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sábado, 21 de junio de 2025

El hombre que se comía el tiempo

 

Por Angélica Cristiani 
Lo vi sentado al borde de una banqueta, con la camisa abierta al sol y las manos manchadas de jugo. Un anciano, quizás de ochenta o de toda la vida, comía un mango con la entrega de quien sabe que no hay prisa. No lo pelaba con fineza, no lo trozaba con cuchillo: lo devoraba con los labios, con las encías, con los ojos cerrados como si estuviera sorbiendo un recuerdo o un paraíso.

En su gesto no había pobreza, había rito. En su lentitud, no abandono, sino la maestría del que ha aprendido que el placer no se apura. Porque un mango no es fruta cualquiera: es verano entre los dientes, infancia recobrada, sol atrapado en fibras dulces.

Y pensé que tal vez la plenitud no viene con tenerlo todo, sino con saborear el instante como si fuera el primero… o el último. Ese hombre no comía un mango. Se comía el tiempo.