DE PRIMERA MANO
Por Omar Zúñiga
Hoy, 30 de septiembre, llega a su fin el sexenio de Andrés Manuel López Obrador.
Un presidente que decidió vivir en un Palacio, cuando desde Porfirio Díaz, el dictador, se dejó de usar Palacio Nacional como residencia oficial (y lo hizo sólo hasta 1880).
Un gobierno al que le tocó lidiar con la crisis originada por la pandemia de Covid 19 que azotó al mundo en 2020 y que dejó en México una cifra estimada en más de 800 mil muertos, dicho por un tal Hugo López Gatell, encargado del manejo de la crisis y autor de frases que quedarán para la posteridad como: “La fuerza del presidente (López Obrador) es moral, no es una fuerza de contagio”; “usar cubrebocas tiene una pobre utilidad o incluso tiene una nula utilidad"; "un escenario muy catastrófico es que pudiera llegar a 60 mil muertes”.
O cuando los padres de niños con cáncer salieron a protestar a las calles por falta de medicamentos para sus hijos: "esta idea de los niños con cáncer que no tienen medicamentos, cada vez lo vemos posicionado como parte de una campaña, más allá del país, de los grupos de derecha internacionales que están buscando crear esta ola de simpatía en la ciudadanía mexicana ya con una visión casi golpista."
Un gobierno que registra el segundo peor crecimiento económico en los últimos 10 sexenios, sólo detrás del gobierno de Miguel de la Madrid, incluso más bajo que los gobiernos de su peor enemigo y fantasmas del pasado, como Vicente Fox que registró 1.9 por ciento; Felipe Calderón con 1.7, incluso Enrique Peña Nieto con 2.4 por ciento.
López Orador prometió crecer al ritmo de sus presidentes modelo: Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría o el mismo José López Portillo, todos arriba del 6 por ciento.
Hoy veremos un crecimiento del PIB que escasamente llegará a 0.8 o quizá, 1 por ciento, según estimaciones del Banco de México.
López Obrador deja también un país literalmente incendiado, con la peor crisis de inseguridad de su historia y el mayor número de homicidios dolosos, con más de 200 mil mexicanos asesinados y una guerra en Culiacán.
Casi el doble de lo que registró el sexenio de su némesis Felipe Calderón (con todo y guerra la narco) y casi 50 mil más del sexenio de Peña Nieto
Deja un ecocidio del que será muy complicado levantarse, con la devastación de la selva maya y las terribles afectaciones al sistema hídrico subterráneo de la Península de Yucatán, quizá el más grande e importante del mundo.
Deja un gobierno marcado por actos de corrupción, como la cooptación de quienes en algún momento fueron sus “adversarios” (incluso enemigos) a su gobierno y que al final aceptaron sus reglas como Miguel Ángel Yunes Márquez, Javier Corral Jurado, Jorge Carlos Ramírez Marín, Alejandro Murat y un largo etcétera.
Deja un país de terror para el periodismo y los periodistas, atacados una y otra vez por no estar de acuerdo en su gobierno y su forma de gobernar, y señalar los errores cometidos.
La ocurrencia (y provocación) de informar oficialmente que el sistema de salud mexicano termina el sexenio mejor en Dinamarca
O un pleito ranchero inventado con España que ha ocasionado una fuerte erosión en la importantísima relación binacional.
El socavamiento al Poder Legislativo y ahora al Judicial para que ambos estén supeditados al titular del Ejecutivo.
Y absolutamente nada de todo esto (y mucho más) fue su culpa.
La culpa de todo la tuvieron los anteriores gobernantes, por no dejarle las bases a su gobierno y pudiera brillar como él lo deseaba.
Hoy, pues, deja Palacio Nacional cercado, amurallado y se va a La Chingada quien ha sido considerado por muchos, como el peor presidente en la historia reciente de nuestro país.
¡Qué barbaridad!
deprimera.mano2020@gmail.com