Desde el Café
Bernardo Gutiérrez Parra
Un botellazo dirigido a un hombre público siempre será noticia, dé o no dé en el blanco, sobre todo si el receptor es presidente de la República. Y el que le lanzaron el domingo a Andrés Manuel López Obrador en Veracruz no fue la excepción.
Mientras llegaba a la casa que habitó Benito Juárez, alguien le lanzó una botella de plástico con agua que esquivó sin mayor dificultad. Y de inmediato se soltaron en las redes los videos donde se acusa a los miembros del Poder Judicial, que protestaban por la reforma judicial y rechazaron su visita, de ser los autores del “atentado”.
Uno de los videos echó para abajo el teatrito ya que captó al agresor; un tal Jorge Cedillo, moreno de pura cepa como el responsable. Pero como dictan los cánones de su partido, se deslindó de volada y le echó la culpa a la presidenta de la Suprema Corte de Justicia.
“Fuimos agredidos por personas acarreadas de los conservadores, tanto Norma Piña como los magistrados y jueces del Poder Judicial del puerto de Veracruz…” dijo en su descargo el sujeto.
Pero el presidente tenía otros datos y esta vez no se los guardó: “Ahora que fui a Veracruz, resultó que uno de los que me tiró una botella de agua es un abogado, seguramente vinculado a la red de traficantes de influencia en el Poder Judicial”.
Sin dar a conocer el nombre, agregó que se puede tratar “de uno de los jueces corruptos que permitieron la construcción de la Torre Centro”, una edificación que está en el centro histórico del puerto jarocho, que jamás le ha gustado, que llama “adefesio”, pero que no pudo tirar como lo prometió, a pesar de que le echó toda la fuerza del Estado.
Y para dejar en claro que la persecución no terminará cuando se vaya, le dejó la bronca a su sucesora a la que conminó a “corregir” esa y todas las obras que “rompan” con la historia de México. Algo así como “ahí te encargo mija, que tires eso”.
¿Y qué castigo pidió para su agresor?
Por Dios lector… ¿castigo?, ninguno, eso ni pensarlo. Magnánimo, humanista y sensible como es casi lo bendijo: “Debemos ser tolerantes”.
Y a renglón seguido soltó una parrafada que fue una descarga eléctrica para los habitantes de este país, incluidos sus seguidores más fervientes: “Tenemos que terminar sin masacres, sin desaparición de nadie, sin tortura, sin perseguir a ningún periodista, sin censura… y lo hemos logrado entre todos”.
¡O-RA-LÉ!
Entonces, ¿las 2 mil 526 masacres son puro cuento? ¿Los 50 mil desaparecidos son una falacia y Carlos Loret, Gómez Leyva, López Dóriga, Raymundo Riva Palacio, Carmen Aristegui, Denise Dresser y los 47 periodistas asesinados en su gobierno son unos argüenderos?
Los ríos de sangre que inundan gran parte del país porque a diario son asesinadas 89 personas en promedio; la frustración, dolor y desesperación de las madres buscadoras que no encuentran a sus hijos y además son perseguidas, los huérfanos de los feminicidios y el ataque sistemático a periodistas que no son afines al régimen ¿lo hemos logrado entre todos?
¡Alamechas!
Ahora endiento a los que dicen que el señor presidente ya está para el diván de un psiquiatra.
Pero volviendo al tema central de esta columna; la agresión contra Andrés Manuel me recordó la que sufrió Luis Echeverría en su visita a la UNAM por parte de un estudiante de medicina. Y nada que ver el uno con la otra.
Mientras lo del domingo fue un “globito” fildeable que quedará para el anecdotario, lo de marzo de 1975 fue un certero tepalcatazo que le abrió la frente al presidente y provocó la furibunda reacción de la clase política nacional que en cuestión de horas, le organizó una multitudinaria manifestación “de apoyo y desagravio”.
También le costó una dura reprimenda al agresor ya que sus compañeros de Facultad le espetaron: “¡¿Por qué no le aventaste un ladrillazo?!”.
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