Hay informes de gobierno que buscan deslumbrar.
Otros, al menos, intentan convencer. El de Xalapa este año —breve, terso, casi
quirúrgico— hizo ambas cosas. Pero en política, como en la vida, lo breve no
siempre es sinónimo de sencillo. A veces, la concisión sirve para presumir
obra… y a veces para dejar silencios que también merecen interpretación.
Y es precisamente allí donde vale la pena
detenernos.
Porque sí: habría que agradecerles tanto al
exalcalde y hoy secretario de Gobierno, Ricardo Ahued, como a su suplente y
alcalde en funciones, Alberto Islas, el tono sobrio y el mensaje compacto. Lo
cortés no quita lo analítico. En una clase política acostumbrada al derroche de
palabras, ambos demostraron eficacia comunicativa. Pero la brevedad exige más
rigor del lector: lo que se dice importa; lo que no se dice, también.
Que Xalapa tenga una inversión histórica de 2
mil 90 millones de pesos en obra pública no es un dato menor. En un país
donde los ayuntamientos suelen ahogarse en deudas, ineficiencia y hasta
ocurrencias, que una administración local ejecute casi 500 obras de
urbanización, rehabilite 711 vialidades y construya infraestructura
hidrosanitaria con más de 401 millones de pesos es, objetivamente, un
logro administrativo.
Pero conviene preguntarse: ¿obra pública para
quién?
El alcalde insiste: “las obras ya no son un privilegio, sino un derecho”. El
discurso suena bien y la cifra luce mejor. Sin embargo, la historia reciente de
Xalapa nos recuerda que el rezago urbano no se resuelve sólo con concreto. Es
necesario seguir revisando si los proyectos están alineados con una planeación
de largo plazo o si responden a la vieja lógica de tapar huecos urgentes sin
transformar de fondo el orden urbano.
El Circuito Presidentes, Murillo Vidal, Monte
Éverest… todas
intervenciones relevantes. Pero la ciudad sigue teniendo zonas donde el
pavimento es todavía un anhelo, no una realidad. Como en el fraccionamiento
Lucas Martín, en donde en los últimos cuatro años solo se pavimentó una calle. Ahí
está el verdadero examen.
Uno de los anuncios estrella fue el abono este
mismo viernes, de 100 millones de pesos para liquidar el crédito con
Banobras y dejar “sanas” las finanzas de CMAS a partir de enero. Es, sin duda,
una acción responsable.
Ahora bien, pagar la deuda no resuelve por sí mismo
el viejo conflicto de Xalapa: el agua seguirá siendo un tema político,
social y técnico complejísimo, especialmente en un municipio con
crecimiento irregular y con un sistema hidráulico que arrastra décadas de
abandono.
La construcción de pozos en El Castillo, los casi 20
mil metros lineales de nuevas redes y la inversión de más de 90 millones
en obras de abasto representan avances palpables. Pero el abastecimiento de
agua no se define en un solo trienio. Exige continuidad, vigilancia y, sobre
todo, planeación metropolitana. Ese debate aún está pendiente.
La ampliación del Relleno Sanitario —89 millones
de pesos y 6.19 hectáreas— se presenta como una solución para cuatro años.
Bien: cuatro años ganados. Pero también cuatro años prestados.
La capital no puede seguir apostando exclusivamente
a un modelo de disposición final que tarde o temprano será insostenible. La
pregunta de fondo no es cuánto se amplió el relleno, sino qué estrategia
integral de residuos implementará la próxima administración. Ese desafío no
admite plazos.
El informe presume una reducción en la incidencia
delictiva y la atención de 35 mil 100 solicitudes de apoyo. Además,
Xalapa se convierte en el primer municipio del estado con Policías de Género
certificados.
Son pasos institucionales relevantes.
Pero también es cierto que el ciudadano promedio
todavía siente la inseguridad en su colonia, en la parada del autobús, en la
noche sin luminarias. La percepción pública no cambia con comunicados; cambia
con constancia. Y ahí, aunque hay avances, aún falta camino.
La producción de 630 mil plantas, la siembra
de 26 mil 141 árboles y la recuperación de áreas verdes son buenas
noticias en una ciudad cuya vocación ambiental siempre ha sido orgullo… y
frustración. Se recupera algo de lo perdido, pero la presión inmobiliaria, la
tala irregular y el crecimiento sin control siguen siendo amenazas reales.
Ricardo Ahued, con habilidad política, elogió a
Alberto Islas afirmando que “ya lo superó como alcalde”. El halago no es
inocente. Marca continuidad, refrenda cercanía y manda señales a la nueva
administración y al propio tablero político estatal.
Y en medio de ese intercambio cordial, Xalapa queda
colocada como la joya que todos dicen cuidar… aunque no todos siempre lo hacen.
Islas afirmó: “Me voy con la satisfacción del deber
cumplido”.
Es una frase clásica, casi ritual. Y sin duda, hay motivos legítimos para
sentirse satisfecho: orden administrativo, inversión récord, finanzas
estabilizadas.
Pero la satisfacción del gobernante nunca debe
confundirse con la complacencia ciudadana. La Xalapa profunda —la que amanece
entre baches, transporte insuficiente, falta de agua o calles sin luz— aún
espera algo más que informes pulcros.
La ciudad avanza, sí. Pero avanza a un ritmo que
exige vigilancia, crítica y participación. Porque Xalapa no se construye sólo
con números: se construye con memoria, con evaluación y con la convicción de
que ningún gobierno, por eficiente que sea, merece cheques en blanco.
Ese, y no otro, es el deber verdadero cumplido.


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