Desde el Café
Bernardo Gutiérrez Parra
Ignoro si Andrés Manuel López Obrador pasará a la
historia como el revolucionario innovador de la República con su 4T. De lo que
sí estoy seguro es cada vez que pegue una pandemia en el mundo, será recordado
como el viejo testarudo que siempre fue a contrapelo de los lineamientos ordenados
por la OMS para detener el coronavirus.
Todavía el pasado viernes en su conferencia mañanera dijo:
“Yo no me puedo poner en cuarentena, no me puedo aislar. Tengo que estar
pendiente y tengo que continuar con mis labores”.
Pero el mismo viernes por la noche, ya con 717 casos
confirmados, 12 muertos y 2 mil 475 sospechosos, le bajó dos rayas. “Es el
momento de la comunicación y de la solidaridad familiar; de la fraternidad de
nuestras familias. Les pido encarecidamente que cuidemos a nuestros adultos
mayores, porque está demostrado que son los más vulnerables. Lo mismo cuidar a
nuestros enfermos de diabetes, hipertensión, los que tienen padecimientos
renales”.
El Presidente habló en tercera persona, como si no
fuera un adulto mayor con problemas de hipertensión, propenso a la diabetes y
que ya sufrió un infarto.
En un mensaje de 14 minutos pidió guardarse en casa; algo
que él no hace.
El sábado, cuando los casos confirmados se fueron a
848 (131 más que el día anterior) se registraron 16 muertes y 2 mil 623
sospechosos, el subsecretario de Salud Hugo López-Gatell urgió a todo el país:
“Quédate en casa, quédate en casa”.
Quizá porque no tenía a su lado al Presidente habló
más claro que en otras ocasiones: “La única manera de reducir hoy la
transmisión es quedándonos en nuestras casas de forma masiva y durante un
tiempo estipulado de un mes. Quédate en casa, quédate en casa, es la última
oportunidad de detener al coronavirus”.
El funcionario dio a entender que la bestia
apocalíptica llega con toda su furia y los muertos y los miles de contagiados
serán inevitables “aun cuando estemos recluidos en nuestros hogares”.
Mientras esto sucedía, López Obrador dijo desde San
Luis Río Colorado algo que se sabía desde hace meses: “Se nos va a venir muy
fuerte la crisis económica” pero agregó que será por el Covid-19 y no por sus
erráticas políticas económicas.
Desde allá volvió a mentir al reiterar que decidió
blindar a los pobres con programas de bienestar por 500 mil millones de pesos.
Ya no 400 mil millones como declaró hace escasos seis días.
“De a millón de pesos que nos diera a cada mexicano le
saldría más barato el apoyo y no desfalcaría tanto a la economía nacional”,
escribió una persona en las redes.
El problema – reitero porque ya lo dije hace unos
días- es que esos 400 mil o 500 mil millones de pesos sólo existen en su
imaginación. No están en las arcas de la Secretaría de Hacienda, ni en el SAT
ni bajo su colchón. Tampoco están inventariados en las reservas del Banco de México.
En La Rumorosa subió un video donde le pega duro a los
empresarios porque instalaron unos ventiladores de energía eólica y los llamó
(por enésima vez) corruptos y conservadores. Y en Culiacán la tunda fue más tupida:
“Los conservadores quieren que me aísle. Imagínense, no habría conducción. O
sí, habría conducción de ellos porque en política no hay vacíos de poder, los
vacíos se llenan y eso es lo que ellos quieren. Quieren un vacío para que se
apoderen ellos de la conducción política del país, de manera irresponsable”.
Mientras López-Gatell está pidiendo a toda la nación
que se encierre en sus casas, López Obrador sigue denostando, polarizando, dividiendo
y encrespando a la raza, pero también sigue sin dimensionar una mortal pandemia
que afectará a miles y puede resquebrajar a su gobierno.
Su mensaje del viernes por la noche fue patético.
Sentado en el rincón de su cuarto de hotel, encorvado
y vistiendo una guayabera que le quedaba muy holgada, se me figuró más a un
maestro de primaria a punto de jubilarse que al Presidente de la República.
Y es que el estadista que esperan los mexicanos nomás
no aparece.
Falto de asesores que cuiden su imagen y ayuno de un
equipo de profesionales que le escriban sus discursos, el Presidente habló como
acostumbra: a pausas y con repeticiones verbales. Sin inyectar ni proyectar seguridad.
En ese sentido la diferencia con sus pares de
Alemania, Francia y Rusia es abismal. Mientras estos se erigieron como
estadistas, López Obrador sigue siendo un luchador social, nomás que más
sectario y obcecado.
Pero ni hablar, es el Presidente más votado de la
historia y es lo que tenemos para enfrentar al coronavirus.