Ruan Ángel Badillo Lagos
En el
mundo actual se presentan cambios profundos y acelerados en múltiples
dimensiones (tecnológicas, sociales, económicas y medioambientales) a menudo
caracterizados por fuertes contrastes, violencia desmedida, inseguridad y
personas desaparecidas, entre otras realidades.
En
este momento de la historia se necesitan personas valientes dispuestas a construir
paz y abrir un mejor horizonte para nosotros y las siguientes generaciones. A
pesar de la crisis la vida puede mirarse con esperanza. La esperanza es una
virtud que aleja la tristeza y la desesperación, permite vivir con serenidad e incluso
con alegría. ¡Sean constructores de paz!
Es
necesario despertar, dar un gran impulso y contribuir a reconstruir el tejido
social del país desde cada ámbito. No se puede desaprovechar esta hora de
gracia. Por ello, tú, quien duerme, ¡levántate!, sal al encuentro de las
personas, las familias, las comunidades y los pueblos para comunicar y
compartir el don del encuentro con Cristo, quien ha llenado la vida de sentido,
la ha colmado de verdad, amor, alegría y una profunda paz.
No es
posible permanecer tranquilos en espera pasiva; urge acudir en todas
direcciones para proclamar que el mal, la muerte y la crisis que se vive en el
país y en el mundo no tienen la última palabra, que el amor es más fuerte, que la
humanidad ha sido liberada y salvada por la victoria de Cristo vivo y
resucitado. Todos, queridos hermanos, son testigos y también misioneros en las
grandes ciudades, en los barrios, en las colonias y en cada ámbito de la
convivencia social. Por eso resulta importante animarse a llevar la Buena Nueva
del Evangelio, que es la misma persona de nuestro Señor Jesucristo.
¿Cómo realizarlo?
Con palabras, actitudes y acciones que respeten la dignidad de cada persona sin
importar su condición, que protejan el orden y el bien común. Los creyentes son
testigos de un encuentro profundo con Dios y tienen la misión de llevar el
Evangelio a los espacios donde viven. ¿Qué se necesita para cumplir esta tarea?
Necesitamos
un fervor espiritual
Incluso
cuando se deba sembrar entre lágrimas. Así actuó Juan el Bautista, quien, aun
con su vida en riesgo, denunció el mal. De igual manera procedieron Pedro y
Pablo, quienes entregaron alma y cuerpo al servicio de Dios. Del mismo modo los
hicieron los apóstoles, hombres sencillos que dejaron todo por el Maestro y
proclamaron la Buena Nueva con su vida, su tiempo, su esfuerzo y sus fatigas.
También así caminó esa multitud admirable de personas valientes que, a lo largo
de la historia de la Iglesia, mantuvo un ímpetu interior imposible de extinguir
y llevó la Buena Nueva, construyó paz en todos los ámbitos y evitó propagar desventuras.
La
realidad del país exige seres humanos decididos por el Evangelio, personas de
buena voluntad con una esperanza activa. La esperanza no es pasiva, sino fuerza
que inspira y mejora cada acción en el hoy y el ahora, mientras construye un
mundo más justo y caritativo. Todo esto requiere paciencia y constancia,
especialmente ante la adversidad y la prisa del mundo moderno.
