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jueves, 25 de diciembre de 2025

La pluma del mensajero

 

Ruan Ángel Badillo Lagos

¡Hermosa la pluma del mensajero que trae buenas nuevas!

Hay una belleza serena en la pluma del mensajero, cercana al reflejo de la luz en los ojos ante el que ha nacido. La pluma no es solo un adorno, representa el viaje, el viento que la roza y el cielo que la ampara mientras lleva el mensaje: ¡ha nacido el Salvador! En su tinta late la esperanza; en cada filamento se resguarda el mensaje durante el recorrido por los caminos previstos.

La pluma resplandece no por lujo, sino por sentido. Es rastro visible de lo invisible, signo de la confianza depositada en el esfuerzo silencioso y en la fe. Quien la porta no alardea, camina. En ese caminar la belleza se vuelve acto al llegar y tocar la puerta, pronunciar el nombre y abrir el horizonte, pues las buenas noticias no hacen ruido, despejan el bosque. Hermosa la pluma porque anuncia; al verla se reconoce su capacidad de sanar, liberar decretos y ofrecer abrazos escritos más rápidos que las tristezas. La pluma del mensajero no compite con el oro, lo trasciende. Recuerda la nobleza de su función, es decir, llevar paz, encender sonrisas y unir distancias. Al rozar la luz el mundo parece recordar su propia promesa: no hay ornamento más bello que aquel dedicado a sostener y entregar esperanza. Por ello, cada vez que se acerque conviene recibirla a la manera de la lluvia tras la sequía, o sea, con los ojos abiertos, el corazón dispuesto y el silencio de quien vuelve a respirar.

Cuando esa pluma aparece el mundo respira hondo y entiende la posibilidad de un nuevo comienzo. Se debe recibir con gratitud, es el emblema vivo de la palabra que alienta, alivia y da esperanza; afirma la posibilidad de seguir, incluso en la adversidad.

En efecto, la pluma del mensajero. Ver su brillo recuerda que la belleza más alta consiste en servir sin altives, acercar la paz, encender sonrisas y unir distancias ¡Ha nacido un Salvador!

La pluma del mensajero, al rozar el papel, traduce la idea en enunciados y convierte la memoria en un mapa de tinta. Con ella nacen frases y se aquietan tormentas mediante comas y puntos; en ocasiones actúa a modo de bisturí, extirpa lo dañado cuando sobran palabras; en otras, cumple función de brújula y señala rumbos. En cada trazo caben lo humilde y lo inmenso, el filo de una despedida. La pluma no dicta, escucha. Al escuchar escribe aquello aún sin nombre.

La pluma del mensajero anuncia: ¡nos ha nacido un Salvador! ¡Feliz navidad!