Billie
J Parker Méndez
POLÍTICA
Y VIOLENCIA CONTRA LA DEMOCRACIA
“La violencia no es poder, sino la ausencia de
poder”: Ralph Waldo Emerson

Libres, comandos armados deambulan por todo
el territorio nacional cobrando vidas impunemente; sabotean trenes, violan,
extorsionan, hackean bancos y amenazan
con piratear el PREP el 1 de julio. Desde la cúpula liquidan y se convierten en
dueños de medios de comunicación; descalifican a luchadores sociales y todo
observador directo de su corrupción. Exhiben la inseguridad total, el nulo estado
de derecho en México, el desorden institucional y la violencia estructural, que genera dos tipos
de desplazados.
Un grupo es el de los dueños del “enojo
social”, porque el gobierno no solo incumple
con su principal mandato, que es el de garantizar la vida, trabajo, justicia, igualdad,
y las libertades de sus gobernados, o lo que es lo mismo, el respeto a la
dignidad humana, sino al contrario, utilizan represión y crimen contra la
población.
El segundo grupo, que deriva de la vergonzante
omisión del deber legal, es el desplazamiento de ellos mismos, de los actores
de la política nacional, dónde se advierte el ejercicio de la violencia de la delincuencia
organizada, como mecanismo de control y coerción contra quienes antes fueron
sus cómplices. Hoy, o los matan, los encarcelan, o los convierten en criminales
bautizados con cargos públicos pero sin poder autónomo.
Ante la omisión y colusión de las
instituciones se legaliza el nacimiento del poder narcotraficante por
encima de sus antes aliados políticos. Las y los
mexicanos quedan en total orfandad ante el cinismo y ambición de los gobernantes
corruptos, a quien el pueblo les dio la tarea de protegerlos, vía la democracia
simulada.
En tan solo el año 2017, el año más violento
en 20 años, casi 27 mil muertos reconocidos, 80 crímenes por día. Cifra que escala
sin registran a los desaparecidos o el oscuro final de migrantes indefensos, que se estiman en ámbitos oficiales, en un
millar por lo menos.
Ayotzinapa, Tierra Blanca y la desaparición
de los estudiantes de cine, son ejemplos emblemáticos, del registro diario de
muertos en México en los dos últimos sexenios. Una poda social de los poderes,
de oprobiosas dimensiones, de delitos de “Lesa Humanidad”, y el mundo mira
aterrorizado.
La crisis de violencia e inseguridad que
enfrenta México se incrementó desde el 2006,
y dos sexenios después y con el PRI de vuelta en los pinos, la violencia sigue
sin control, evidenciado ingobernabilidad y anarquía.
De acuerdo a la consultoría Etellekt, en su Informe
de Violencia Política en México 2018, (Excélsior), en 8 meses de procesos electorales
se han contabilizado 305 ataques, directos e indirectos, que ha dejado 94
muertos. En las últimos horas aumento a 97 y es un escándalo internacional. En solo
30 días los atentados aumentaron a 102 ataques contra políticos y sus familias.
En 32 casos no todos fueron del crimen organizado, aun cuando se estiman
utilizan el mismo modus operandi. Se señalan a opositores, policías y alcaldes
como los autores intelectuales. No es gratuito el abandono de la contienda
electoral de casi mil candidatos, vencidos por estos grupos paramilitares, que
transitan por todo el territorio nacional con impunidad. .
¿Realmente funciona la democracia en México
cuando vemos los arreglos cupulares entre la política y los criminales? No, no existe la democracia
indirecta o representativa, donde supuestamente las decisiones son tomadas por aquellas
personas a los que el pueblo reconoce como sus representantes legítimos, los
cuales son electos a través del voto. Actualmente nadie representa a ese pueblo
arrollado. En la mayoría de los casos a los candidatos los colocan los
delincuentes vía los insaciables actores políticos, quienes hoy se mimetizan con el crimen organizado.
Políticos y facinerosos extorsionan por igual, masacran a
todo un pueblo silenciado. Agreden a candidatos y sus familias, someten con
asesinatos a pueblos que osaron votar en contra del cacique que domina la
región o el estado. En total desamparo inocentes pagan las consecuencias,
mientras las bandas siguen enriqueciéndose con sus ilícitos, pero prósperos
negocios, ante un Estado ausente. Los elevados niveles de impunidad y corrupción que
persisten en México, las simulaciones en la atención a víctimas y nulo acceso a
la justicia, han instituido la violencia
como manera de acceder al poder y de vivir.
La violencia es pues un actor no deseado que
juega en estas elecciones. Un régimen de balas que se ha venido gestando desde
hace tiempo y no emergió por generación espontánea. Por negligencia y complicidad
el Gobierno mexicano es responsable de este escenario que atenta contra las
instituciones y deteriora la democracia. Lo trascendente en este tiempo
electoral, es la nula competencia democrática en todo el país. El simulacro de
las elecciones es una variable más.
Lo que proponen los candidatos en materia de Seguridad
Pública, no alcanza para acabar con esta descomposición política, institucional
y social. Se requiere ética y pactos civilizatorios, dignificar a la política. Dar
vía un nuevo orden social, una nueva realidad para evitar que las nuevas
generaciones sigan socializando la mecánica de la violencia como modo de vida.