La
filosofía alemana y el mito de la cultura
Ricardo Veisaga
En enero
del 2005, cuando era inminente la muerte del Papa Juan Pablo II, recibí desde
un periódico de Italia un correo electrónico, con una breve y simple pregunta:
¿Qué formación política tiene el Cardenal Jorge Mario Bergoglio? Ese dato fue
suficiente para comprender que mi compatriota era el más serio contrincante del
Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio), el
Cardenal Joseph Ratzinger. También entendí lo difícil que significaba correr
contra el «caballo del comisario», es decir, Juan Pablo II.
Mientras se
desarrollaba el cónclave, en una reunión comenté esta posibilidad y los
presentes me miraron como si estuviera alucinando. Años después, luego de la
renuncia de Benedicto XVI y posterior elección de Bergoglio, algunas de esas
personas entonces presentes en aquella reunión me recordaron lo que había dicho
en el 2005. Obviamente que no soy un profeta, rechazo las profecías,
simplemente estaba informado y supe atar ciertos cabos. La elección de
Francisco como Papa fue una sorpresa para mí, por su edad avanzada, no por otra
cosa.
Decía que la
pregunta formulada por el periodista italiano era simple, no así la respuesta. Podría
haber respondido simplemente, es peronista. Pero explicar lo que es un
peronista lleva su tiempo, especialmente para los no iniciados en la política
argentina. También esa explicación lleva inevitablemente a discusiones que no tengo
ganas de sostener, principalmente con los peronistas, por aquella oportuna advertencia
de Jorge Luis Borges, «el peronista no es bueno ni malo, es incorregible.»
El peronismo fue y
es un cajón de sastre (una bolsa de gatos, dirían muchos), en el movimiento había
gente de todas las extracciones ideológicas, unos querían la patria socialista,
otros la patria peronista, la sindical, la fascista y para acabar la «Patria Grande»,
ese engendro izquierdista. Perón decía que en el movimiento había gente de
izquierda y derecha, pero que él, como el Padre eterno estaba por arriba ¿Para
conducirlos armoniosamente?
La elección de un
Papa no depende de un supuesto espíritu santo, que en esos días se desplegaría
sobre el Vaticano en forma de paloma o del ave con el que se lo represente. Todo
aquel que se dedica al análisis de cuestiones de carácter internacional, no
puede ignorar tanto su formación religiosa como política. En especial en alguien
que va a liderar a una institución que congrega a millones de personas en todo
el mundo. Es una elección con connotaciones políticas de enorme magnitud.
Y no me refiero a
lo que erróneamente en su gran mayoría llaman «geopolítica vaticana». En primer
lugar, discrepo con la utilización del término «geopolítica» si con esto se
alude a las relaciones internacionales y la lucha política entre Estados. Y
para que exista una lucha de poder político internacional, el Estado debe tener
una capa cortical. Que no es el caso del Vaticano, como lo fue en el pasado, cuando
tenía tropas y combatía, ahora es más bien una poderosa ONG multinacional conservando
ideas metafísicas.
Luego de la
ordenación de Jorge Mario Bergoglio como Papa, mucho se habló sobre su
pertenencia política a un sector interno del peronismo, Guardia de Hierro. El
nombre de este grupo interno del peronismo estuvo inspirado en la Guardia de
Hierro (Garda de Fier), un movimiento rumano de corte fascista,
ultranacionalista, clericalista y antisemita, que luego se convertiría en un
partido político y que tuvo existencia entre 1927 y 1941.
Fue fundado con el nombre de Legión de
San Miguel Arcángel, en 1927 por Corneliu Zelea Codreanu y estuvo bajo su
mando hasta su muerte en 1938. En 1931, Codreanu formó la Guardia de Hierro,
una rama paramilitar y política de la Legión, y sus seguidores eran llamados
«legionarios». Tras un fallido golpe de Estado en contra del dictador Ion Antonescu,
el movimiento fue perseguido y disuelto con el apoyo de Hitler en
1941.
La Guardia de Hierro peronista fue fundada en
1961, por el «Gallego» Alejandro Álvarez, Héctor Tristán, que venían de la
izquierda, y César Marcos. Este último junto a Tristán eran dirigentes
históricos de la denominada resistencia peronista, una organización de izquierdas
que buscaba el retorno de Perón. Para evitar ser tachados de fascistas,
argumentaban que la idea de Guardia de Hierro, consistía en ser los custodios
de Puerta de Hierro, como se llamaba la residencia de Perón en Madrid. Guardia,
una organización (conocida popularmente como la orga), fue pensada en los '70, para representar intelectualmente a
la derecha peronista.
Los guardianes se habían propuesto ser los
templarios de la doctrina justicialista. La guardia, según Pablo Pozzi, «se
proponía como una organización auténticamente peronista, sin cuestionamientos
ideológicos, y consideraban que el peronismo era lo que la Doctrina Peronista
planteaba. Como consecuencia de lo mismo se asumieron como una herramienta al
servicio de la conducción». Lo que buscaba la Guardia era adoctrinar a los
militantes.
Y los libros que se leían iban desde Hegel,
pasando por Mao hasta Perón, cuyo libro «La comunidad organizada», era la
biblia de los guardianes. Muchos ignoran que la doctrina del Movimiento
Nacional Justicialista (peronismo), era la Doctrina Social de la Iglesia.
Doctrina incorporada seguramente por los pocos nacionalistas católicos que en
función de intelectuales se sumaron a Perón, cuyos nombres son conocidos por
muchos. La casi absoluta mayoría de los peronistas no saben ni conocen lo que
es la Doctrina Social de la Iglesia. Y el libro «Comunidad Organizada», está tomada
de la doctrina de los «cuerpos intermedios» de la (DSI).
La DSI no acepta el estatismo de corte
socialista que implementó el peronismo, y su principio clave es el principio de
subsidiariedad. Lo único subsidiario que aplicó Perón fue encargar a los
Montoneros el accionar terrorista, secuestrar, colocar bombas, asesinar, robar
bancos, para forzar su regreso a la Argentina. Guardia de Hierro bebía de las
fuentes del nacionalismo y en sintonía con Perón, en teoría predicaban la
armonía de clases, la separación del imperialismo yanqui y de la URSS y la
supresión del comunismo por ser una ideología materialista.
Luego de la entrevista con Perón en Madrid en
el año 1967, la Guardia abandona la idea original de la guerra popular
prolongada y se definen como retaguardia estratégica y como soldados de Perón. Tienen
una concepción caudillista de la política y hablan de una línea histórica, según
ellos, de San Martín, Rosas y Perón, como la línea nacional en concordancia con
el revisionismo histórico.
En 1971 se fusionan con el Frente Estudiantil
Nacional, de izquierda, de Roberto «Pajarito» Grabois, luego guerrillero. Cito
a Grabois ya que su hijo Jorge (el pajarito), es uno de los referentes
políticos del Papa Francisco, en Argentina.
En 1969, a los 33 años, Mario Jorge Bergoglio es
ordenado sacerdote. Una versión sostiene que muy poco tiempo después ingresó a
militar en Guardia de Hierro. Otros lo niegan, incluso antiguos miembros de la
orga, lo que no se puede negar es su afiliación peronista. Hasta no hace mucho
en algunos sitios en internet se podía ver una foto suya luciendo el escudo del
peronismo (PJ). En 1973, Bergoglio fue designado, a los 36 años, provincial de
los jesuitas de la Argentina y permaneció en el cargo hasta 1979.
Entonces la Universidad del Salvador era
propiedad de los jesuitas. Durante el papado de Pablo VI, circulaba una orden para
deshacerse de los institutos de enseñanza en todo el mundo. En 1973 la orden
jesuita había nominado a Bergoglio como muestra de acercamiento al peronismo.
Nadie tenía dudas de que Bergoglio, como el padre Hernán Benítez que pertenecía
a la misma orden, tenía una profunda afinidad peronista. Algunos interlocutores
políticos recuerdan sus reflexiones con frases completas de Perón, Evita o el
ultraizquierdista John William Cooke.
Al ser designado Bergoglio, titular de la
Compañía de Jesús, delegó en sus camaradas civiles de Guardia de Hierro la
dirección de la Universidad del Salvador. El abordaje a la dictadura militar lo
realizaron desde ese lugar. Ellos consideraban que era necesaria una
construcción nacional para una inserción regional y ese constructo político
debía tener como base al país, idea típica de los movimientos nacionales de
América del Sur a partir de 1930 cuando surge el liderazgo de Getulio Vargas en
Brasil.
Guardia era considerado por cierta izquierda
de base estalinista, como una organización de derecha. En 1973, cuando
Montoneros competía por ser la mayor organización del país, se estigmatizó a
organizaciones políticas que no confluían hacia el espacio de Mario Firmenich.
Así, Guardia de Hierro fue calificada de derecha. Desde ese escenario
académico, Guardia de Hierro se vincula con el ex comandante en jefe de la
Armada, Emilio Eduardo Massera. Uno de los tres jefes del golpe militar en
Argentina en 1976.
Posteriormente, los vínculos de Guardia de
Hierro se hacen público en noviembre de 1977, cuando la Universidad jesuita del
Salvador le otorga el título de «doctor honoris causa», según se dice, por
pedido del propio Bergoglio. Esto no está sujeto a controversia, ya que para
esa fecha el actual Papa era provincial de la congregación jesuita. El propio
Alejandro Álvarez, confirmó luego de establecer que hubo un vínculo con
Bergoglio, y que no pertenecía a Guardia de Hierro: «No, no es cierto eso. Lo
único es que él fue amigo nuestro durante un tiempo». Y agregó que «fue
peronista toda su vida».
«Lo que ocurre es que nosotros teníamos una
cantidad de compañeros aptos para manejar la universidad, que es lo que
aprovechó la Compañía de Jesús para desprenderse de la universidad que le
pesaba. Lo único que pensó Jorge Bergoglio fue preguntar las posibilidades de
una política que había sido fijada por nosotros de antemano, y no abandonar la
universidad a un grupo de laicos».
Guardia de Hierro en pleno apogeo del
peronismo, en 1973, llegó a tener unos diez mil miembros, entre ellos tenían
militantes de origen árabe o judío, típico en una Argentina multinacional, y la
gran mayoría habían tenido militancia en el partido comunista. Se puede afirmar
que su peronismo contenía ideas que buscaban la unidad latinoamericana, algo
que ya habían ensayado algunas corrientes jesuíticas en el sur de América.
Una unidad para replantear la justicia social
y la solidaridad en vista de una nueva humanidad que se construya a sí misma.
En realidad, hay que decir, que los jesuitas fueron multiculturalistas,
aprendieron el idioma de los nativos, para no contaminarlos con lo europeo y
mantenerlos aislados.
Es en ese contexto que el jesuita Jorge Mario
Bergoglio, se une a una organización política, que como toda organización política
se encuentra proscripta durante el régimen militar que gobernó Argentina entre 1976
y 1983. Hay algunas hipótesis al respecto, una de ellas sostiene que una vez
producido el golpe de estado militar en 1976, Guardia de Hierro se convierte en
uno de los nexos del peronismo de derecha con los militares. Pero no con el
Ejército o la Fuerza Aérea sino con la Marina, con el Almirante Emilio Eduardo
Massera.
La organización negocia directamente con la
Marina, es decir, con Emilio Eduardo Massera. En el año 1975, Jorge Bergoglio
nombró en la Universidad del Salvador a dos miembros de Guardia de Hierro:
Francisco «Cacho» Piñón y a Walter Romero. Piñón fue quién le entregó en el año
1977 la designación de Profesor Honoris Causa al almirante Emilio Eduardo
Massera. Ese mismo año la organización es puesta formalmente bajo la conducción
del Capitán de Marina (RE) Carlos Bruzzone, como parte de las fuerzas políticas
de apoyo a un Massera que quería encolumnar detrás suyo al peronismo.
El ex Jefe de la Armada tenía aspiraciones
políticas, se llegó a creer que era el nuevo Perón, entre sus círculos
políticos lo llamaban «el Negro». Organizó un partido político, el Partido para
la Democracia Social, en la que convergían montoneros con el síndrome de
Estocolmo, quebrados bajo tortura en la Escuela de Mecánica de la Armada
(centro detención). La disidencia Montonera encabezada por Eduardo Galimberti
y, por cierto, Guardia de Hierro. El honoris causa de la Universidad del
Salvador ayudaba a ese propósito político.
Acabado el régimen militar, al hacerse público
el honoris causa que le otorgara la Universidad del Salvador a Massera,
constituyó una vergüenza para el mundo académico. Los datos de la distinción
desaparecieron misteriosamente de los archivos de la Universidad. En ella
constan las firmas de quienes lo propusieron y las motivaciones para el
doctorado. Así, se quiso borrar un hecho vergonzante, en el que el cardenal
Bergoglio, actualmente Papa Francisco, tuvo una responsabilidad ineludible.
En el libro «Guardia de Hierro» del periodista
Alejandro C. Tarruella, se hace referencia a la participación política de algunos
sacerdotes en los setenta. Uno de los puntos del capítulo IV se denomina «Ahí
vienen los curas» y dice:
«Julio Bárbaro estudiaba simultáneamente
Agronomía y Ciencias Políticas y era uno de los tipos más mediáticos del
panorama estudiantil, junto a Roberto ‘Pajarito’ Grabois, el líder del Frente
Estudiantil Nacional (FEN). Presidía el humanismo en El Salvador desde el ´66,
donde los jesuitas tenían al menos dos líneas: una, que iba en camino de la
formación de los Montoneros –a la que no era ajeno el jesuita Alberto Sily- y
otra que lideraba Jorge Bergoglio, cura peronista cercano a Guardia (de
Hierro), que llegó al Arzobispado luego de actuar en favor de muchos militantes
en los años de la dictadura.»
La doctrina social de la Iglesia, fue una
respuesta contra la organización del movimiento obrero bajo las ideas del
socialismo. La iglesia latinoamericana tercermundista intentó darle un
contenido marxista, pero Guardia de Hierro se alineó con políticas derechistas
bajo los principios dictados por Perón, quien en el exilio había virado hacia
la derecha y reivindicaba la doctrina social de la iglesia. Y daba vía libre a
la ortodoxia peronista contra las izquierdas enquistadas en el partido.
Con este breve repaso quise exponer el pasado político
peronista del sucesor de Pedro, sus raíces en el llamado nacionalismo popular latinoamericano,
de signo izquierdista. Pasado que va desde su juventud, en la doctrina
peronista de Guardia, en Baldomero Manuel Ugarte, un escritor, diplomático y
político argentino, nacido en 1875, en Buenos Aires, y fallecido en 1951,
en Niza. Ugarte militó un tiempo en el Partido Socialista y fundó y
editó el diario La Patria y
la revista Vida de hoy. Entre
1897 y 1903 residió en París, en este tiempo formó su pensamiento socialista e hispanoamericano.
Durante su estadía en New York, en 1898, dicen
sus biógrafos, al estudiar la historia norteamericana descubrió que los EE.UU.
habían ganado territorio a costa de países vecinos y percibió que ese apetito
territorial estaba lejos de haber sido saciado. Digamos que la visión de Ugarte
frente a los imperios era progre o buenista. Pero es en Estados Unidos donde
Ugarte consolidó las dos columnas de su ideología: por un lado un fuerte antiimperialismo y
por el otro, la necesidad de construir la Unidad Latinoamericana.
Ugarte retoma la idea de José de San
Martín y Simón Bolívar respecto a la unidad de los ex virreinatos
de raíces españolas en una Federación Latinoamericana, en sintonía con la idea
del exiliado León Trotski, de los «Estados Socialistas de América Latina». En clara
oposición a la propuesta por el Departamento de Estado de EE.UU. Ugarte veía en
esa idea los designios del imperialismo de Estados Unidos para establecer
pequeños países de escaso peso político y someter a toda América a su
supremacía.
Luego del triunfo del peronismo el
24 de febrero de 1946 decidió el regreso a su patria. El 31 de mayo, fue
recibido por el presidente Perón y en septiembre de 1946 fue designado
embajador extraordinario y plenipotenciario en México. México era el país donde
tenía amigos y discípulos. En agosto de 1948, tuvo algunas diferencias con
funcionarios de la embajada en México, y es designado en Nicaragua, donde permaneció
poco tiempo y a inicios de 1949 fue nombrado embajador en Cuba.
En 1949, Perón en un intento por recomponer
relaciones con los EEUU, reemplazó al ministro de Relaciones Exteriores, Juan
Atilio Bramuglia, de tendencia socialista, por Hipólito Paz un
conservador. Esto fue inaceptable para Ugarte y presentó su renuncia al cargo. En
noviembre de 1951 regresó a Buenos Aires para votar por la reelección de Perón.
Luego de la reelección regresó a Madrid para luego instalarse en Niza donde
falleció el 2 de diciembre.
Francisco también abreva en el polifacético
intelectual mexicano José Vasconcelos, una veleta que giraba de acuerdo a los
vientos políticos, pero esta vez en ese Vasconcelos del año 1923, cuando pronunció
el discurso en la Facultad de Humanidades de Santiago de Chile, el día en que
se le concedió el grado de profesor honorario. «Yo veo la bandera
iberoamericana flotando una misma en el Brasil y en Méjico, en el Perú y la
Argentina, en Chile y el Ecuador, y me siento en esta Universidad de Santiago,
tan cargado de responsabilidades con el presente, como si aquí mismo hubiera
pasado todos mis años.»
Alberto Methol Ferré, nació en Montevideo,
Uruguay, en el año 1929, y falleció en 2009. Estudió Derecho y Filosofía. Fue
profesor de Historia de América Latina, de Historia Contemporánea y Teoría
de la Historia en la Universidad Católica, la Universidad de Montevideo y
en el Instituto Artigas de Servicio Exterior. Fue el fundador y coordinador de
la revista uruguaya Nexo, e
integró el comité de redacción de la revista Víspera.
Políticamente formó parte de las filas
de Luis Alberto Herrera, fue asesor del movimiento ruralista de Benito
Nardone. En la década del 60 fue integrante del partido político de
izquierda Unión Popular, liderado por Enrique Erro. También integró en
1971 el grupo de asesores del general Líber Seregni (un militar de
izquierda), cuando la fundación del partido Frente Amplio.
Methol Ferré, fue un admirador de Juan Domingo
Perón. Él mismo lo confiesa: «En el fondo uno es hijo de sus primeros amores;
los primeros amores no se dejan nunca y en la vida política, ocurre lo mismo.
Mis primeros amores fueron dos: el Dr. Luis Alberto Herrera en Uruguay y el
Coronel Juan Domingo Perón en la Argentina, allí por el año 1945 cuando me
empezaba a asomar a la vida pública.»
Ferré tuvo un papel importante en la Iglesia
Latinoamericana, una iglesia izquierdizada. Entre 1975 y 1992 integró
el equipo de reflexión pastoral del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM),
ocupando la secretaría de su Departamento de Laicos e implementó los cursos de
Historia de la Iglesia Católica en América Latina en su Instituto Pastoral
entre 1977 y 1982 en Medellín y en Bogotá (Colombia).
Y otros cargos de importancia. Methol Ferré fue el autor intelectual de la
parte más sustancial, determinante y trascendente del «Documento de Puebla». Documento
clave para la izquierda latinoamericana.
Uno de sus amigos calificó a Methol Ferré de
«Hegel de los cabecitas negras», de «Hegel suramericano». Methol, sostenía que
seguía el camino de José Enrique Rodó, de Manuel Ugarte, de José Vasconcelos,
de García Calderón y de Rufino Blanco Fombona, cuando éste afirmaba: «Los
yanquis son para nosotros peores que nadie por su cercanía: son el lobo en el aprisco».
Se consideraba hermano intelectual de Jorge Abelardo Ramos, el colorado, un viejo anarquista
argentino (si es que tienen patria los anarquistas) que terminó de embajador en
México, enviado por un Carlos Menem derechista.
El régimen peronista en ese entonces había
virado estratégicamente a la derecha, mientras Menem jugaba al golf con Bush,
padre, y hablaba de «relaciones carnales» con EE.UU. Methol solía decir que él
era «pochista» (uno de los apodos de Perón) y que Methol, en un estilo
coloquial, cargado de cariño y admiración, gustaba llamar «el Pocho». Nunca
dejó de insistir en que la verdadera Patria era la Patria Grande.
La idea metafísica de la Patria Grande fue
siempre patrimonio de las izquierdas, Bolívar, San Martín y otros españoles
nacidos en la otra orilla (en América) estaban imbuidos de las ideas de la
primera generación de izquierdas, de la Revolucion francesa. Y los posteriores ideólogos
de la Patria Grande, en la cuarta generación, socialdemócrata y en la quinta
generación de izquierdas, el comunismo.
Methol Ferré, en la actualidad, está considerado
en el terreno político como el más influyente en el pensamiento del Papa
Francisco. Como él mismo lo manifestara públicamente en reiteradas ocasiones, que
había leído de manera frecuente sus libros y artículos. Cuando era Obispo de
Buenos Aires, manifestó que su pensamiento político giraba en torno a la «idea
fuerza» de la construcción de la Unidad de la América del Sur en el marco de un
mundo multipolar que logre frenar la «…concepción imperial de la globalización» sostenida
por el mundo anglosajón.
De esa creencia, el Papa Francisco extrae su premisa
fundamental que es la piedra angular de todo su pensamiento religioso y político:
en el siglo XXI «el destino de los pueblos latinoamericanos y el destino de la
catolicidad están íntimamente vinculados». Pero el más importante escrito
político del Cardenal Jorge Mario Bergoglio, es el prólogo que en abril del año
2005, escribiera para el libro del ensayista uruguayo Guzmán Carriquiry,
titulado: «Una apuesta por América Latina». Buenos Aires, Ed. Sudamericana,
2005.
En el prólogo, el Cardenal Bergoglio,
desarrolla la idea ugartiana de la Patria Grande e, implícitamente, la idea
peronista de la necesidad de una tercera posición entre el totalitarismo comunista
y el capitalismo salvaje. Entonces decía Bergoglio: «Poco tiempo después del
derrumbe del imperio totalitario del ‘socialismo real’…el resurgido recetario
neoliberal del capitalismo vencedor, alimentado por la utopía del mercado
autorregulado, demostraba también todas sus contradicciones.»
Según el Cardenal: «En las próximas dos
décadas América Latina se jugará el protagonismo en las grandes batallas que se
perfilan en el siglo XXI y su lugar en el nuevo orden mundial en ciernes».
Por ello era urgente construir la Patria Grande Latinoamericana. «Ante todo se
trata de recorrer las vías de la integración hacia la configuración de la Unión
Sudamericana y la Patria Grande Latinoamericana. Solos, separados, contamos muy
poco y no iremos a ninguna parte. Sería un callejón sin salida que nos
condenaría como segmentos marginales, empobrecidos y dependientes de los
grandes poderes mundiales».
El Cardenal Bergoglio es consciente del escaso
margen de maniobra, que tiene América Latina en el escenario internacional para
llevar adelante una política para lograr la Justicia Social, la Soberanía
Política y la Independencia Económica. Las tres banderas del peronismo, promocionadas
y repetidas hasta el hartazgo. Tres puntos que han sido parte del folklore y de
la utopía peronista.
Bergoglio culmina su prólogo afirmando que la
solidez cultural de la América Latina, sin la cual no puede construirse ningún
proyecto político realmente fuerte y realmente liberador de la dependencia, «es
un patrimonio sujeto a una fuerte agresión y erosión». Para Bergoglio, no cabe
duda que la cultura del gran «Pueblo continente», que se extiende desde el Río
Grande a Tierra del Fuego, se encuentra asediada por dos corrientes del
pensamiento débil que constituyen, en realidad (más allá de los disfraces y las
máscaras) las dos caras de una misma moneda: «el colonialismo cultural de los
imperios».
El concepto de «pueblo continente» fue
expresado, por primera vez, por el peruano Antenor Orrego, hombre muy cercano,
política e intelectualmente con el político Víctor Raúl Haya de la Torre. Afirmaba
Antenor Orrego:
«De París a Berlín o a Londres, hay más
distancia sicológica que de México a Buenos Aires, y hay más extensión
histórica, política y etnológica que entre el Río Bravo y el Cabo de Hornos.
Mientras en Europa, la frontera es, hasta cierto punto, natural, porque obedece
a un determinado sistema orgánico y biológico, en América Latina es una simple
convención jurídica, una mera delimitación caprichosa que no se ajusta ni a las
conveniencias y necesidades políticas, ni a las realidades espirituales y
económicas de los Estados.»
«En América latina pueblo y Estado tienen un
sentido diferente y, a veces, hasta antagónico, porque Estado es una simple
delimitación o convención que no designa una parcela substancial de la
realidad…Las diferencias entre los pueblos de Indoamérica son tan mínimas y
tenues que no logran nunca constituir individualidades separadas, como en el
Viejo Mundo. De norte a sur los hombres tienen el mismo pulso y la misma
acentuación vitales. Constituyen en realidad, un solo pueblo unitario de
carácter típico, específico, general y ecuménico…Somos, pues, los
indoamericanos, el primer PUEBLO-CONTINENTE de la historia y nuestro
patriotismo y nacionalismo, tienen que ser un patriotismo y un nacionalismo
continentales.» A. Orrego, Pueblo Continente. Ensayos para una interpretación
de la América Latina, Buenos Aires, Ed. Continente.
Cuando el Papa Francisco recibió en audiencia
privada a Gustavo Gutiérrez, considerado el fundador de la Teología de la
Liberación y después presentó el volumen editado por la Librería Vaticana Pobre para los pobres, con un prefacio
de su puño y letra. La parte más conservadora de la iglesia estaba preocupada
por el resurgimiento de la Teología de la Liberación, el propio Cardenal Müller
declaró a los periodistas: «El papa Francisco, que viene de América Latina, ha
hablado de una “Iglesia pobre para los pobres”. Él prologa su libro, del mismo
título. ¿No está en cierta manera, la Teología de la liberación en el centro de
su mensaje?».
Cuando aún era Cardenal Jorge Mario Bergoglio,
escribió un libro sobre el viaje de Juan Pablo II a Cuba. Un viaje
que Bergoglio habría realizado en 1997 en la visita del Papa polaco. Viaje que
muchos dudan que lo realizara debido a impedimentos de último momento. El libro curiosamente
pasó desapercibido cuando salió a la venta, tampoco figuró en la biografía de
Bergoglio cuando fue consagrado Papa. Solamente fue mencionado por el inglés Austen
Ivereigh.
Diálogos
entre Juan Pablo II y Fidel Castro, fue editado por Ciudad Argentina, en
Buenos Aires, en 1998. En ella hace un análisis de las homilías y mensajes que
pronunció el Papa en su visita. El libro tiene una enorme importancia para
conocer la visión del Papa Francisco sobre el socialismo, el régimen
cubano y el papel de los Estados Unidos tras la revolución castrista.
Si bien es cierto que cuestiona la falta de una dimensión trascendente del
hombre en el colectivismo marxista, la falta de libertad e iniciativa laboral
en la isla.
Pero en el prólogo culpabiliza de la miseria
imperante en el país al embargo norteamericano, al que llama «bloqueo»
siguiendo la propaganda izquierdista. Francisco sabe o debería saber que el
bloqueo existió por breve tiempo, y fue durante la crisis de los misiles por
razones estrictamente militares. Lo que hubo y continúa es un embargo. Muchos
países de Europa y América como Canadá, nunca dejaron de negociar con Cuba. Si
se tomaran el trabajo de consultar el anuario cubano-americano, podrán
constatar que ambos países (Cuba-Estados Unidos) nunca dejaron de comerciar, y
el mayor volumen de negocios se registró durante el mandato de George Bush,
hijo.
«Según el análisis de la iglesia los motivos
por los cuales se instauró el embargo se encuentran completamente superados por
la realidad frente al desmantelamiento de la Unión soviética. Cuba se encuentra
desarmada». Condena Bergoglio, el neoliberalismo y la actitud del mundo
financiero ante la deuda externa del Tercer Mundo, los excesos del capitalismo,
pero en ningún momento critica a Castro por el sistema totalitario impuesto en
el país, que conlleva la sistemática violación de los derechos humanos y
políticos del pueblo cubano.
Un sistema ineficaz y opresor que destruyó la
economía de unos de los países más prósperos de América Latina, empobreciéndolo
y provocando el éxodo de millones de personas. Alrededor de unos 80.000 cubanos
murieron ahogados o devorado por tiburones tratando de llegar a la Florida
cruzando el estrecho. En la página 28 dice: «La reivindicación de los
derechos del hombre que la Iglesia reclama sin cesar alimentación, salud,
educación, entre otros, y se inscriben en el concepto de derechos humanos al
que Fidel Castro adhiere y se muestra orgulloso de defender en Cuba.»
Y en la página 25: «Fidel Castro en reiteradas
oportunidades ha llegado a declarar que su postura se identifica con Cristo en
su lucha por salvar a los desesperados y a los pobres, estableciendo un
paralelo entre la doctrina de la Iglesia y el socialismo. Fidel Castro
encuentra coincidencias en cuanto a la identidad de principios. La iglesia
condena el egoísmo, el socialismo también. La iglesia condena la avaricia, el
socialismo también. La doctrina de Karl Marx está muy próxima al sermón de la
montaña.»
El Papa Francisco, es un ferviente promotor de
los encuentros mundiales de Movimientos Populares, los participantes de estos
encuentros son gente de izquierda, dispuestos a destruir el sistema capitalista
en sus países. Francisco los llama «pueblo», como dice el respetado
vaticanista, el periodista y amigo Sandro Magister:
«La palabra pueblo no es una categoría lógica,
es una categoría mística», dijo Francisco el pasado mes de febrero, a su vuelta
de México. Al poco tiempo, entrevistado por el también jesuita Antonio Spadaro,
lo precisó. Más que «mística», dijo, «en el sentido que todo lo que hace el
pueblo es bueno», es mejor decir «mítica». «Se necesita un mito para
entender al pueblo.»
Bergoglio
cuenta este mito cada vez que se reúne con los «movimientos populares». Hasta
ahora lo ha hecho tres veces: la primera vez en Roma, en 2014; la segunda en
Bolivia, en Santa Cruz de la Sierra, en 2015; la tercera el pasado 5 de
noviembre, de nuevo en Roma. Cada vez enardece al auditorio con discursos interminables,
de unas treinta páginas cada uno, que juntos ya forman el manifiesto político
de este Papa.
Los
movimientos con los que se reúne Francisco no los ha creado él, eran
preexistentes. No tienen nada que sea declaradamente católico. En parte son herederos
de las memorables reuniones anticapitalistas y antiglobalización de Seattle y
Porto Alegre. A ellos se añade la multitud de marginados de los cuales el Papa
ve prorrumpir «ese torrente de energía moral que nace de la implicación de los
excluidos en la construcción del destino del planeta.»
Francisco
confía a estos «rechazados de la sociedad» un futuro hecho de tierra, casa y
trabajo para todos gracias a un movimiento ascendente de llegada de estos al
poder, que «trasciende los procedimientos lógicos de la democracia formal». El
5 de noviembre el Papa dijo a los «movimientos populares» que había llegado el
tiempo de dar el salto a la política «para revitalizar y refundar las
democracias, que están atravesando una verdadera crisis.»
Y si para
esta revolución mundial es necesario un líder, hay quien ya lo ha
señalado precisamente en el Papa. Es lo que hizo hace un año en el Teatro
Cervantes de Buenos Aires el filósofo italiano Gianni Vattimo, voz escuchada
por la ultraizquierda mundial, cuando peroró la causa de una nueva Internacional
«comunista y papista», con Francisco como su líder indiscutible, para combatir
y ganar la «guerra de clase» del siglo XXI. Al lado de Vattimo se sentaba un
complacido monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, argentino, estrecho colaborador
del Papa Bergoglio en el Vaticano.
Las
potencias contra las que se rebela el pueblo de los excluidos son, en la visión
del Papa, «los sistemas económicos que para sobrevivir deben hacer la guerra y
sanar así las balanzas económicas». Ésta es su clave de explicación de la
«guerra mundial a trozos» y del propio terrorismo islámico.»
En el 2015 el Papa Francisco realizó visitas a
Ecuador, Bolivia y Paraguay. El viaje comenzó el 5 de julio desde Roma y
pronunció 22 discursos, y en casi todos para no perder la costumbre, atacando
al capitalismo, a la economía de libre mercado. Se indigna porque «todo entra
dentro del juego de la competitividad», como si fuera posible superar la
pobreza en una economía incomunicada. Abjurando del «mercado libre, la
globalización, el crecimiento económico o el consumo». Negándose a entender o
reconocer el valor social de las «clases medias».
No es algo anecdótico que recibiera varias
veces a su amiga-enemiga Cristina de Kirchner, y se niegue a viajar a su
patria, porque gobierna el liberal Mauricio Macri. No ocultó su desagrado
cuando lo visitó el presidente argentino. Pero recibió ostentosamente a Hebe de
Bonafini, líder de las Madres de plaza de Mayo y ferviente kirchnerista, que en
otros tiempos llamaba fascista al entonces cardenal Bergoglio. Esta señora,
madre de guerrilleros marxistas leninistas, que llamaba «cerdo» al Papa Juan
Pablo II y celebró el atentado contra las Torres Gemelas.
Hebe de Bonafini, al negarse a acatar un
mandato judicial, desafiante, leyó una carta del Papa Francisco en que le
decía: «No hay que tener miedo a las calumnias. Jesús fue calumniado y lo
mataron después de un juicio dibujado con calumnias. La calumnia solo ensucia
la conciencia y de quienes la arrojan». En el Perú, fue muy claro ideológicamente, dijo: «Se estaba
buscando un camino hacia la Patria Grande y de golpe cruzamos hacia un
capitalismo liberal inhumano que hace daño a la gente». De lo que se puede
deducir que con Nestor y Cristina Kirchner, Correa, Lula, Dilma, Ortega, Evo
Morales, Chávez y Maduro, íbamos hacia la Patria Grande bolivariana.
En Bolivia, el presidente Evo Morales le
regaló un crucifijo con la hoz y el martillo, obra del Padre Luis Espinal, un
sacerdote izquierdista, asesinado en los años 80. En ese gesto muchos creyeron
ver un abrazo póstumo a la teología de la liberación, por parte de Francisco. En realidad, con ese
gesto Evo Morales reconoció al Papa un liderazgo nunca reconocido a la Iglesia.
No es extraño entonces que el político italiano Massimo D’Alema definiera al
Papa Francisco como «el mejor líder de la izquierda». O los elogios de Pablo
Iglesias, líder de Podemos de España.
Algunos dijeron,
erróneamente, que el acercamiento de Perón a la Doctrina Social de la Iglesia
Católica se produjo, en parte, gracias al comunismo. En una entrevista con los
autores del libro Aquel Francisco, el
Papa Francisco les dijo: «Yo siempre fui un inquieto de lo político, siempre». Y
explicó su historia política: «Vengo de familia radical, mi abuelo era radical
del 90. Después, en la adolescencia, tuve también una incursión por el
'zurdaje', leyendo libros del Partido comunista que me daba mi jefa de
laboratorio Esther Ballestrino de Careaga, una gran mujer que antes había sido
secretaria del Partido revolucionario febrerista paraguayo».
«En aquellos años la cultura política era muy
fomentada. A mí me gustaba meterme en todos esos lugares. En tiempos de los
años 1951 y 1952 esperaba con ansias que pasaran, tres veces por semana, los
militantes socialistas que vendían 'La Vanguardia'. Y evidentemente que
acompañé, también, a grupos justicialistas. Pero nunca me afilié a ningún
partido».
Por él mismo sabemos de qué lado vienen los
tiros. Los «grupos justicialistas» a los que Francisco dijo que frecuentaba eran
los seguidores de Perón, y fue el mismo Perón quién definió la propia ideología
justicialista, es decir, como una síntesis de «justicia» y de
«socialismo», nombrando a su partido como «Partido Justicialista». En las cinco
páginas de recuerdos políticos de Francisco, en el libro mencionado, no hay una
sola palabra crítica sobre Perón. No menciona el perfil anticatólico al final
de su segundo mandato y nada sobre la excomunión impuesta contra Perón en 1955
por Pío XII.
En esa entrevista concedida a Javier Cámara y
a Sebastián Pfaffen, autores del libro Aquel
Francisco, al referirse a la Doctrina Social de la Iglesia, dice: «En la
exposición de la doctrina peronista hay una ligazón con la doctrina social de
la Iglesia. No hay que olvidar que a monseñor Nicolás de Carlo, por aquellos
años obispo de Resistencia (Chaco), Perón le llevó sus escritos para que los
viera y le dijera si estaban de acuerdo con la doctrina social de la Iglesia.»
Y más adelante dice: «Monseñor de Carlo era
simpatizante peronista, pero un excelente pastor. Una cosa no tenía nada que
ver con la otra. En abril de 1948 Perón, desde al balcón del Seminario, ubicado
en la rotonda de Resistencia, al terminar su discurso dijo que quería aclarar
una cosa. Mencionó que acusaban a monseñor de Carlo de ser peronista y dijo: “Es
una gran mentira. Perón es decarlista”. De Carlo fue quien ayudó a Perón con la
doctrina social de la Iglesia.»
Existe una versión sobre el peronismo de Bergoglio,
y citan, entre otros, un episodio acaecido en tiempos en que Jorge Mario era
alumno del instituto técnico industrial, cuando un día entró a la clase con el
escudo de Perón en el chaleco, razón por la cual fue castigado con una
suspensión. El Papa dijo que «No fue real» y desmintió ese episodio. Sin
embargo dijo que tuvo la oportunidad de «ver de cerca» a Perón justamente
gracias a una concentración de estudiantes en el Teatro Colón de Buenos Aires,
en la cual él participó como representante de su escuela y tuvo la fortuna de
estar asignado en el palco.
También agregó, que en otra ocasión se
encontró también con Evita (digamos, que de pura casualidad), en una «unidad
básica peronista de la calle Córdoba», a la que había ido para recoger material
para un ejercicio escolar. La Doctrina Social de la Iglesia, que conocía Perón
y conoce Francisco, es la misma versión que circula por Latinoamérica y en
Estados Unidos. Que está alejada de la versión oficial, de aquella que comienza
con la Rerum Novarum de León XIII.
El Papa Francisco es un fundamentalista
democrático y un negador de las naciones políticas. Aprovechando el vacio
dejado por el hundimiento del socialismo real, y ante una izquierda desencantada,
con minorías insatisfechas, y en medio de una crisis social, económica y política.
Con su misticismo político como mensaje, quiere atraer al redil a las
comunidades étnicas y a las minorías sociales, como parte de la nueva
feligresía izquierdista de la Iglesia Católica.
Frente a lo que le ofrece el Mercado, Francisco,
ha encontrado una superoferta en los restos sociales y políticos que le ofrece
las izquierdas vencidas. Esa síntesis que pretende hacer el Papa Francisco,
está en consonancia con su consideración de la religión, que no es separable
para él de lo político, con la idea de la «Catholica» que viene de la mano de
la filosofía alemana y del ex jesuita Hans Urs Von Balthasar. Teoría que
veremos más adelante.
El historiador italiano Loris Zanatta, especializado
en la historia de América latina y autor del ensayo «El populismo» y de
varios libros sobre el peronismo, opina que el Papa Francisco mantiene una
visión populista y habla de la línea Perón-Castro-Chávez. Zanatta, no trata de establecer
quién es populista y quién no, sino qué es el populismo, en qué contextos es
más probable que surja, por qué es a menudo popular, por qué aun teniendo
raíces antiguas siempre tiene las características de la novedad y, cuáles son
sus efectos sobre las sociedades y las culturas políticas en las cuales se
arraiga más profundamente.
La característica más importante que establece
Loris Zanatta, es el vínculo que establece con la religión. El populismo sería
la continuación laica y en el campo de la política de un imaginario religioso
tradicional, de corte antiliberal. El populismo encarna, en la época de las
masas, la antigua cosmovisión religiosa según la cual el orden terrenal refleja
el orden divino y es esencialmente armónico. Por un lado, otorga el sentido de
identidad y de destino colectivo, y por el otro, es intolerante del pluralismo
y tiene pulsión totalitaria.
Las religiones monoteístas, vieron al
populismo como una reacción contra la modernización liberal, como una forma de
restablecer la unidad perdida entre Dios y el hombre. Sin embargo los
populismos están vinculados al concepto de soberanía del pueblo, donde
encuentra su legitimación el orden político moderno.
Los populismos nacidos con apoyo eclesiástico,
se independizan de las iglesias y fundan sus propias religiones en nombre del
pueblo; un pueblo entendido como un todo homogéneo. Estos terminan por chocar con la Iglesia, a
quien pretenden sustituir. El populismo suele heredar una visión maniquea donde
el mundo está dividido entre bien y mal, y con la pretensión de monopolizar la
verdad.
En América latina, muchos teólogos teorizaron
que el socialismo era vehículo del Evangelio. En ese sentido, las luchas
ideológicas de los ‘60 y ‘70 fueron reacciones «religiosas» a los avances de la
secularización. Dice Zanatta, «No hay ningún determinismo cultural que
“condene” a América latina al populismo, pero sí rasgos históricos que explican
su fertilidad para que crezca esa planta». Y señala que Bergoglio es populista
con toda su alma.
«Sus homilías de los años ‘70 eran un himno a
la existencia de un pueblo cristiano, homogéneo y virtuoso, custodio de la
catolicidad intrínseca de la Nación, a la cual debería, por lo tanto, adecuarse
la comunidad política. Esa identidad venía antes y se ponía por arriba de la
comunidad política, de la Constitución, de los partidos, de las identidades o
ideologías políticas; y arriba de los individuos, especialmente laicos y
cosmopolitas.»
El Papa Francisco es populista y navega
en medio de extrañas contradicciones, a cada rato desciende de la universalidad
de su posición a pequeños combates políticos de un inexplicable provincianismo
argentino, al tiempo que no oculta la raíz populista-peronista, que no bien
ocupó el trono de Pedro fue revelado por el historiador italiano Loris Zanatta.
El filósofo liberal Marcello Pera, conocido
por su libro con Joseph Ratzinger, «Senza radici» (Sin raíces, 2004), sostiene
que «tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI dieron a su misión una marcada
acentuación occidental. Constantemente se referían a Europa y había una
evidente perspectiva occidental, con nuestro continente visualizado como la
cuna de los valores precisamente occidentales. Francisco, en cambio, tiene una
visión puramente sudamericana.»
Su apertura al tema de la inmigración
documenta que él «detesta el Occidente, aspira a destruirlo y hace de todo por
lograr esta finalidad (…) el Papa refleja todos los prejuicios del sudamericano
con Norteamérica, con el mercado, las libertades, el capitalismo». Según Pera,
«tiene la visión sudamericana del justicialismo peronista, que nada tiene que
ver con las tradiciones occidentales de las libertades políticas y con su
matriz cristiana.»
Cuando Bergoglio era estudiante de filosofía y
teología en el Colegio Máximo, en San Miguel (provincia de Buenos Aires), sus
referencias intelectuales fueron los
jesuitas del ámbito francés, Henri de Lubac, Gastón Fessard, Michel de
Certeau, algunos exponentes de la Escuela de Lyon. Que estos fueran europeos no
quiere decir nada, el pensamiento filosófico europeo no es homogéneo, y muchas
veces destructivos del catolicismo como la filosofía alemana.
Según Austen Ivereigh, la supuesta oposición entre
Francisco y Benedicto XVI, no existe, ya que «Mientras el largo pontificado
Wojtyla-Ratzinger se caracterizó por el magisterio de la Iglesia sobre las
cuestiones morales y sociales, por un decidido énfasis “antropológico”
vinculado con la idea de “ley natural”, el Papa Bergoglio parece estar animado
por una visión más histórico-cultural y en línea con el ambiente teológico
latinoamericano del cual proviene, y por una visión más espiritual que
teológica del ministerio del pontificado romano.»
Massimo Franco, dice que «Francisco ha
liquidado los mitos revolucionarios comunistas, para situarse él mismo a la
cabeza de lemas populares a los cuales ofrece otra salida: pacífico, inclusivo,
pero no por esto menos claro al condenar lo que ha llamado el paradigma
tecnocrático e invitar a resistirlo». Es el mismo paradigma criticado por
Romano Guardini, autor apreciado por Bergoglio y autor de referencia para
Methol Ferré. Es el modelo que excluye a los no productivos, los desempleados,
los pobres, los ancianos, los «mal nacidos» y los «aún no nacidos», los
enfermos graves, los débiles en general.
Según Massimo Franco, es la idea de una
dialéctica polar, antinómica, que constituye el hilo conductor de su
pensamiento original. Bergoglio lucha por una síntesis de los opuestos que
desgarran la realidad histórica, no una síntesis equidistante, sino una
tentativa teórico-práctico-religiosa de sugerir una solución agónica obtenida
mediante el contraste, y por consiguiente una visión dialéctica en la cual la
reconciliación no se confía, como en Hegel, a la especulación filosófica, sino
al Misterio que obra en la historia.
Un modelo obtenido de Gastón Fessard, de su
obra fundamental «La dialectique des Exercices spirituels de saint Ignace
de Loyola», publicada en 1956. El pensamiento de Bergoglio, se constituye como sinfonía
de los opuestos, similar al de Methol Ferré. Una filosofía entendida como coincidentia oppositorum, siguiendo a
Adam Möhler, Erich Przywara, Romano Guardini, Henri de Lubac. Como lo dijo el
propio Bergoglio siendo cardenal:
«Armonía —he dicho— éste es el término
preciso. En la Iglesia, la armonía la hace el Espíritu Santo. Uno de los
primeros Padres de la Iglesia escribió que el Espíritu Santo “ipse harmonia
est”, es Él mismo armonía. Sólo Él es autor al mismo tiempo de la pluralidad y
la unidad. Sólo el Espíritu puede dar lugar a la diversidad, la pluralidad, la
multiplicidad, y al mismo tiempo constituir la unidad, porque cuando somos
nosotros quienes deseamos constituir la diversidad, provocamos cismas, y cuando
somos nosotros quienes deseamos constituir la unidad, damos lugar a la uniformidad,
a la homologación.»
En esta relación compleja entre unidad y
diversidad residiría el núcleo del pensamiento teológico de Bergoglio, en estrecho
contacto con la reflexión teológica de Hans Urs von Balthasar, doctrina que
constituiría la clave de la relación entre Misericordia y Verdad en el mundo
contemporáneo. Y bla-bla-bla.
El filósofo Luis Carlos M. Jiménez, realizó no
hace mucho tiempo una exposición sobre la filosofía alemana (en la Fundación
Gustavo Bueno), una filosofía que penetró en muchos ámbitos, no siendo ajena a
ella la iglesia católica. Y muy presente en el pensamiento filosófico teológico
de los Papas desde Pablo VI, pasando por Juan Pablo II, Benedicto XVI, hasta el
actual Francisco. Y uno de esos personajes responsables fue Hans Urs von Balthasar,
un ex jesuita, de origen Suizo y el mayor exponente de la Nueva Teología.
Si Maurice Blondel es el modernista filósofo y
apologista, y Henri de Lubac, el modernista-teólogo, von Balthasar, encarna el
aspecto ecuménico y pseudomístico del modernismo. Hace muchos años se publicó
el libro: Figura e Opera, a cargo de
Karl Lehmann y Walter Kasper, miembro de la nouvelle
théologie, un libro destinado a resaltar el valor de la obra y de la
persona de Urs von Balthasar.
En la contraportada decía: «escrito por amigos
y discípulos», Henrici, Hass, Lustiger, Roten, Greiner, Treitler, Löaser,
Antonio Sicari, Ildefonso Murillo, Dumont, O’Donnel, Guido Sommavilla, Rino Fisichella,
Max Schönborn y… Joseph Ratzinger. Hay que recordar que Ratzinger fue uno de
los más animosos teólogos del Concilio Vaticano II, que luego se haya
arrepentido (a medias) no lo exculpa.
Balthasar fue un amante de la música desde su
juventud y de la literatura, mucho más que de la filosofía y la teología. En
todo caso a Hans Urs, sólo le interesaba la filosofía mística de Plotino, como él mismo lo dijo, ya que tuvo el placer de
«fascinarlo»; en cambio la filosofía y la teología escolástica le suscitaban
una «rabiosa aversión». Erich Przywara en el estudiantado de Pullach-Münich, le
«obligó» a «confrontar a Agustín y Tomás (de Aquino) con Hegel, con Scheler,
con Heidegger». Y Henri de Lubac en Lyon-Fourvière.
Henri de Lubac dirá más delante de Urs von
Balthasar, que «es el hombre más docto de nuestro siglo». El Papa San Pío X, en
Pascendi, dijo que otro sistema de
los modernistas es creerse recíprocamente un halo de inexistente grandeza. El
mismo S. Pío X dirá: «que fingiendo amor por la Iglesia, carentes de sólido
presidio de saber filosófico y teológico, antes bien, penetrados todos de
venenosas doctrinas de los enemigos de la iglesia, se las dan, sin ningún tipo
de pudor, de reformadores de la Iglesia misma.»
«Comprendí que gran ayuda para la concepción
de mi teología (dice Balthasar) debía llegar a ser el conocimiento de Goethe, Hölderlin,
Nietzsche, Hofmannstahl y sobre todo los padres de la iglesia, a los cuales me
había encaminado de Lubac. El postulado de mi obra Gloria fue la capacidad de
ver una «Gestalt» en su coherente totalidad: la mirada goethiana debía de ser
aplicada al fenómeno (sic) de Jesús y a la convergencia de las teologías
neotestamentarias.»
Sin una
formación sólida, cultor apasionado de la poesía y de la música, mesclará con
increíble superficialidad teología y literatura, y creerá poder crear una
teología propia, con la misma inventiva con la cual un artista crea su obra. En
Basilea mientras ejerce de Capellán de los estudiantes, organiza cursos con
oradores como Karl Rahner, Congar y de Lubac, al término de las mismas
Balthasar, se sentaba al piano y ejecutaba Don Giovanni de Mozart. En Basilea se
encuentra con el protestante Karl Barth, que será el tercer inspirador de la
teología de Balthasar, tras Przywara y de Lubac.
Es ahí donde surge la idea de un ecumenismo
que los reúna a todos en torno a un Cristo, pero separado de su inseparable
Iglesia, que es al fin de cuentas, el solus
Christus de Lutero, aunque filtrado a través de Hegel. En este proceso lo
más importante que sucede es la conversión y bautismo de Adrienne von Speyr. Ya
que tal como de Lubac estuvo en simbiosis
intelectual con Blondel, Balthasar estaba en simbiosis teológica y psicológica con Adrienne.
Luego de su conversión, Adrienne, comenzó a
tener visiones y oír voces. Para publicar los escritos místicos de Adrienne,
Balthasar fundó la editorial «Johannes», y siempre por Adrienne, ya que sus
superiores no veían claro el misticismo
de von Speyr, Balthasar sale de la Compañía de Jesús, eligiendo la «obediencia
inmediata» a Dios. Digamos que un luteranismo total.
Hay dos puntos importantes en la evolución de
von Balthasar y son, la «teología de la sexualidad» de Adrienne y su concepción
de la iglesia, es decir, el concepto de «Catholica». Adrienne concibe y expresa
su relación espiritual con Balthasar,
mediante categorías de la sexualidad. Por tanto, la génesis del Instituto
secular «Johannes», «es descripta como un periodo de gestación en el que el
instituto es el niño, Adrienne su madre y Balthasar el padre». (Communio,
1989).
Balthasar no aplicaba los criterios teológicos
para distinguir el misticismo de
Adrienne, sino que compartía con Blondel la nueva noción vitalista y
evolucionista de la verdad, y que hacía posible la contradicción en la doctrina
católica. Por un lado trabaja para demoler la teología y la Roma católica, y a
su vez critica duramente a Karl Rahner y el «complejo anti-romano». Abraza a las
religiones paganas pero critica la tendencia a la liquidación que ejercen los
católicos post-conciliares.
La clave está en el idealismo en general y la
lógica hegeliana en particular. Lo mismo sucede con Francisco. Esas
contradicciones no asustan a von Balthasar ni, a su juicio, deben asustar a
nadie, pues sólo son momentos (tesis y antítesis, afirmaciones y negaciones)
del proceso que conducirá inevitablemente, por intrínseca necesidad, a la
síntesis que es la «Catholica» («la catolicidad que nada omite», la universalidad sin exclusiones de ningún
tipo), la verdadera iglesia de Cristo.
Esta omnicomprensividad, es dada
sólo a la Catholica, que es la síntesis, y no a los actuales sistemas
(incluidos entre ellos el sistema
católico), que son tesis y antítesis destinados a superarse anulándose en la
síntesis. A los actuales sistemas se les pide dos cosas: por una parte, para
favorecer la síntesis, «la relajación y el deshielo» de su propia rigidez en
torno a un punto de vista, que excluya los puntos de vista opuestos. Por otra
parte, la «competición», es decir, dejar jugar la «rivalidad» con los demás
sistemas, incluidos entre ellos las «formas de cristianismo anónimo».
Por tanto, los contrastes son esenciales a la
realización de dicha comunión, por lo cual si la síntesis de la «competición»
se vuelve también ella antítesis, no se dará nunca la síntesis. Por ello la
Iglesia Católica no debe «poner entre paréntesis», sino que se debe «integrar».
Esa es la «palabra clave» para Balthasar en el «todo católico (= a la
Catholica) lo que es juzgado actualmente como «extracatólico».
En su libro El complejo antirromano, que lleva como subtítulo: ¿Cómo se puede integrar el Papado en la Iglesia universal (= Catholica)? Urs von Balthasar sugiere que la Iglesia debe ser no sólo petrino, sino
también paulino, mariana y joánica. Por tanto el primado de jurisdicción
definido en el Vaticano I, se desvanece en un vago primado de la caridad,
inventado por Balthasar.
Por ello no es de extrañar que
Juan Pablo II, viajara por años por el mundo como San Pablo, explicando a todos
los periodistas que él no sólo había recibido el carisma petrino, sino también
el paulino. Por tanto, en contra de la FE constante e infalible de la Iglesia,
reafirmado por el Papa Pío XI en Mortalium
animos, la catolicidad de la Iglesia no es una realidad realizada desde
hace unos dos mil años, sino algo que debe realizarse, es una simple «promesa,
esperanza escatológica».
Y la actual Iglesia Católica es
un sistema entre tantos, una de las muchas «configuraciones eclesiales», tesis
o síntesis (según rechace o sea rechazada) que será superada y anulada por la Catholica. El padre Garrigou-Lagrange,
escribió en 1946 «¿Dónde va la nueva teología con los nuevos maestros en que se
inspira? ¿Dónde sino por la vía del escepticismo, de la fantasía y de la
herejía?».
Esos nuevos maestros eran Hegel,
Blondel, a quien Gastón Fessard (de la banda de Lubac) llamaba «nuestro Hegel».
Así como sus amigos llamarían a Alberto Methol Ferré, «Hegel de los cabecitas
negras», o «Hegel suramericano». Cabecitas negras, fue una denominación
inventada por el peronismo, con una clara connotación racial y clasista. El
Papa Francisco retoma con fuerza esa vieja Nueva Teología, en la que política y
religión, no son mundos separados.
Tiene la misma concepción
totalizante que cualquier coránico, pero en cuya Catholica no entra el mercado
ni el capitalismo, ni como tesis o antítesis. Francisco tiene la certeza, al
modo del determinismo histórico, que él acogerá a todos los desheredados de la
tierra.
El sacerdote Lucio Gera, nacido en Italia en
1924, fue un teólogo y profesor de la Pontificia Universidad Católica
Argentina (UCA). Considerado el teólogo más influyente de la segunda mitad del
siglo XX en la Argentina y que tuvo una gran influencia en Jorge Bergoglio,
quien un año después de su muerte, en 2012, se convirtió en el Papa Francisco.
Gera fue uno de los fundadores del «Movimiento
de Sacerdotes para el Tercer Mundo», en 1967, fue el redactor de su Reflexión teológica. Este movimiento fue
el antecedente de la «Teología de
la liberación» y el padre de la «Teología del pueblo», conformada
como una rama autónoma de la Teología de la liberación, siguiendo el
principio madre de la opción preferencial por los pobres.
Lucio Gera emigró a la Argentina con su familia
cuando tenía cinco años, fue
ordenado sacerdote en 1947, y obtuvo su doctorado en 1956 en la Universidad
de Bonn (Alemania). Luego de participar en la Conferencia Episcopal
de Medellín, Gera integró la Comisión Episcopal de Pastoral, organismo desde el
cual cumpliría un rol decisivo en la elaboración de una nueva teología. La
denominada Teología del pueblo se ubicaba dentro del marco de la Teología
de la liberación. Junto a Gera se destacaron Rafael Tello y Justino
O’ Farrell, Juan Carlos Scannone y Carlos María Galli.
La teología de Gera fue más oral que escrita,
a pesar de escribir mucho, publicó poco. El padre Carlos María Galli reunió
varios de sus trabajos más destacados editando sus Obras selectas en
dos tomos. Gera destacó la categoría de «pueblo de Dios», más precisamente «de
los pueblos», en plural, para atender a las particularidades históricas y
culturales de cada uno, en particular del pueblo argentino. En Gera influyó muy
fuerte la «Teoría de la dependencia», muy de moda en esos tiempos, con una
visión desde la sociología, la política y la economía.
La Teología del Pueblo hace suya la «opción
preferencial por los pobres» de la Teología de la Liberación, pero se
aleja de la «lucha de clases», y las sustituye por las de «pueblo» y «antipueblo»
y las particularidades que toman las luchas populares y la cultura en Latinoamérica.
Cree que a partir de la globalización y la profundización de los
procesos de exclusión, la «opción preferencial por los pobres» debe expresarse
como «opción preferencial por los excluidos». Con esto tenemos ya a Francisco.
El padre Juan Carlos Scannone, teólogo jesuita
para más inri, fundador de la Filosofía de la liberación y de la
teología del pueblo, dijo que Francisco tomó su noción de «pueblo» como «figura
poliédrica» en la que cada cultura tiene algo que aportar a la humanidad y
donde se respetan las diferencias. Scannone trabajó en un documento para la
publicación de la encíclica Evangelii
Gaudium, «donde aparece clarísimo todo su enfoque».
La palabra «pueblo» es utilizada 164
veces en la Evangelii Gaudium, y es
el sustantivo más utilizado de todo el documento. El Papa habla de pueblo de
Dios y de pueblo fiel de Dios, como solía usar en Buenos Aires. Según Scannone,
en los 80, ya se distinguía cuatro corrientes de la Teología de la Liberación,
«dentro de las cuales está la teología argentina del pueblo, pero que nunca de
ninguna manera tuvo nada que ver con la marxista.»
Las categorías que explican la historia, sin
acudir a categorías liberales o marxistas, de acuerdo a Scannone, «son de tipo
histórico cultural, sacadas de la historia y la cultura latinoamericana. La
teoría del pueblo es muy de Bergoglio, sobre todo aplicada al Pueblo de Dios». La
principal analogía para hablar de Pueblo de Dios, considera Scannone, es la de
pueblo nación.
El
padre Boasso, dice: «De hecho en América Latina los que más conservan la
cultura del propio pueblo, los valores del pueblo nación, son los pobres. Y eso
es muy típico de Bergoglio también. Siempre va a decir la Nación, pero sobre
todo los pobres, los más necesitados. Tanto porque son los más necesitados, y
porque son además los que más conservan esa noción de pueblo (…)». Leonardo
Boff, dice que la categoría del Pueblo de Dios viene más de la noción de
pueblo-clase, o de pueblos como clases populares.
Scannone sostiene, que el pensamiento que
inspira al Papa no es la de clase, como indica Boff, sino la de pueblo nación. Señala
Scannone, que «El pueblo de Dios y los pueblos de la tierra», es central en el
pensamiento de Gera y para la Teología del Pueblo. La cultura juega un papel
clave, porque desde la cultura se piensa a ese pueblo, «por eso la importancia
que tiene para la Teología del Pueblo la evangelización de la cultura y la
inculturación del Evangelio; es una cuestión teológica y pastoral, y eso es muy
Bergoglio.»
Según Galli, el tema de la Cultura ya estaba
en el Concilio. Pero el tema de la religiosidad popular llega al Sínodo de la
evangelización (1974) a través de obispos latinoamericanos, que ya conocían la
teología de la COEPAL y de Gera. Y luego, fue sobre todo Eduardo Pironio, luego
Cardenal, quien hizo de mediación entre el Sínodo y la recepción de ese tema
por Pablo VI en Evangelii Nuntiandi,
quien lo lleva por primera vez al nivel del magisterio universal.
El Papa Francisco, también reconoce a monseñor
Víctor Fernández, a quien consultaba en Buenos Aires. Lo mismo a Enrique
Angelelli, Obispo argentino muerto durante la última dictadura militar, en cuya
diócesis daba refugio a guerrilleros marxistas. «El predicador necesita también
poner un oído en el pueblo, para descubrir lo que los fieles necesitan
escuchar. Un predicador es un contemplativo de la Palabra y también un
contemplativo del pueblo», dice Francisco en el punto 154, de la Evangelii Gaudium, evocando al «un oído
en el pueblo y otro en el Evangelio», del Obispo Angelelli.
No voy a hacer un juicio sobre Lucio Gera, me
voy a remitir a lo que dijo Leonardo Castellani, sacerdote jesuita, quien había
sido expulsado de la orden y muchos años después se autorizó su readmisión pero
que él no aceptó. El padre Castellani, fue filósofo, teólogo, escritor,
participó en la vida política. Estudió en la Universidad Gregoriana de Roma, en
la Sorbona de París, fue alumno de Emile Brehier, estudió en Austria y Alemania.
Se presentó en Roma al examen Ad Gradum, al
que se postulan por siglo uno o dos candidatos. Se graduó con notas
sobresalientes y obtuvo el título más elevado que otorga la Iglesia Católica a
sus doctores. Ese título es llamado «diploma bulado», ya que lleva el sello de
plomo de las bulas papales. En 1931, el Papa Pío XI y el General de la Compañía
de Jesús, P. Wladimir Ledochowski, acreditaron con sus firmas que Leonardo
Castellani S.J era «Doctor Sacro Universal» cum licentia ubique docendi.
Título que lo habilitaba a enseñar filosofía y
teología en cualquier universidad católica del mundo, sin necesidad de reválida,
y también publicar sus libros o escritos sin censura previa. Aunque luego
sufriera censura. Un título como el suyo, no existía desde el descubrimiento de
América por Cristóbal Colón. En 1964 escribió una novela titulada: Juan XXIII (XXIV) Una fantasía. Una
novela que curiosamente es como un anticipo del Papa francisco. Digamos
también, que Francisco, se plagió muchas frases e ideas de él.
Aquello de «sed sacerdotes con olor a oveja»,
«Iglesia autorreferencial», «acudir a las periferias», etc. El periodista Juan
Manuel de Prada, lo descubrió hace una década y lo estuvo dando a conocer en
Europa. Castellani, era un nacionalista católico, fuerte crítico del
liberalismo y del comunismo. Fue uno de los cuatro intelectuales invitados a
una cena con la junta militar, junto a Ernesto Sábato, Borges, pero fue el
único que se atrevió a pedir por los periodistas y escritores izquierdistas
perseguidos y desaparecidos.
Castellani no tuvo la protección de sus superiores,
a diferencia de Bergoglio que fue protegido por el Superior General, el padre
Pedro Arrupe. El Papa Negro, más rojillo que negro, quien abrió las puertas de
la orden a los marxistas. Un Arrupe defenestrado por Juan Pablo II y readmitido
con honores por Francisco, y que en algunos años será elevado a los altares
como Santo.
Los escritos de Lucio Gera y sus compañeros de
militancia preocuparon al menos a dos obispos argentinos de entonces, quienes
le pidieron una opinión a Leonardo Castellani. La crítica a Gera es breve,
áspera y por momentos sarcástica. No obstante, distingue dentro del movimiento
tercermundista dos sectores: uno, abiertamente modernista; otro, confuso y
politiquero.
«El Tercer Mundo es algo más difícil: es un movimiento
como ellos se llaman, o partido político como ellos no quieren los llamen,
aunque usan los procedimientos de los antiguos partidos, como ser asambleas,
elecciones, comités y proclamas. Son 400 sacerdotes, según dice el libreto
Sacerdotes para el Tercer Mundo, firmado por los Pbros. Bresri y Concatti, de
160 páginas, sin pie de imprenta y con una prelusión de Mons. Antonio Devoto,
obispo. Son 31 documentos, o sea proclamas precedidas de una breve crónica y
seguidos de una "Reflexión Teológica" a cargo del Pbro. Lucio
Gera. Todas son respuestas, exhortaciones y admoniciones a los obispos, sobre
todo al actual gobernante de la Arquidiócesis; y al inactual general Onganía,
pues con Levingston todavía no han empezado.»
«Su lenguaje es el de los políticos, mezclado
con el de los pastores protestantes; y han hecho ya más proclamas que Balbín.
La autoridad invocada son los Evangelios; la bandera enarbolada es la
liberación de los pobres; la meta es la reforma de la Iglesia o si acaso la
fundación de otra nueva; la Carta Magna es Medellín.»
«Si esto no es política, que venga Dios y lo
diga; no otra cosa dicen y hacen los socialistas. Lástima que la doctrina de
ellos sea mala; pero así y todo, prefiero antes que a Lucio Gera a Leónidas
Barletta, que al menos sabe escribir. Una de esas proclamas dice netamente que
lo que ellos quieren es un socialismo auténtico. Se atribuyen al menos oscuramente
el don de profecía, evocan la futura revolución y citan al voleo a San
Basilio, Medellín, Paulo VI y diversas conferencias episcopales.»
«Para no ser mero panfletario, aquí habría que
detenerse a alabar las buenas intenciones, las algunas verdades enunciadas, la
preferencia evangélica por los menesterosos, y el amor a Córdoba, a Tucumán,
la América Latina y Reconquista, mi pueblo natal. Pero el triste caso es que no
dispongo aquí del espacio (29 páginas) de que dispone Lucio Gera en
la revista Víspera, uruguaya,
y Cristianismo y Revolución, Nº
25, de Buenos Aires, para su caudaloso “Apuntes para una interpretación de la
Iglesia Argentina”.»
«Este (Gera) es el más letrado y entitulado de
los escritores de ambas caudalosas revistas que son una sola. Para entrar en el
fiero y fosco follaje de estos Apuntes, ahí sí que no alcanzan ni el espacio
ni el tiempo ni las ganas. Suerte que la cosa se puede arreglar con una
palabra: "No sabe lo que se pesca".»
«Si usted lo lee con atención, verá que en el
fondo no dice nada, de modo que el artículo oriental-argentino viene a ser un
vacío mal envuelto; envuelto en un lenguaje confuso, abstruso y pedantesco, que
parece mal alemán mal traducido.
"En razón de este elemento nuclear
vital, interno de la Iglesia, la, comunidad creyente se torna portadora de una
estructura institucional y sujeto de acontecimientos. Cuando el núcleo místico
de la fe (Iglesia-Misterio) se manifiesta en su sacramentalidad, la experiencia
interior... se torna epifanía... la vivencia contemplativa se dobla en acción
creativa de la historia..."
Dice por ejemplo en la parte V, capítulo 10, Marco
teórico de las contradicciones.»
«Esto
sí que no puede destruir la Iglesia Constantiniana, pero puede destruir si
acaso la lengua de Cervantes. Para saber si esta realidad inmensa que es la
Iglesia está o no en "decadencia", éste tendría que ser Francisco de
Sales y Francisco Javier en uno. Haber gobernado una diócesis 50 años, haber
recorrido el mundo y tanteado por todos lados. Pero los dos Franciscos se
limitaron a convertir a cuantos protestantes o idólatras toparon dentro del
círculo de su acción; y todos los abusos y "contradicciones" que
topaban, dejárselas a Dios que podía más que ellos.»
«Una cosa es predicar y otra cosa es dar
trigo. Estos predican bien; pero; ¿dan trigo? Nunca lo he visto. Al contrario,
conozco dos de ellos que en vez, de distribuir trigo, atrojan. Segundo, la
trabajosa definición de esa decadencia se sitúa en lo administrativo, organizativo
y nada vivo, sino meramente en lo mecánico, en la mecánica accidental de la
Iglesia externa. La causa no puede estar allí: la causa tiene que ser moral.
Es
como si Jesucristo hubiese predicado que el Sanedrín debía constar de 53 miembros
en vez de 40, la elección de Sumo Sacerdote hacerse más democrática y el
sacrificio matutino volverse vespertino cambiando todo el ritual de hebreo a
arameo; y además echar cuanto antes a los romanos. Jesucristo gritó contra la
ambición y la soberbia religiosa que hoy llamamos fariseísmo. Si hay males hoy
en la Iglesia, de allí han venido siempre.»
«¿Y todo este bochinche acabará? Ciertamente
acabará. ¿Y cuándo? Eso sí que no lo sabe ni Gera ni yo, ni Monseñor Aramburu
ni los ángeles del cielo.»
Voy a recurrir nuevamente a Sandro Magister,
para señalar lo que piensa sobre el Papa Francisco.
Bergoglio
político. El mito del pueblo elegido
El Papa de
la misericordia es también el de los «movimientos populares» anticapitalistas y
antiglobalización. Muere Castro, gana Trump, caen los regímenes populistas
sudamericanos, pero él no se rinde: está seguro de que el futuro de la
humanidad está en el pueblo de los excluidos.
Por Sandro
Magister
ROMA, 11 de
diciembre de 2016 – Es evidente que el pontificado de Francisco tiene dos
pilares: el religioso y el político. El religioso es la lluvia de misericordia
que purifica a todos y a todo. El político es la batalla a escala mundial
contra "la economía que mata", que el Papa quiere combatir junto a esos
"movimientos populares" -la definición es suya-, en los que ve
brillar el futuro de la humanidad.
Es necesario remontarse a Pablo VI para encontrar otro papa familiar con un diseño político orgánico, en su caso el de los partidos católicos europeos del siglo XX: en Italia, la DC de Alcide De Gasperi y en Alemania, el CDU de Konrad Adenauer. Jorge Mario Bergoglio es ajeno a esta tradición política europea, ya desaparecida. Como argentino, su humus es otro muy distinto. Y tiene un nombre que en Europa tiene una acepción negativa, pero no en la patria del Papa: populismo.
Es necesario remontarse a Pablo VI para encontrar otro papa familiar con un diseño político orgánico, en su caso el de los partidos católicos europeos del siglo XX: en Italia, la DC de Alcide De Gasperi y en Alemania, el CDU de Konrad Adenauer. Jorge Mario Bergoglio es ajeno a esta tradición política europea, ya desaparecida. Como argentino, su humus es otro muy distinto. Y tiene un nombre que en Europa tiene una acepción negativa, pero no en la patria del Papa: populismo.
Mientras
tanto asistimos a un revés tras otro de las izquierdas populistas sudamericanas
hacia las que Bergoglio manifiesta tanta simpatía: en Argentina, en Brasil, en
Perú, en Venezuela.
Para consolar
parcialmente al Papa, llega de este último país el nuevo superior general de la
Compañía de Jesús, el padre Arturo Sosa Abascal, que ha escrito y enseñado toda
la vida política y ciencias sociales, y que fue marxista en su juventud y luego
defensor de la llegada al poder de Hugo Chávez, es decir, de la persona que ha
llevado al “pueblo” venezolano al desastre.
Pero para
alterar la política del Papa Francisco han llegado también la muerte de Fidel
Castro y la elección de Donald Trump; éste sorprendentemente votado
precisamente por los "excluidos" de la gran industria capitalista.
Esta nota
fue publicada en L'Espresso n. 50,
del 11 de diciembre de 2016, en la página de opinión titulada «Settimo cielo»
confiada a Sandro Magister.
En otro artículo escribe Magister, sólo voy a
citar el encabezado:
Da
Perón a Bergoglio. Col popolo contro la globalizzazione.
(De
Perón a Bergoglio. Con la gente contra la globalización.)
Le elezioni
presidenziali in Argentina richiamano l'attenzione sulla visione politica di
papa Francesco. Il suo entusiasmo per i "movimenti popolari".
L'utopia di una nuova Internazionale comunista e "papista".
En el ADN del Papa Francisco está ese
peronismo populista izquierdista y fascista, está en su folclore, en su
lenguaje. Un lenguaje que lo traiciona y sale el peronismo original y primitivo,
ese de las bandas armadas fascistas, que exudaban lo más violento de ese
movimiento. En una entrevista al diario El País, dijo lo siguiente:
«Porque los sistemas liberales no dan
posibilidades de trabajo y favorecen delincuencias. En Latinoamérica está el
problema de los cárteles de la droga, que sí, existen, porque esa droga se
consume en EEUU y en Europa. La fabrican para acá, para los ricos, y pierden la
vida en eso. Y están los que se prestan a eso. En nuestra patria tenemos una
palabra para calificarlos: los ‘cipayos’. Es una palabra clásica, literaria,
que está en nuestro poema nacional. El ‘cipayo’ es aquel que vende la patria a
la potencia extranjera que le pueda dar más beneficio. Y en nuestra historia
argentina, por ejemplo, siempre hay algún político ‘cipayo’. O alguna posición
política ‘cipaya’.»
La utilización de la palabra cipayo como
descalificación, es parte del vademécum de Perón, no es que fueran ideas de él,
siempre se las ingeniaba para robárselas a otros. Su famosa frase de «la única
verdad es la realidad» fue tomada de una idea de Jaime Balmes. Gustaba repetir
frases robadas a los griegos, es decir, a los griegos de antes, con los griegos
de ahora hasta él saldría esquilmado. En sus célebres mítines le hablaba a sus cabecitas negras del frontispicio,
mientras estos rugían sin saber que cuernos era eso.
Esa alusión a los cipayos se dio en el
contexto de la Segunda Guerra Mundial, cuando las potencias aliadas estaban
atentos a los coqueteos del gobierno argentino, y de su candidato Juan Perón,
que entonces ejercía de Secretario de Trabajo y Previsión, y ministro de
Guerra. El Departamento de Estado norteamericano publicó el Libro Azul, detallando los vínculos
entre el gobierno militar argentino y los intereses políticos y económicos de
la Alemania nazi. Mientras en las calles se sucedía la dialéctica de los puños
y las pistolas, como dijo alguien en España, al grito de muerte para los
cipayos y vendepatrias.
Mientras continuaban los canticos de «Patria
sí, colonia no», «La violencia de arriba engendra la violencia de abajo», «Para
los amigos todo, para los enemigos, ni justicia», el famoso cinco por uno para
llegar a «Alpargatas sí, libros no». En medio de todo ese cambalache peronista,
Jorge Mario Bergoglio, había optado por la barricada contraria a esos
liberales, cipayos, y que valoran el dinero que luego como sumo Pontífice lo calificaría
como: «estiércol del diablo».
¿Quiénes fueron los cipayos? Rudyard Kipling,
fue quien le rindió homenaje en su poema Gunga Din. El nativo Gunga Din fue un
aguador del Ejército británico en la India que perdió su vida para alertar y
salvar a una patrulla, con un toque de clarín, cuando la secta de Los
Estranguladores estaba por emboscarlos. El jefe del regimiento lo despidió ante
su tumba con el último verso del poema: «Tú eres mejor hombre de lo que soy yo.»
Bergoglio que gustaba leer literatura
comunista de manos de su profesora marxista paraguaya, parece que no se enteró
lo que dijo Marx al respecto. Quien en La
dominación británica en la India, The New York Daily Tribune,
25/6/1853, explicó el papel civilizador de los británicos y sus cipayos:
«No debemos
olvidar que esas pequeñas comunidades estaban contaminadas por las diferencias
de casta y por la esclavitud, que sometían al hombre a las circunstancias
exteriores en lugar de hacerle soberano de dichas circunstancias, que
convirtieron su estado social que se desarrollaba por sí solo en un destino
natural e inmutable, creando así un culto embrutecedor a la naturaleza, cuya
degradación salta a la vista en el hecho de que el hombre, soberano de la
naturaleza, cayese de rodillas, adorando al mono Hanumán y a la vaca Sabbala.
Bien es verdad
que al realizar una revolución social en el Indostán, Inglaterra actuaba bajo
el impulso de los intereses más mezquinos, dando pruebas de verdadera estupidez
en la forma de imponer esos intereses. Pero no se trata de eso. De lo que se
trata es de saber si la humanidad puede cumplir su misión sin una revolución a
fondo en el estado social de Asia. Si no puede, entonces, y a pesar de todos
sus crímenes, Inglaterra fue el instrumento inconsciente de la historia al
realizar dicha revolución.»
«Todo en su medida y armoniosamente», repetía
Perón como una letanía, dicho que corresponde, si no me equivoco a Pericles. La
medida (según Eloy Martínez), eran las órdenes de Perón, y armoniosamente, la
metralleta. Y la única verdad (según él) que era la realidad, pasaba a ser el
peronismo por ser mayoritario, y la forma de vida peronista.
Entiendo que a Bergoglio le importe más las
alpargatas que los libros, pero un poco de lectura no le vendría mal. Debería
leer a Marx y no a sus comentaristas. Y dejarse de esas vulgaridades de la
Teología de la Liberación, de la Teología del Pueblo, de los pobres, de ese ápeiron que conforma su cabeza. O para
decirlo en términos más ítalo-argentino, ese tutti frutti, que es una mescla de filosofía alemana vía Urs von
Balthasar y mito de la cultura, el tercermundismo totalitario y la patria
grande. Y dejar de confundir a los millones de fieles de todo el mundo.
Quiero aclarar que no soy creyente, estoy
alejado de cierto tipo de mitos, ni necesito de ellos para vivir, y cuando
hablo de la Doctrina Social de la Iglesia u otras cuestiones de la Iglesia
Católica, el único fin que persigo es comparar la Doctrina Católica con lo que
no es. Cosa que ya lo hacen con mayor autoridad un grupo internacional de
sacerdotes católicos, Denzinger en mano (Manual de Teología Dogmática), para
mostrar como Francisco se aleja de la doctrina católica. Tampoco es mi responsabilidad
que les haya caído del cielo (Argentina) un papa peronista.
No me interesa su filosofía ni su teología, más
que como referencia para intentar una explicación de sus actos. Ni me interesa Hans
Urs von Balthasar, ni de Lubac, Rahner, Congar, Przywara, Massimo Franco,
Ugarte, Methol Ferré, Scannone, Galli, ni Lucio Gera, sus formulaciones
teológicas no son más que palabrería de quienes creen tener la llave del
universo. En realidad todo eso no es más que paja, como dijo Santo Tomás de
Aquino a su fiel Reginaldo.
Chicago, Estados Unidos, junio
de 2019.