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viernes, 22 de agosto de 2025

Rocío Nahle y el Totonacapan: entre el compromiso cumplido y la deuda histórica


Por Miguel Ángel Cristiani

En política, como en la vida, los hechos pesan más que las palabras. Y en Veracruz, donde el discurso suele desbordar promesas que se diluyen al primer aguacero, el arranque de la rehabilitación de la carretera Papantla–Espinal–Coxquihui, con ramal a Coyutla, no es un gesto menor. Rocío Nahle, gobernadora del estado, puso en marcha una obra largamente reclamada en el Totonacapan: 60 kilómetros de camino que significan mucho más que asfalto. Son, ni más ni menos, la posibilidad de conectar a una región históricamente marginada con el resto del estado y del país.

Porque no nos engañemos: el Totonacapan, con toda su riqueza cultural, su aportación histórica y su valor simbólico para Veracruz, ha sido tratado como la periferia de la periferia. Los discursos oficiales lo ensalzan en las fiestas patrias y en la temporada turística de Cumbre Tajín, pero en lo cotidiano sus comunidades han tenido que sobrevivir con caminos de terracería, servicios precarios y ausencia institucional. Esa deuda viene de lejos, de gobiernos de todos los colores, que lo visitaban solo para tomarse la foto con los voladores, pero olvidaban pavimentar las carreteras.

La rehabilitación de la Papantla–Coxquihui y el ramal a Coyutla —incluidos tres puentes y obras de drenaje— responde a uno de los 80 compromisos de campaña de Nahle. Y en política el cumplimiento de la palabra empeñada es oro molido, porque rara vez ocurre. Ahí está la diferencia: no se trata de una dádiva, sino de un deber asumido ante los votantes. Sin embargo, lo importante no es solo que se arranque la obra, sino que se concluya con calidad, transparencia y en los tiempos previstos. De eso dependerá que este banderazo no sea solo un episodio propagandístico, sino un verdadero parteaguas para la región.

Aunque también haya que tener en cuenta el famoso programa de construcción de carreteras a mano de los pueblos, impulsado por la administración de López Obrador, en el que se invirtieron miles de millones de pesos, pero que por la falta de experiencia y el necesario profesionalismo técnico, resultó que a los pocos meses de terminados, ya estaban inservibles nuevamente, pero esa es otra historia, que merece ser analizada en detalle también.

Ahora bien, la experiencia obliga a la cautela. Los veracruzanos hemos visto demasiadas veces cómo un camino recién inaugurado comienza a deshacerse al primer temporal, producto de materiales de mala calidad o de la corrupción que se esconde bajo cada metro cúbico de asfalto. En este caso, la gobernadora y su equipo tendrán que garantizar que no se repitan esas historias. La supervisión ciudadana, los informes periódicos y la rendición de cuentas serán imprescindibles para evitar que esta carretera se convierta en otra promesa incumplida.

Hay otro detalle que no debe pasar desapercibido: la decisión de contratar empresas constructoras de la región para ejecutar los trabajos. En un estado donde la obra pública suele ser monopolio de compañías foráneas con padrinazgos políticos, el que se privilegie a constructoras locales abre una posibilidad real de derrama económica. No se trata de un gesto altruista, sino de sentido común: el dinero público debe quedarse en la zona, generar empleo y fortalecer a quienes, con sus impuestos, lo hacen posible.

El gesto político de pedir a la ciudadanía manejar con precaución porque no habrá topes, sino reductores tipo “tortuga”, revela otro cambio de enfoque: una apuesta por infraestructura vial moderna, que prioriza la seguridad sin dañar la carpeta. Puede parecer un detalle, pero simboliza una diferencia respecto al estilo de “taponear” todo con soluciones improvisadas. Ojalá se mantenga esa visión de planeación.

Vale detenernos en lo estratégico: Papantla, Espinal, Coxquihui y Coyutla son municipios de alta producción agrícola y ganadera. Sus cosechas, que muchas veces se pierden o se malbaratan por falta de transporte ágil, ahora tendrán una ruta más segura y eficiente hacia los mercados. El beneficio no es retórico: menos horas de traslado significan más ganancias para el productor, más frescura en el producto y más competitividad en la economía local. La carretera, entonces, no es un capricho de ingenieros: es un motor de desarrollo.

La obra, sin embargo, abre un debate mayor: ¿basta con rehabilitar caminos para saldar la deuda histórica con el Totonacapan? La respuesta es no. Carreteras sin hospitales, sin escuelas dignas, sin oportunidades laborales para los jóvenes, no bastan. Son un primer paso, imprescindible, pero no suficiente. La marginación no se combate con asfalto: se combate con políticas integrales, con respeto a la cultura originaria y con inversiones sostenidas.

El arranque de esta carretera es una señal alentadora. Pero más allá de la foto del banderazo y de los discursos de ocasión, lo que contará será el resultado tangible: que los niños lleguen más rápido a sus escuelas, que los enfermos alcancen a tiempo un hospital, que los productores transporten su café, su vainilla o su ganado sin perder dinero ni vida en caminos deshechos. Ese será, en los hechos, el verdadero cumplimiento del compromiso.

Porque al final, gobernar no es solo cumplir promesas: es transformar la vida de la gente. Y el Totonacapan, con toda su historia de olvido, merece mucho más que discursos. Merece caminos que conduzcan al futuro.