Ruan Ángel Badillo Lagos
Los signos de los tiempos hablan por sí solos. Basta reflexionar y observar el mundo actual a la luz de la fe y la esperanza para interpretar la realidad y asumir un compromiso de construir juntos un mundo mejor. En efecto, no se trata de una lectura literaria o superficial, sino de identificar problemáticas socioculturales, tecnológicas y económicas, tendencias capaces de revelar aspectos de la realidad.
Ante estos acontecimientos enfrentados
por la humanidad, como el sin sentido de la vida, si bien el presente es
fatigoso, no hay razón para ceder al pesimismo o la indiferencia. En la
actualidad, las personas eluden el sufrimiento y buscan el placer, sin
considerar que el sufrimiento forma parte de la existencia humana. Disminuirlo
es positivo, pero extirparlo por completo no está en nuestras manos, por mucho
avance científico o económico existente. “Lo que cura al hombre no es esquivar
el sufrimiento y huir del dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación”,
proclamó el Papa Benedicto XVI. Lo importante es darle sentido al sufrimiento y
descartar la violencia en todos los ámbitos, familiar y social; de otro modo,
el dolor se convierte en un sin sentido.
Ha llegado el momento de
reconocer situaciones a cambiar y, en algunos casos, la propia persona debe
transformarse. La vida necesita sentido. Volver a Dios con todo el corazón
permite alcanzar la realización e iniciar un proceso de cambio con propósito
para la existencia. Se trata de dejar conductas dañinas e iniciar una vida
nueva. ¡Basta ya de una vida sin sentido!
Aprender la lección no
requiere repetirla constantemente. Es tiempo de cambio. Volver a Dios implica modificar
actitudes que hasta hoy no han funcionado, por ejemplo, esforzarse por ser más
pacientes, solidarios, precavidos y generosos. Es necesario dejar atrás falsos
orgullos y banalidades. Algunos cambios serán voluntarios; otros, aunque no se
quiera, la vida los impondrá con dolor para reconocer la propia condición y
acercarse al conocimiento del Creador. Algunos, lamentablemente, no alcanzarán
a realizarlo ni siquiera tendrán tiempo para iniciar.
Regresar a la fuente significa
vivir la caridad y el amor mediante la ayuda mutua. Este amor se difunde en
cada persona y la impulsa a compartirlo, no solo con los propios, sino también
en una intensa comunión de intercambio con los demás. Es un amor afectivo,
lleno de aprecio y cariño, pero también eficaz con los más necesitados. No son
ellos quienes deben acercarse; somos nosotros quienes debemos hacerlo con amor
y decisión.
Es momento de reflexionar y
escuchar el signo que habla al corazón, la voz te dice:
¡Volvamos a Dios!