, de nuevo en Roma. Cada vez enardece al auditorio con discursos interminables, de unas treinta páginas cada uno, que juntos ya forman el manifiesto político de este Papa.
Los movimientos con los que se reúne Francisco no los ha creado él, eran preexistentes. No tienen nada que sea declaradamente católico. En parte son herederos de las memorables reuniones anticapitalistas y antiglobalización de Seattle y Porto Alegre. A ellos se añade la multitud de marginados de los cuales el Papa ve prorrumpir «ese torrente de energía moral que nace de la implicación de los excluidos en la construcción del destino del planeta.»
Francisco confía a estos «rechazados de la sociedad» un futuro hecho de tierra, casa y trabajo para todos gracias a un movimiento ascendente de llegada de estos al poder, que «trasciende los procedimientos lógicos de la democracia formal». El 5 de noviembre el Papa dijo a los «movimientos populares» que había llegado el tiempo de dar el salto a la política «para revitalizar y refundar las democracias, que están atravesando una verdadera crisis.»
Y si para esta revolución mundial es necesario un  líder, hay quien ya lo ha señalado precisamente en el Papa. Es lo que hizo hace un año en el Teatro Cervantes de Buenos Aires el filósofo italiano Gianni Vattimo, voz escuchada por la ultraizquierda mundial, cuando peroró la causa de una nueva Internacional «comunista y papista», con Francisco como su líder indiscutible, para combatir y ganar la «guerra de clase» del siglo XXI. Al lado de Vattimo se sentaba un complacido monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, argentino, estrecho colaborador del Papa Bergoglio en el Vaticano.
Las potencias contra las que se rebela el pueblo de los excluidos son, en la visión del Papa, «los sistemas económicos que para sobrevivir deben hacer la guerra y sanar así las balanzas económicas». Ésta es su clave de explicación de la «guerra mundial a trozos» y del propio terrorismo islámico.»

 En el 2015 el Papa Francisco realizó visitas a Ecuador, Bolivia y Paraguay. El viaje comenzó el 5 de julio desde Roma y pronunció 22 discursos, y en casi todos para no perder la costumbre, atacando al capitalismo, a la economía de libre mercado. Se indigna porque «todo entra dentro del juego de la competitividad», como si fuera posible superar la pobreza en una economía incomunicada. Abjurando del «mercado libre, la globalización, el crecimiento económico o el consumo». Negándose a entender o reconocer el valor social de las «clases medias».
 No es algo anecdótico que recibiera varias veces a su amiga-enemiga Cristina de Kirchner, y se niegue a viajar a su patria, porque gobierna el liberal Mauricio Macri. No ocultó su desagrado cuando lo visitó el presidente argentino. Pero recibió ostentosamente a Hebe de Bonafini, líder de las Madres de plaza de Mayo y ferviente kirchnerista, que en otros tiempos llamaba fascista al entonces cardenal Bergoglio. Esta señora, madre de guerrilleros marxistas leninistas, que llamaba «cerdo» al Papa Juan Pablo II y celebró el atentado contra las Torres Gemelas.
 Hebe de Bonafini, al negarse a acatar un mandato judicial, desafiante, leyó una carta del Papa Francisco en que le decía: «No hay que tener miedo a las calumnias. Jesús fue calumniado y lo mataron después de un juicio dibujado con calumnias. La calumnia solo ensucia la conciencia y de quienes la arrojan». En el Perú, fue muy  claro ideológicamente, dijo: «Se estaba buscando un camino hacia la Patria Grande y de golpe cruzamos hacia un capitalismo liberal inhumano que hace daño a la gente». De lo que se puede deducir que con Nestor y Cristina Kirchner, Correa, Lula, Dilma, Ortega, Evo Morales, Chávez y Maduro, íbamos hacia la Patria Grande bolivariana.
 En Bolivia, el presidente Evo Morales le regaló un crucifijo con la hoz y el martillo, obra del Padre Luis Espinal, un sacerdote izquierdista, asesinado en los años 80. En ese gesto muchos creyeron ver un abrazo póstumo a la teología de la liberación,  por parte de Francisco. En realidad, con ese gesto Evo Morales reconoció al Papa un liderazgo nunca reconocido a la Iglesia. No es extraño entonces que el político italiano Massimo D’Alema definiera al Papa Francisco como «el mejor líder de la izquierda». O los elogios de Pablo Iglesias, líder de Podemos de España.
 Algunos dijeron, erróneamente, que el acercamiento de Perón a la Doctrina Social de la Iglesia Católica se produjo, en parte, gracias al comunismo. En una entrevista con los autores del libro Aquel Francisco, el Papa Francisco les dijo: «Yo siempre fui un inquieto de lo político, siempre». Y explicó su historia política: «Vengo de familia radical, mi abuelo era radical del 90. Después, en la adolescencia, tuve también una incursión por el 'zurdaje', leyendo libros del Partido comunista que me daba mi jefa de laboratorio Esther Ballestrino de Careaga, una gran mujer que antes había sido secretaria del Partido revolucionario febrerista paraguayo».
 «En aquellos años la cultura política era muy fomentada. A mí me gustaba meterme en todos esos lugares. En tiempos de los años 1951 y 1952 esperaba con ansias que pasaran, tres veces por semana, los militantes socialistas que vendían 'La Vanguardia'. Y evidentemente que acompañé, también, a grupos justicialistas. Pero nunca me afilié a ningún partido».
 Por él mismo sabemos de qué lado vienen los tiros. Los «grupos justicialistas» a los que Francisco dijo que frecuentaba eran los seguidores de Perón, y fue el mismo Perón quién definió la propia ideología justicialista,  es decir, como una síntesis de «justicia» y de «socialismo», nombrando a su partido como «Partido Justicialista». En las cinco páginas de recuerdos políticos de Francisco, en el libro mencionado, no hay una sola palabra crítica sobre Perón. No menciona el perfil anticatólico al final de su segundo mandato y nada sobre la excomunión impuesta contra Perón en 1955 por Pío XII.
 En esa entrevista concedida a Javier Cámara y a Sebastián Pfaffen, autores del libro Aquel Francisco, al referirse a la Doctrina Social de la Iglesia, dice: «En la exposición de la doctrina peronista hay una ligazón con la doctrina social de la Iglesia. No hay que olvidar que a monseñor Nicolás de Carlo, por aquellos años obispo de Resistencia (Chaco), Perón le llevó sus escritos para que los viera y le dijera si estaban de acuerdo con la doctrina social de la Iglesia.»
 Y más adelante dice: «Monseñor de Carlo era simpatizante peronista, pero un excelente pastor. Una cosa no tenía nada que ver con la otra. En abril de 1948 Perón, desde al balcón del Seminario, ubicado en la rotonda de Resistencia, al terminar su discurso dijo que quería aclarar una cosa. Mencionó que acusaban a monseñor de Carlo de ser peronista y dijo: “Es una gran mentira. Perón es decarlista”. De Carlo fue quien ayudó a Perón con la doctrina social de la Iglesia.»
 Existe una versión sobre el peronismo de Bergoglio, y citan, entre otros, un episodio acaecido en tiempos en que Jorge Mario era alumno del instituto técnico industrial, cuando un día entró a la clase con el escudo de Perón en el chaleco, razón por la cual fue castigado con una suspensión. El Papa dijo que «No fue real» y desmintió ese episodio. Sin embargo dijo que tuvo la oportunidad de «ver de cerca» a Perón justamente gracias a una concentración de estudiantes en el Teatro Colón de Buenos Aires, en la cual él participó como representante de su escuela y tuvo la fortuna de estar asignado en el palco.
 También agregó, que en otra ocasión se encontró también con Evita (digamos, que de pura casualidad), en una «unidad básica peronista de la calle Córdoba», a la que había ido para recoger material para un ejercicio escolar. La Doctrina Social de la Iglesia, que conocía Perón y conoce Francisco, es la misma versión que circula por Latinoamérica y en Estados Unidos. Que está alejada de la versión oficial, de aquella que comienza con la Rerum Novarum de León XIII.
 El Papa Francisco es un fundamentalista democrático y un negador de las naciones políticas. Aprovechando el vacio dejado por el hundimiento del socialismo real, y ante una izquierda desencantada, con minorías insatisfechas, y en medio de una crisis social, económica y política. Con su misticismo político como mensaje, quiere atraer al redil a las comunidades étnicas y a las minorías sociales, como parte de la nueva feligresía izquierdista de la Iglesia Católica.
 Frente a lo que le ofrece el Mercado, Francisco, ha encontrado una superoferta en los restos sociales y políticos que le ofrece las izquierdas vencidas. Esa síntesis que pretende hacer el Papa Francisco, está en consonancia con su consideración de la religión, que no es separable para él de lo político, con la idea de la «Catholica» que viene de la mano de la filosofía alemana y del ex jesuita Hans Urs Von Balthasar. Teoría que veremos más adelante.
 El historiador italiano Loris Zanatta, especializado en la historia de América latina y autor del ensayo «El populismo» y de varios libros sobre el peronismo, opina que el Papa Francisco mantiene una visión populista y habla de la línea Perón-Castro-Chávez. Zanatta, no trata de establecer quién es populista y quién no, sino qué es el populismo, en qué contextos es más probable que surja, por qué es a menudo popular, por qué aun teniendo raíces antiguas siempre tiene las características de la novedad y, cuáles son sus efectos sobre las sociedades y las culturas políticas en las cuales se arraiga más profundamente.
 La característica más importante que establece Loris Zanatta, es el vínculo que establece con la religión. El populismo sería la continuación laica y en el campo de la política de un imaginario religioso tradicional, de corte antiliberal. El populismo encarna, en la época de las masas, la antigua cosmovisión religiosa según la cual el orden terrenal refleja el orden divino y es esencialmente armónico. Por un lado, otorga el sentido de identidad y de destino colectivo, y por el otro, es intolerante del pluralismo y tiene pulsión totalitaria.
 Las religiones monoteístas, vieron al populismo como una reacción contra la modernización liberal, como una forma de restablecer la unidad perdida entre Dios y el hombre. Sin embargo los populismos están vinculados al concepto de soberanía del pueblo, donde encuentra su legitimación el orden político moderno.
 Los populismos nacidos con apoyo eclesiástico, se independizan de las iglesias y fundan sus propias religiones en nombre del pueblo; un pueblo entendido como un todo homogéneo.  Estos terminan por chocar con la Iglesia, a quien pretenden sustituir. El populismo suele heredar una visión maniquea donde el mundo está dividido entre bien y mal, y con la pretensión de monopolizar la verdad.
 En América latina, muchos teólogos teorizaron que el socialismo era vehículo del Evangelio. En ese sentido, las luchas ideológicas de los ‘60 y ‘70 fueron reacciones «religiosas» a los avances de la secularización. Dice Zanatta, «No hay ningún determinismo cultural que “condene” a América latina al populismo, pero sí rasgos históricos que explican su fertilidad para que crezca esa planta». Y señala que Bergoglio es populista con toda su alma.
 «Sus homilías de los años ‘70 eran un himno a la existencia de un pueblo cristiano, homogéneo y virtuoso, custodio de la catolicidad intrínseca de la Nación, a la cual debería, por lo tanto, adecuarse la comunidad política. Esa identidad venía antes y se ponía por arriba de la comunidad política, de la Constitución, de los partidos, de las identidades o ideologías políticas; y arriba de los individuos, especialmente laicos y cosmopolitas.»
 El Papa Francisco es populista y navega en medio de extrañas contradicciones, a cada rato desciende de la universalidad de su posición a pequeños combates políticos de un inexplicable provincianismo argentino, al tiempo que no oculta la raíz populista-peronista, que no bien ocupó el trono de Pedro fue revelado por el historiador italiano Loris Zanatta.
 El filósofo liberal Marcello Pera, conocido por su libro con Joseph Ratzinger, «Senza radici» (Sin raíces, 2004), sostiene que «tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI dieron a su misión una marcada acentuación occidental. Constantemente se referían a Europa y había una evidente perspectiva occidental, con nuestro continente visualizado como la cuna de los valores precisamente occidentales. Francisco, en cambio, tiene una visión puramente sudamericana.»
 Su apertura al tema de la inmigración documenta que él «detesta el Occidente, aspira a destruirlo y hace de todo por lograr esta finalidad (…) el Papa refleja todos los prejuicios del sudamericano con Norteamérica, con el mercado, las libertades, el capitalismo». Según Pera, «tiene la visión sudamericana del justicialismo peronista, que nada tiene que ver con las tradiciones occidentales de las libertades políticas y con su matriz cristiana.»
 Cuando Bergoglio era estudiante de filosofía y teología en el Colegio Máximo, en San Miguel (provincia de Buenos Aires), sus referencias intelectuales fueron los  jesuitas del ámbito francés, Henri de Lubac, Gastón Fessard, Michel de Certeau, algunos exponentes de la Escuela de Lyon. Que estos fueran europeos no quiere decir nada, el pensamiento filosófico europeo no es homogéneo, y muchas veces destructivos del catolicismo como la filosofía alemana.
 Según Austen Ivereigh, la supuesta oposición entre Francisco y Benedicto XVI, no existe, ya que «Mientras el largo pontificado Wojtyla-Ratzinger se caracterizó por el magisterio de la Iglesia sobre las cuestiones morales y sociales, por un decidido énfasis “antropológico” vinculado con la idea de “ley natural”, el Papa Bergoglio parece estar animado por una visión más histórico-cultural y en línea con el ambiente teológico latinoamericano del cual proviene, y por una visión más espiritual que teológica del ministerio del pontificado romano.»
 Massimo Franco, dice que «Francisco ha liquidado los mitos revolucionarios comunistas, para situarse él mismo a la cabeza de lemas populares a los cuales ofrece otra salida: pacífico, inclusivo, pero no por esto menos claro al condenar lo que ha llamado el paradigma tecnocrático e invitar a resistirlo». Es el mismo paradigma criticado por Romano Guardini, autor apreciado por Bergoglio y autor de referencia para Methol Ferré. Es el modelo que excluye a los no productivos, los desempleados, los pobres, los ancianos, los «mal nacidos» y los «aún no nacidos», los enfermos graves, los débiles en general.
 Según Massimo Franco, es la idea de una dialéctica polar, antinómica, que constituye el hilo conductor de su pensamiento original. Bergoglio lucha por una síntesis de los opuestos que desgarran la realidad histórica, no una síntesis equidistante, sino una tentativa teórico-práctico-religiosa de sugerir una solución agónica obtenida mediante el contraste, y por consiguiente una visión dialéctica en la cual la reconciliación no se confía, como en Hegel, a la especulación filosófica, sino al Misterio que obra en la historia.
 Un modelo obtenido de Gastón Fessard, de su obra fundamental «La dialectique des Exercices spirituels de saint Ignace de Loyola», publicada en 1956. El pensamiento de Bergoglio, se constituye como sinfonía de los opuestos, similar al de Methol Ferré. Una filosofía entendida como coincidentia oppositorum, siguiendo a Adam Möhler, Erich Przywara, Romano Guardini, Henri de Lubac. Como lo dijo el propio Bergoglio siendo cardenal:
 «Armonía —he dicho— éste es el término preciso. En la Iglesia, la armonía la hace el Espíritu Santo. Uno de los primeros Padres de la Iglesia escribió que el Espíritu Santo “ipse harmonia est”, es Él mismo armonía. Sólo Él es autor al mismo tiempo de la pluralidad y la unidad. Sólo el Espíritu puede dar lugar a la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad, y al mismo tiempo constituir la unidad, porque cuando somos nosotros quienes deseamos constituir la diversidad, provocamos cismas, y cuando somos nosotros quienes deseamos constituir la unidad, damos lugar a la uniformidad, a la homologación.»
 En esta relación compleja entre unidad y diversidad residiría el núcleo del pensamiento teológico de Bergoglio, en estrecho contacto con la reflexión teológica de Hans Urs von Balthasar, doctrina que constituiría la clave de la relación entre Misericordia y Verdad en el mundo contemporáneo. Y bla-bla-bla.
 El filósofo Luis Carlos M. Jiménez, realizó no hace mucho tiempo una exposición sobre la filosofía alemana (en la Fundación Gustavo Bueno), una filosofía que penetró en muchos ámbitos, no siendo ajena a ella la iglesia católica. Y muy presente en el pensamiento filosófico teológico de los Papas desde Pablo VI, pasando por Juan Pablo II, Benedicto XVI, hasta el actual Francisco. Y uno de esos personajes responsables fue Hans Urs von Balthasar, un ex jesuita, de origen Suizo y el mayor exponente de la Nueva Teología.
 Si Maurice Blondel es el modernista filósofo y apologista, y Henri de Lubac, el modernista-teólogo, von Balthasar, encarna el aspecto ecuménico y pseudomístico del modernismo. Hace muchos años se publicó el libro: Figura e Opera, a cargo de Karl Lehmann y Walter Kasper, miembro de la nouvelle théologie, un libro destinado a resaltar el valor de la obra y de la persona de Urs von Balthasar.
 En la contraportada decía: «escrito por amigos y discípulos», Henrici, Hass, Lustiger, Roten, Greiner, Treitler, Löaser, Antonio Sicari, Ildefonso Murillo, Dumont, O’Donnel, Guido Sommavilla, Rino Fisichella, Max Schönborn y… Joseph Ratzinger. Hay que recordar que Ratzinger fue uno de los más animosos teólogos del Concilio Vaticano II, que luego se haya arrepentido (a medias) no lo exculpa.
 Balthasar fue un amante de la música desde su juventud y de la literatura, mucho más que de la filosofía y la teología. En todo caso a Hans Urs, sólo le interesaba la filosofía mística de Plotino, como él mismo lo dijo, ya que tuvo el placer de «fascinarlo»; en cambio la filosofía y la teología escolástica le suscitaban una «rabiosa aversión». Erich Przywara en el estudiantado de Pullach-Münich, le «obligó» a «confrontar a Agustín y Tomás (de Aquino) con Hegel, con Scheler, con Heidegger». Y Henri de Lubac en Lyon-Fourvière.
 Henri de Lubac dirá más delante de Urs von Balthasar, que «es el hombre más docto de nuestro siglo». El Papa San Pío X, en Pascendi, dijo que otro sistema de los modernistas es creerse recíprocamente un halo de inexistente grandeza. El mismo S. Pío X dirá: «que fingiendo amor por la Iglesia, carentes de sólido presidio de saber filosófico y teológico, antes bien, penetrados todos de venenosas doctrinas de los enemigos de la iglesia, se las dan, sin ningún tipo de pudor, de reformadores de la Iglesia misma.»
 «Comprendí que gran ayuda para la concepción de mi teología (dice Balthasar) debía llegar a ser el conocimiento de Goethe, Hölderlin, Nietzsche, Hofmannstahl y sobre todo los padres de la iglesia, a los cuales me había encaminado de Lubac. El postulado de mi obra Gloria fue la capacidad de ver una «Gestalt» en su coherente totalidad: la mirada goethiana debía de ser aplicada al fenómeno (sic) de Jesús y a la convergencia de las teologías neotestamentarias.»
 Sin una formación sólida, cultor apasionado de la poesía y de la música, mesclará con increíble superficialidad teología y literatura, y creerá poder crear una teología propia, con la misma inventiva con la cual un artista crea su obra. En Basilea mientras ejerce de Capellán de los estudiantes, organiza cursos con oradores como Karl Rahner, Congar y de Lubac, al término de las mismas Balthasar, se sentaba al piano y ejecutaba Don Giovanni de Mozart. En Basilea se encuentra con el protestante Karl Barth, que será el tercer inspirador de la teología de Balthasar, tras Przywara y de Lubac.
 Es ahí donde surge la idea de un ecumenismo que los reúna a todos en torno a un Cristo, pero separado de su inseparable Iglesia, que es al fin de cuentas, el solus Christus de Lutero, aunque filtrado a través de Hegel. En este proceso lo más importante que sucede es la conversión y bautismo de Adrienne von Speyr. Ya que tal como de Lubac estuvo en simbiosis intelectual con Blondel, Balthasar estaba en simbiosis teológica y psicológica con Adrienne.
 Luego de su conversión, Adrienne, comenzó a tener visiones y oír voces. Para publicar los escritos místicos de Adrienne, Balthasar fundó la editorial «Johannes», y siempre por Adrienne, ya que sus superiores no veían claro el misticismo de von Speyr, Balthasar sale de la Compañía de Jesús, eligiendo la «obediencia inmediata» a Dios. Digamos que un luteranismo total.
 Hay dos puntos importantes en la evolución de von Balthasar y son, la «teología de la sexualidad» de Adrienne y su concepción de la iglesia, es decir, el concepto de «Catholica». Adrienne concibe y expresa su relación espiritual con Balthasar, mediante categorías de la sexualidad. Por tanto, la génesis del Instituto secular «Johannes», «es descripta como un periodo de gestación en el que el instituto es el niño, Adrienne su madre y Balthasar el padre». (Communio, 1989).
 Balthasar no aplicaba los criterios teológicos para distinguir el misticismo de Adrienne, sino que compartía con Blondel la nueva noción vitalista y evolucionista de la verdad, y que hacía posible la contradicción en la doctrina católica. Por un lado trabaja para demoler la teología y la Roma católica, y a su vez critica duramente a Karl Rahner y el «complejo anti-romano». Abraza a las religiones paganas pero critica la tendencia a la liquidación que ejercen los católicos post-conciliares.
 La clave está en el idealismo en general y la lógica hegeliana en particular. Lo mismo sucede con Francisco. Esas contradicciones no asustan a von Balthasar ni, a su juicio, deben asustar a nadie, pues sólo son momentos (tesis y antítesis, afirmaciones y negaciones) del proceso que conducirá inevitablemente, por intrínseca necesidad, a la síntesis que es la «Catholica» («la catolicidad que nada omite», la universalidad sin exclusiones de ningún tipo), la verdadera iglesia de Cristo.
 Esta omnicomprensividad, es dada sólo a la Catholica, que es la síntesis, y no a los actuales sistemas (incluidos entre ellos el sistema católico), que son tesis y antítesis destinados a superarse anulándose en la síntesis. A los actuales sistemas se les pide dos cosas: por una parte, para favorecer la síntesis, «la relajación y el deshielo» de su propia rigidez en torno a un punto de vista, que excluya los puntos de vista opuestos. Por otra parte, la «competición», es decir, dejar jugar la «rivalidad» con los demás sistemas, incluidos entre ellos las «formas de cristianismo anónimo».
 Por tanto, los contrastes son esenciales a la realización de dicha comunión, por lo cual si la síntesis de la «competición» se vuelve también ella antítesis, no se dará nunca la síntesis. Por ello la Iglesia Católica no debe «poner entre paréntesis», sino que se debe «integrar». Esa es la «palabra clave» para Balthasar en el «todo católico (= a la Catholica) lo que es juzgado actualmente como «extracatólico».
 En su libro El complejo antirromano, que lleva como subtítulo: ¿Cómo se puede integrar el Papado en la Iglesia universal (= Catholica)? Urs von Balthasar sugiere que la Iglesia debe ser no sólo petrino, sino también paulino, mariana y joánica. Por tanto el primado de jurisdicción definido en el Vaticano I, se desvanece en un vago primado de la caridad, inventado por Balthasar.
 Por ello no es de extrañar que Juan Pablo II, viajara por años por el mundo como San Pablo, explicando a todos los periodistas que él no sólo había recibido el carisma petrino, sino también el paulino. Por tanto, en contra de la FE constante e infalible de la Iglesia, reafirmado por el Papa Pío XI en Mortalium animos, la catolicidad de la Iglesia no es una realidad realizada desde hace unos dos mil años, sino algo que debe realizarse, es una simple «promesa, esperanza escatológica».
 Y la actual Iglesia Católica es un sistema entre tantos, una de las muchas «configuraciones eclesiales», tesis o síntesis (según rechace o sea rechazada) que será superada y anulada por la Catholica. El padre Garrigou-Lagrange, escribió en 1946 «¿Dónde va la nueva teología con los nuevos maestros en que se inspira? ¿Dónde sino por la vía del escepticismo, de la fantasía y de la herejía?».
 Esos nuevos maestros eran Hegel, Blondel, a quien Gastón Fessard (de la banda de Lubac) llamaba «nuestro Hegel». Así como sus amigos llamarían a Alberto Methol Ferré, «Hegel de los cabecitas negras», o «Hegel suramericano».  Cabecitas negras, fue una denominación inventada por el peronismo, con una clara connotación racial y clasista. El Papa Francisco retoma con fuerza esa vieja Nueva Teología, en la que política y religión, no son mundos separados.
 Tiene la misma concepción totalizante que cualquier coránico, pero en cuya Catholica no entra el mercado ni el capitalismo, ni como tesis o antítesis. Francisco tiene la certeza, al modo del determinismo histórico, que él acogerá a todos los desheredados de la tierra.
  El sacerdote Lucio Gera, nacido en Italia en 1924, fue un teólogo y profesor de la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA). Considerado el teólogo más influyente de la segunda mitad del siglo XX en la Argentina y que tuvo una gran influencia en Jorge Bergoglio, quien un año después de su muerte, en 2012, se convirtió en el Papa Francisco.
 Gera fue uno de los fundadores del «Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo», en 1967, fue el redactor de su Reflexión teológica. Este movimiento fue el  antecedente de la «Teología de la liberación» y el padre de la «Teología del pueblo», conformada como una rama autónoma de la Teología de la liberación, siguiendo el principio madre de la opción preferencial por los pobres.
 Lucio Gera emigró a la Argentina con su familia cuando tenía cinco años, fue ordenado sacerdote en 1947, y obtuvo su doctorado en 1956 en la Universidad de Bonn (Alemania). Luego de participar en la Conferencia Episcopal de Medellín, Gera integró la Comisión Episcopal de Pastoral, organismo desde el cual cumpliría un rol decisivo en la elaboración de una nueva teología. La denominada Teología del pueblo se ubicaba dentro del marco de la Teología de la liberación. Junto a Gera se destacaron Rafael Tello y Justino O’ Farrell, Juan Carlos Scannone y Carlos María Galli.
 La teología de Gera fue más oral que escrita, a pesar de escribir mucho, publicó poco. El padre Carlos María Galli reunió varios de sus trabajos más destacados editando sus Obras selectas en dos tomos. Gera destacó la categoría de «pueblo de Dios», más precisamente «de los pueblos», en plural, para atender a las particularidades históricas y culturales de cada uno, en particular del pueblo argentino. En Gera influyó muy fuerte la «Teoría de la dependencia», muy de moda en esos tiempos, con una visión desde la sociología, la política y la economía.
 La Teología del Pueblo hace suya la «opción preferencial por los pobres» de la Teología de la Liberación, pero se aleja de la «lucha de clases», y las sustituye por las de «pueblo» y «antipueblo» y las particularidades que toman las luchas populares y la cultura en Latinoamérica. Cree que a partir de la globalización y la profundización de los procesos de exclusión, la «opción preferencial por los pobres» debe expresarse como «opción preferencial por los excluidos». Con esto tenemos ya a Francisco.
 El padre Juan Carlos Scannone, teólogo jesuita para más inri, fundador de la Filosofía de la liberación y de la teología del pueblo, dijo que Francisco tomó su noción de «pueblo» como «figura poliédrica» en la que cada cultura tiene algo que aportar a la humanidad y donde se respetan las diferencias. Scannone trabajó en un documento para la publicación de la encíclica Evangelii Gaudium, «donde aparece clarísimo todo su enfoque».
 La palabra «pueblo» es utilizada 164 veces en la Evangelii Gaudium, y es el sustantivo más utilizado de todo el documento. El Papa habla de pueblo de Dios y de pueblo fiel de Dios, como solía usar en Buenos Aires. Según Scannone, en los 80, ya se distinguía cuatro corrientes de la Teología de la Liberación, «dentro de las cuales está la teología argentina del pueblo, pero que nunca de ninguna manera tuvo nada que ver con la marxista.»
 Las categorías que explican la historia, sin acudir a categorías liberales o marxistas, de acuerdo a Scannone, «son de tipo histórico cultural, sacadas de la historia y la cultura latinoamericana. La teoría del pueblo es muy de Bergoglio, sobre todo aplicada al Pueblo de Dios». La principal analogía para hablar de Pueblo de Dios, considera Scannone, es la de pueblo nación.
 El padre Boasso, dice: «De hecho en América Latina los  que más conservan la cultura del propio pueblo, los valores del pueblo nación, son los pobres. Y eso es muy típico de Bergoglio también. Siempre va a decir la Nación, pero sobre todo los pobres, los más necesitados. Tanto porque son los más necesitados, y porque son además los que más conservan esa noción de pueblo (…)». Leonardo Boff, dice que la categoría del Pueblo de Dios viene más de la noción de pueblo-clase, o de pueblos como clases populares.
 Scannone sostiene, que el pensamiento que inspira al Papa no es la de clase, como indica Boff, sino la de pueblo nación. Señala Scannone, que «El pueblo de Dios y los pueblos de la tierra», es central en el pensamiento de Gera y para la Teología del Pueblo. La cultura juega un papel clave, porque desde la cultura se piensa a ese pueblo, «por eso la importancia que tiene para la Teología del Pueblo la evangelización de la cultura y la inculturación del Evangelio; es una cuestión teológica y pastoral, y eso es muy Bergoglio.»
 Según Galli, el tema de la Cultura ya estaba en el Concilio. Pero el tema de la religiosidad popular llega al Sínodo de la evangelización (1974) a través de obispos latinoamericanos, que ya conocían la teología de la COEPAL y de Gera. Y luego, fue sobre todo Eduardo Pironio, luego Cardenal, quien hizo de mediación entre el Sínodo y la recepción de ese tema por Pablo VI en Evangelii Nuntiandi, quien lo lleva por primera vez al nivel del magisterio universal.
 El Papa Francisco, también reconoce a monseñor Víctor Fernández, a quien consultaba en Buenos Aires. Lo mismo a Enrique Angelelli, Obispo argentino muerto durante la última dictadura militar, en cuya diócesis daba refugio a guerrilleros marxistas. «El predicador necesita también poner un oído en el pueblo, para descubrir lo que los fieles necesitan escuchar. Un predicador es un contemplativo de la Palabra y también un contemplativo del pueblo», dice Francisco en el punto 154, de la Evangelii Gaudium, evocando al «un oído en el pueblo y otro en el Evangelio», del Obispo Angelelli.
 No voy a hacer un juicio sobre Lucio Gera, me voy a remitir a lo que dijo Leonardo Castellani, sacerdote jesuita, quien había sido expulsado de la orden y muchos años después se autorizó su readmisión pero que él no aceptó. El padre Castellani, fue filósofo, teólogo, escritor, participó en la vida política. Estudió en la Universidad Gregoriana de Roma, en la Sorbona de París, fue alumno de Emile Brehier, estudió en Austria y Alemania.
 Se presentó en Roma al examen Ad Gradum, al que se postulan por siglo uno o dos candidatos. Se graduó con notas sobresalientes y obtuvo el título más elevado que otorga la Iglesia Católica a sus doctores. Ese título es llamado «diploma bulado», ya que lleva el sello de plomo de las bulas papales. En 1931, el Papa Pío XI y el General de la Compañía de Jesús, P. Wladimir Ledochowski, acreditaron con sus firmas que Leonardo Castellani S.J era «Doctor Sacro Universal» cum licentia ubique docendi.
 Título que lo habilitaba a enseñar filosofía y teología en cualquier universidad católica del mundo, sin necesidad de reválida, y también publicar sus libros o escritos sin censura previa. Aunque luego sufriera censura. Un título como el suyo, no existía desde el descubrimiento de América por Cristóbal Colón. En 1964 escribió una novela titulada: Juan XXIII (XXIV) Una fantasía. Una novela que curiosamente es como un anticipo del Papa francisco. Digamos también, que Francisco, se plagió muchas frases e ideas de él.
 Aquello de «sed sacerdotes con olor a oveja», «Iglesia autorreferencial», «acudir a las periferias», etc. El periodista Juan Manuel de Prada, lo descubrió hace una década y lo estuvo dando a conocer en Europa. Castellani, era un nacionalista católico, fuerte crítico del liberalismo y del comunismo. Fue uno de los cuatro intelectuales invitados a una cena con la junta militar, junto a Ernesto Sábato, Borges, pero fue el único que se atrevió a pedir por los periodistas y escritores izquierdistas perseguidos y desaparecidos.
 Castellani no tuvo la protección de sus superiores, a diferencia de Bergoglio que fue protegido por el Superior General, el padre Pedro Arrupe. El Papa Negro, más rojillo que negro, quien abrió las puertas de la orden a los marxistas. Un Arrupe defenestrado por Juan Pablo II y readmitido con honores por Francisco, y que en algunos años será elevado a los altares como Santo.
 Los escritos de Lucio Gera y sus compañeros de militancia preocuparon al menos a dos obispos argentinos de entonces, quienes le pidieron una opinión a Leonardo Castellani. La crítica a Gera es breve, áspera y por momentos sarcástica. No obstante, distingue dentro del movimiento tercermundista dos sectores: uno, abiertamente modernista; otro, confuso y politiquero.
 «El Tercer Mundo es algo más difícil: es un mo­vimiento como ellos se llaman, o partido político como ellos no quieren los llamen, aunque usan los procedimientos de los antiguos partidos, como ser asambleas, elecciones, comités y proclamas. Son 400 sacerdotes, según dice el libreto Sacerdotes para el Tercer Mundo, firmado por los Pbros. Bresri y Concatti, de 160 páginas, sin pie de imprenta y con una prelusión de Mons. Antonio Devoto, obispo. Son 31 documentos, o sea proclamas precedidas de una breve crónica y seguidos de una "Reflexión Teológica" a cargo del Pbro. Lucio Gera. Todas son respuestas, exhortaciones y admoniciones a los obispos, sobre todo al actual gobernante de la Arquidiócesis; y al inactual general Onganía, pues con Levingston todavía no han empezado.»
 «Su len­guaje es el de los políticos, mezclado con el de los pastores protestantes; y han hecho ya más procla­mas que Balbín. La autoridad invocada son los Evangelios; la bandera enarbolada es la liberación de los pobres; la meta es la reforma de la Iglesia o si acaso la fundación de otra nueva; la Carta Magna es Medellín.» 
 «Si esto no es política, que venga Dios y lo diga; no otra cosa dicen y hacen los socialistas. Lástima que la doctrina de ellos sea mala; pero así y todo, prefiero antes que a Lucio Gera a Leónidas Barletta, que al menos sabe escribir. Una de esas pro­clamas dice netamente que lo que ellos quieren es un socialismo auténtico. Se atribuyen al menos os­curamente el don de profecía, evocan la futura re­volución y citan al voleo a San Basilio, Medellín, Paulo VI y diversas conferencias episcopales.» 
 «Para no ser mero panfletario, aquí habría que detenerse a alabar las buenas intenciones, las algunas verdades enunciadas, la preferencia evan­gélica por los menesterosos, y el amor a Córdoba, a Tucumán, la América Latina y Reconquista, mi pueblo natal. Pero el triste caso es que no dispongo aquí del espacio (29 páginas) de que dispone Lu­cio Gera en la revista Víspera, uruguaya, y Cris­tianismo y Revolución, Nº 25, de Buenos Aires, pa­ra su caudaloso “Apuntes para una interpretación de la Iglesia Argentina”.» 
 «Este (Gera) es el más letrado y entitulado de los escritores de ambas caudalosas revistas que son una sola. Para entrar en el fiero y fosco follaje de estos Apun­tes, ahí sí que no alcanzan ni el espacio ni el tiem­po ni las ganas. Suerte que la cosa se puede arreglar con una palabra: "No sabe lo que se pesca".»
 «Si usted lo lee con atención, verá que en el fondo no dice nada, de modo que el artículo oriental-argentino viene a ser un vacío mal envuelto; envuelto en un lenguaje confuso, abstruso y pedantesco, que parece mal alemán mal traducido.
 "En razón de este ele­mento nuclear vital, interno de la Iglesia, la, co­munidad creyente se torna portadora de una es­tructura institucional y sujeto de acontecimientos. Cuando el núcleo místico de la fe (Iglesia-Misterio) se manifiesta en su sacramentalidad, la expe­riencia interior... se torna epifanía... la vivencia contemplativa se dobla en acción creativa de la historia..."
 Dice por ejemplo en la parte V, capí­tulo 10, Marco teórico de las contradicciones.»
 «Esto sí que no puede destruir la Iglesia Constantiniana, pero puede destruir si acaso la lengua de Cervantes. Para saber si esta realidad inmensa que es la Iglesia está o no en "decadencia", éste tendría que ser Francisco de Sales y Francisco Javier en uno. Haber gobernado una diócesis 50 años, haber recorrido el mundo y tanteado por todos lados. Pe­ro los dos Franciscos se limitaron a convertir a cuantos protestantes o idólatras toparon dentro del círculo de su acción; y todos los abusos y "contra­dicciones" que topaban, dejárselas a Dios que po­día más que ellos.» 
 «Una cosa es predicar y otra cosa es dar trigo. Estos predican bien; pero; ¿dan trigo? Nunca lo he visto. Al contrario, conozco dos de ellos que en vez, de distribuir trigo, atrojan. Segundo, la trabajosa definición de esa decadencia se sitúa en lo administrativo, organizativo y na­da vivo, sino meramente en lo mecánico, en la mecánica accidental de la Iglesia externa. La cau­sa no puede estar allí: la causa tiene que ser moral.
 Es como si Jesucristo hubiese predicado que el Sa­nedrín debía constar de 53 miembros en vez de 40, la elección de Sumo Sacerdote hacerse más de­mocrática y el sacrificio matutino volverse vesper­tino cambiando todo el ritual de hebreo a arameo; y además echar cuanto antes a los romanos. Jesucristo gritó contra la ambición y la soberbia religiosa que hoy llamamos fariseísmo. Si hay ma­les hoy en la Iglesia, de allí han venido siempre.»
 «¿Y todo este bochinche acabará? Ciertamente acabará. ¿Y cuándo? Eso sí que no lo sabe ni Gera ni yo, ni Monseñor Aramburu ni los ángeles del cielo.»

 Voy a recurrir nuevamente a Sandro Magister, para señalar lo que piensa sobre el Papa Francisco.
Bergoglio político. El mito del pueblo elegido
El Papa de la misericordia es también el de los «movimientos populares» anticapitalistas y antiglobalización. Muere Castro, gana Trump, caen los regímenes populistas sudamericanos, pero él no se rinde: está seguro de que el futuro de la humanidad está en el pueblo de los excluidos.
Por Sandro Magister
ROMA, 11 de diciembre de 2016 – Es evidente que el pontificado de Francisco tiene dos pilares: el religioso y el político. El religioso es la lluvia de misericordia que purifica a todos y a todo. El político es la batalla a escala mundial contra "la economía que mata", que el Papa quiere combatir junto a esos "movimientos populares" -la definición es suya-, en los que ve brillar el futuro de la humanidad.

Es necesario remontarse a Pablo VI para encontrar otro papa familiar con un diseño político orgánico, en su caso el de los partidos católicos europeos del siglo XX: en Italia, la DC de Alcide De Gasperi y en Alemania, el CDU de Konrad Adenauer. Jorge Mario Bergoglio es ajeno a esta tradición política europea, ya desaparecida. Como argentino, su humus es otro muy distinto. Y tiene un nombre que en Europa tiene una acepción negativa, pero no en la patria del Papa: populismo.
Mientras tanto asistimos a un revés tras otro de las izquierdas populistas sudamericanas hacia las que Bergoglio manifiesta tanta simpatía: en Argentina, en Brasil, en Perú, en Venezuela.
Para consolar parcialmente al Papa, llega de este último país el nuevo superior general de la Compañía de Jesús, el padre Arturo Sosa Abascal, que ha escrito y enseñado toda la vida política y ciencias sociales, y que fue marxista en su juventud y luego defensor de la llegada al poder de Hugo Chávez, es decir, de la persona que ha llevado al “pueblo” venezolano al desastre.
Pero para alterar la política del Papa Francisco han llegado también la muerte de Fidel Castro y la elección de Donald Trump; éste sorprendentemente votado precisamente por los "excluidos" de la gran industria capitalista.
Esta nota fue publicada en L'Espresso n. 50, del 11 de diciembre de 2016, en la página de opinión titulada «Settimo cielo» confiada a Sandro Magister.
 En otro artículo escribe Magister, sólo voy a citar el encabezado:
Da Perón a Bergoglio. Col popolo contro la globalizzazione.
(De Perón a Bergoglio. Con la gente contra la globalización.)
Le elezioni presidenziali in Argentina richiamano l'attenzione sulla visione politica di papa Francesco. Il suo entusiasmo per i "movimenti popolari". L'utopia di una nuova Internazionale comunista e "papista".
 En el ADN del Papa Francisco está ese peronismo populista izquierdista y fascista, está en su folclore, en su lenguaje. Un lenguaje que lo traiciona y sale el peronismo original y primitivo, ese de las bandas armadas fascistas, que exudaban lo más violento de ese movimiento. En una entrevista al diario El País, dijo lo siguiente:
 «Porque los sistemas liberales no dan posibilidades de trabajo y favorecen delincuencias. En Latinoamérica está el problema de los cárteles de la droga, que sí, existen, porque esa droga se consume en EEUU y en Europa. La fabrican para acá, para los ricos, y pierden la vida en eso. Y están los que se prestan a eso. En nuestra patria tenemos una palabra para calificarlos: los ‘cipayos’. Es una palabra clásica, literaria, que está en nuestro poema nacional. El ‘cipayo’ es aquel que vende la patria a la potencia extranjera que le pueda dar más beneficio. Y en nuestra historia argentina, por ejemplo, siempre hay algún político ‘cipayo’. O alguna posición política ‘cipaya’.»
 La utilización de la palabra cipayo como descalificación, es parte del vademécum de Perón, no es que fueran ideas de él, siempre se las ingeniaba para robárselas a otros. Su famosa frase de «la única verdad es la realidad» fue tomada de una idea de Jaime Balmes. Gustaba repetir frases robadas a los griegos, es decir, a los griegos de antes, con los griegos de ahora hasta él saldría esquilmado. En sus célebres mítines le hablaba a sus cabecitas negras del frontispicio, mientras estos rugían sin saber que cuernos era eso.
 Esa alusión a los cipayos se dio en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, cuando las potencias aliadas estaban atentos a los coqueteos del gobierno argentino, y de su candidato Juan Perón, que entonces ejercía de Secretario de Trabajo y Previsión, y ministro de Guerra. El Departamento de Estado norteamericano publicó el Libro Azul, detallando los vínculos entre el gobierno militar argentino y los intereses políticos y económicos de la Alemania nazi. Mientras en las calles se sucedía la dialéctica de los puños y las pistolas, como dijo alguien en España, al grito de muerte para los cipayos y vendepatrias.
 Mientras continuaban los canticos de «Patria sí, colonia no», «La violencia de arriba engendra la violencia de abajo», «Para los amigos todo, para los enemigos, ni justicia», el famoso cinco por uno para llegar a «Alpargatas sí, libros no». En medio de todo ese cambalache peronista, Jorge Mario Bergoglio, había optado por la barricada contraria a esos liberales, cipayos, y que valoran el dinero que luego como sumo Pontífice lo calificaría como: «estiércol del diablo».
 ¿Quiénes fueron los cipayos? Rudyard Kipling, fue quien le rindió homenaje en su poema Gunga Din. El nativo Gunga Din fue un aguador del Ejército británico en la India que perdió su vida para alertar y salvar a una patrulla, con un toque de clarín, cuando la secta de Los Estranguladores estaba por emboscarlos. El jefe del regimiento lo despidió ante su tumba con el último verso del poema: «Tú eres mejor hombre de lo que soy yo.»
 Bergoglio que gustaba leer literatura comunista de manos de su profesora marxista paraguaya, parece que no se enteró lo que dijo Marx al respecto. Quien en La dominación británica en la India, The New York Daily Tribune, 25/6/1853, explicó el papel civilizador de los británicos y sus cipayos:
«No debemos olvidar que esas pequeñas comunidades estaban contaminadas por las diferencias de casta y por la esclavitud, que sometían al hombre a las circunstancias exteriores en lugar de hacerle soberano de dichas circunstancias, que convirtieron su estado social que se desarrollaba por sí solo en un destino natural e inmutable, creando así un culto embrutecedor a la naturaleza, cuya degradación salta a la vista en el hecho de que el hombre, soberano de la naturaleza, cayese de rodillas, adorando al mono Hanumán y a la vaca Sabbala.
Bien es verdad que al realizar una revolución social en el Indostán, Inglaterra actuaba bajo el impulso de los intereses más mezquinos, dando pruebas de verdadera estupidez en la forma de imponer esos intereses. Pero no se trata de eso. De lo que se trata es de saber si la humanidad puede cumplir su misión sin una revolución a fondo en el estado social de Asia. Si no puede, entonces, y a pesar de todos sus crímenes, Inglaterra fue el instrumento inconsciente de la historia al realizar dicha revolución.»
 «Todo en su medida y armoniosamente», repetía Perón como una letanía, dicho que corresponde, si no me equivoco a Pericles. La medida (según Eloy Martínez), eran las órdenes de Perón, y armoniosamente, la metralleta. Y la única verdad (según él) que era la realidad, pasaba a ser el peronismo por ser mayoritario, y la forma de vida peronista.
 Entiendo que a Bergoglio le importe más las alpargatas que los libros, pero un poco de lectura no le vendría mal. Debería leer a Marx y no a sus comentaristas. Y dejarse de esas vulgaridades de la Teología de la Liberación, de la Teología del Pueblo, de los pobres, de ese ápeiron que conforma su cabeza. O para decirlo en términos más ítalo-argentino, ese tutti frutti, que es una mescla de filosofía alemana vía Urs von Balthasar y mito de la cultura, el tercermundismo totalitario y la patria grande. Y dejar de confundir a los millones de fieles de todo el mundo.
 Quiero aclarar que no soy creyente, estoy alejado de cierto tipo de mitos, ni necesito de ellos para vivir, y cuando hablo de la Doctrina Social de la Iglesia u otras cuestiones de la Iglesia Católica, el único fin que persigo es comparar la Doctrina Católica con lo que no es. Cosa que ya lo hacen con mayor autoridad un grupo internacional de sacerdotes católicos, Denzinger en mano (Manual de Teología Dogmática), para mostrar como Francisco se aleja de la doctrina católica. Tampoco es mi responsabilidad que les haya caído del cielo (Argentina) un papa peronista.
 No me interesa su filosofía ni su teología, más que como referencia para intentar una explicación de sus actos. Ni me interesa Hans Urs von Balthasar, ni de Lubac, Rahner, Congar, Przywara, Massimo Franco, Ugarte, Methol Ferré, Scannone, Galli, ni Lucio Gera, sus formulaciones teológicas no son más que palabrería de quienes creen tener la llave del universo. En realidad todo eso no es más que paja, como dijo Santo Tomás de Aquino a su fiel Reginaldo.
                                                               Chicago, Estados Unidos, junio de 2019.