(Tres
Partes)
Por Francisco
Berlín Valenzuela*
Segunda Parte

Es conveniente, no perder de vista que en
un país con frágil vocación democrática como el nuestro, tiene que entender que
el sufragio tiene una gran importancia y posee funciones inmanentes como son
las orales y participativas y funciones trascendentes como son las de producir
legitimación de los gobiernos y las de integración de los órganos del Estado.
Mediante las funciones electorales se
realizan los actos necesarios para la designación de candidatos, se establecen
las calidades de los electores, así como las instituciones normativas y
organismos operacionales.
La función de participación del sufragio
tiende a ser posibles las formas de democracia semidirecta como son entre
otras, la práctica del referéndum, el plebiscito y la iniciativa popular, las
cuales son normas completas del ejercicio del poder en el Estado por parte de
los electores.
La
función legitimadora del sufragio en un régimen representativo y democrático,
es vital para la justificación misma del poder, ya que los gobernantes deben
aspirar a ejercer un poder jurídico.
Señalamos por último, la función
trascendente de las elecciones que consiste en la integración de los órganos
del Estado, lo que la hace de
considerable valor porque permite la transmisión pacifica del poder y la
continuidad de los gobiernos.
Compenetrados
ya del enorme valor que las elecciones representan para una comunidad política,
se impone meditar en el papes de los oradores en las contiendas electorales.
Preciso
es, en primer lugar distinguir claramente entre la diversidad de individuos que
giran alrededor de un partido político. Así se aprecia la existencia de
dirigentes, candidatos, militantes, simpatizantes y votantes sistemáticos u
ocasionales.
Esta
distinción es de gran utilidad al orador en las campañas políticas, pues deberá
percatarse previamente a su intervención la clase de auditorio al que se va a
dirigir para hacerlo de manera idónea. Ya que no es lo mismo un público de
militantes de un partido que un público de electores flotantes e
indefinidos, los cuales en ocasiones llegan a ser tan numerosos que pueden
decidir el triunfo electoral.
Por
otra parte, en concordancia con lo anterior, hay que tener en cuenta las
diferentes etapas del proceso electoral, dentro del cual se llevan a cabo actos
políticos diversos, en los cuales el orador del partido enfrentara a públicos
disímbolos, así por ejemplo existen actos, rituales como es una convención,
en la que ya previamente los sectores se han pronunciado a favor de un
candidato y los delegados que a ella asisten solo van a confirmar su decisión
de apoyo ya manifestada, es evidente, que en este tipo de actos, la función del
orador es la de justificar una candidatura más que convencer sobre los
beneficios y la conveniencia de ella.
Existen
otro tipo de actos políticos en los que su integración es indiscriminada,
concentrándose en mítines simpatizantes, adversarios, curiosos e indiferentes.
Es conveniente señalar que en estos casos el orador debe utilizar un lenguaje
cuyas premisas no se consideren aceptadas de antemano, ya que puede provocar
rechazos y animadversión, haciendo reaccionar al público probablemente
negativa, haciendo estéril el mensaje.
Pensamos
que en tales situaciones lo más recomendable es que las premisas mayores deben
estar bien fundamentadas, buscando la adhesión en base al compromiso que
despierten los postulados del partido y las propuestas de los candidatos.
Es
recomendable también tener en cuenta, que dada la heterogeneidad de los grupos
que integran los auditorios en los diversos mítines que se celebran en un
distrito electoral, es necesario, destacar los aspectos comunes que pueden identificar
a un candidato con las necesidades concretas de esos grupos.
Parece
necesario insistir también en la conveniencia de que los oradores entiendan la
distinción que hay entre la revolución como suceso histórico, en la que el
pueblo tomó las armas para substituir el viejo orden por uno nuevo, más
justo y democrático, del termino revolución que alude a una actitud dinámica en
la sociedad actual, para impulsar el cambio y el progreso de nuestro país. Esta
postura no busca perpetuar desde luego los intereses creados ni hacerse
cómplice de las injusticias que pudieran existir, pues un verdadero revolucionario
debe luchar por hacer realidad los principios que han sostenido nuestros
mejores hombres en sus intentos por perfeccionar constantemente las
instituciones sociales que poseemos.
Esta
distinción entre revolución como hecho histórico y revolución como actitud
dinámica en la vida, debe ser explicada al pueblo, pues de no hacerlo, se corre
el riesgo de que se sienta muy alejado del movimiento armado de 1910, si solo
piensa en esa interpretación, tenemos que hacer comprender a la ciudadanía que hay
también un concepto de revolución institucionalizada. La institución como es
sabido, es una forma de organización estructurada con determinados fines más o
menos precisos y con una permanencia relativa. Lo institucional en este
contexto, que incluye la idea de revolución como actitud dinámica es un modelo
que perfila y encausa conscientemente el cambio a través de esfuerzos
deliberadamente planificados, en los que lo único inmutable es la convicción de
que toda estructura social es siempre perfectible. Esta es una razón que
sobre el particular deben tener siempre presente los oradores políticos.
Los oradores
deberán comunicar esto a sus interlocutores, sobre todo cuando utilice slogans,
clichés o temas que hagan alusión a la revolución, evitando así que parezcan
conceptos estereotipados y anacrónicos. Al ser entendidos solamente como
alusiones al hecho histórico, la nueva generación mexicana, distante ya
en el tiempo de los acontecimientos de 1910, es poseedora de una energía vital
que el partido debe encauzar mediante una participación revolucionaria más
acorde con la idea de revolución como actitud dinámica ante la vida.