Puede pasarle a cualquiera
Por Juan Iván Salomón
A este novato reportero le han
contado infinidad de veces esta divertida anécdota y de tanto escucharla, hemos
llegado a darla por cierta. Queda a la consideración de los dos o tres lectores
de esta columneja (siempre menos que los del gran maestro don Catón, que
asegura tener sólo 4 lectores), creer o no en esta breve historia que habría
ocurrido en la segunda mitad del siglo 20 en esta ciudad capital, en un restaurante
de mariscos situado en la calle de Pino Suárez. Omitimos nombres y demás datos para
evitar que los familiares de los protagonistas vayan a llevarnos a juicio por
andar de mitoteros.
Aquí va la breve y jocosa historia y
ustedes decidan si es puro cuento, mito o de veras habría sucedido:
A unas horas de amanecer durante uno
de esos fríos y lluviosos días del Xalapa de antaño, el propietario del negocio
recibió una inusual llamada telefónica. Extrañado y cauteloso, levantó el
auricular y escuchó una conocida y preocupada voz:
--Negrito, negrito, soy yo… ¿a qué
hora abres el restaurante?
--Señor gobernador, como usted lo sabe,
el horario comienza a partir de las 12, pero dígame en qué puedo servirle y yo
me encargo de inmediato. ¿Se siente bien, quiere que le prepare algo sabroso para
que lo tome en su casa?
Hablaba por teléfono uno de esos
clientes frecuentes e importantes del tradicional bar, donde el día anterior se
había reunido con sus amigos y convivido hasta altas horas de la noche. Y el
dueño se sentía honrado de atenderlo. Supuso que la cruda sería demasiado
fuerte y que por eso le llamaba tan temprano. Quizás deseaba algún brebaje
especial para aliviar el malestar o un delicioso y calientito consomé de
mariscos. Lo merecía.
--No negrito, anoche estuve muy
contento con mis amigos pero entré al baño y me quedé dormido. Todos se
retiraron pensando que me había ido sin despedirme, y tú seguramente tampoco te
diste cuenta y cerraste con llave por fuera. Acabo de despertar y no puedo
salir. Necesito que me vengas a abrir, rápido por favor.
Muchos adultos mayores tal vez
conocen la anécdota. Los más jóvenes no tienen ni idea de quién sería el
protagonista, pero pudo haberle ocurrido tanto al prominente político como a
cualquier cliente modesto como nosotros… o quizás nunca sucedió y se trata de
uno más de esos mitos urbanos que les inventan a los personajes encumbrados.
Aún viven personas de aquella época
por si alguien desea entrevistarlas para corroborar la veracidad de este curioso
relato.
Cuando lo escuchó por primera vez la
Yaretzi López se desternillaba de risa y se limitó a repetir:
--¡Oh, eso es cool! ¡Es cool!