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uan Ángel Badillo Lagos
Se reconocen dos venidas del Señor; además de la primera y la última, existe una venida intermedia. La primera venida de Jesucristo fue humilde y profetizada. Comenzó con su encarnación y su nacimiento milagroso en Belén como un niño vulnerable, envuelto en pañales y acostado en un pesebre, sin un lugar adecuado en el albergue. Llegó como el Mesías portador de paz, dando cumplimiento a las profecías (entre ellas las de Isaías) y preparando el camino del Reino de Dios, no como guerrero conquistador, sino con la finalidad de restaurar la dimensión humana y espiritual, conforme al designio para la humanidad.
Su misión consiste en restaurar la imagen de Dios en el hombre, perdonar los pecados y establecer el Reino de Dios en los corazones, no conquistar naciones. La primera venida fue un acto de amor divino, marcado por la humildad y el cumplimiento de las promesas. En la última venida todos contemplarán la salvación que Dios envía. Él vendrá con gloria y esplendor; su regreso será visible para todas las personas del mundo, semejante a un relámpago que cruza el cielo de oriente a occidente. Vendrá de manera corporal y visible, tal como ascendió al cielo desde el Monte de los Olivos.
La venida intermedia es real y solo la perciben los elegidos; por medio de ella reciben la salvación. En esta venida Cristo llega espiritualmente y manifiesta la fuerza de su gracia. Se trata de un tránsito que conduce de la primera a la última. En la primera venida Cristo fue redención; en la última se manifestará como vida; en la venida intermedia es camino, descanso y alimento. Para evitar interpretaciones subjetivas conviene atender las palabras del mismo Señor: el que come mi carne y bebe mi sangre tendrá vida eterna; y en otro pasaje: el que me ama guardará mi palabra; mi Padre lo amará y vendremos a fijar en él nuestra morada. Solamente quienes han vivido de forma profunda esta venida intermedia pueden dar testimonio de su realidad y permanencia, desde la primera y la intermedia, con la esperanza puesta en la última.
En efecto, la venida intermedia se experimenta al participar de su presencia en los sacramentos que la Iglesia ofrece. La vivencia alcanza mayor profundidad cuando, por medio de la oración, se produce el encuentro con el Señor. Esta experiencia trasciende lo puramente intelectual o emocional y conduce a una unión íntima y transformadora con Dios. Suele manifestarse en un estado de gracia, oración y contemplación, en el cual el alma se eleva más allá de sus facultades ordinarias para experimentar la presencia divina de modo infalible. Él viene y establece su morada; de esta venida intermedia y de los sacramentos que la Iglesia propone se trata.



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