Desde el Café
Bernardo Gutiérrez Parra
Quienes comparan la persecución que sufrió Andrés
Manuel López Obrador en 2006, con la embestida de la PGR al candidato del
Frente, Ricardo Anaya, no tienen ni la menor idea de lo que dicen.
Cuando fue jefe de gobierno del DF, López Obrador fue
acusado de desacato a un mandamiento judicial por la presunta invasión de un
predio.
La acusación no tenía ningún sustento jurídico, pero
Vicente Fox y Santiago Creel presionaron al Congreso para que desaforara al
tabasqueño. Esto ocasionó la ira ciudadana que se manifestó en una mega marcha
que catapultó al Peje a alturas que ni él mismo llegó a imaginar.
Andrés Manuel llegó sobrado a la contienda electoral
de ese año, pero el slogan “Peligro para México” impulsado desde el war room de
Felipe Calderón, combinado con una serie de desafortunadas frases como el
famoso “Cállate chachalaca”, echaron por la borda sus sueños de terciarse la
banda presidencial.
De aquello han pasado 12 años y tan inocente fue el
Peje, que hasta el momento no se ha vuelto a hablar del tema.
En el caso del panista Ricardo Anaya, la cosa es
diametralmente opuesta.
Este chamaco es señalado por la PGR de haber vendido
un terreno mediante empresas fantasma que le dejó una ganancia de 54 millones
de pesos.
Aparte de que evadió impuestos lo que se considera una
falta grave, también es señalado de haber lavado dinero, lo que es un delito
más grave.
Desde fines del 2016 la PGR comenzó a rastrear la
travesía de esos millones que literalmente viajaron por medio mundo para
regresar otra vez, bien lavaditos, a los bolsillos de Ricardo.
¿Por qué no lo denunció en ese entonces la dependencia
federal?
Porque Ricardo y Enrique Peña Nieto andaban de luna de
miel gracias al apoyo que el panista brindó a las reformas estructurales del
priista.
Tan bien estaba la relación que el PRI y EPN lo
dejaron hacer porque lo pensaron dócil y manejable. Y ese fue su error.
O el PRI y el presidente cerraron los ojos ante las evidentes
traiciones de Ricardo hacia sus compañeros panistas, o simplemente no las
quisieron ver.
Ricardo mostró otra faceta de su perfidia cuando el
año anterior rompió groseramente con el gobierno en general y con Enrique Peña
en particular.
Hay quienes aseguran (aunque sin comprobarlo) que
gracias a sus truculencias el tricolor estuvo a nada de perder la gubernatura
en el Estado de México frente a la candidata de Morena, Delfina Gómez.
Lo que si es cierto es que un enviado de Los Pinos le
dijo al chamaco: “Dice el presidente que de él te vas a acordar”.
Y vaya que se está acordando.
Nadie duda que detrás de los señalamientos de la PGR
está la mano de Peña Nieto.
Pero tampoco hay duda que Ricardo Anaya cometió un
ilícito que le ha permitido viajar una vez por semana a Atlanta donde tiene una
propiedad en la que viven su esposa e hijos, otra casa en México y sus gastos semanales
son de 40 mil dólares. Beneficios que no empatan con el sueldo que ganó como empleado
de un gobernador, diputado federal y presidente del PAN.
¿Que es una persecución política en su contra? ¡Pero
por supuesto que sí! ¿Qué esperaban del PRI en tiempos electorales?
Sólo que a diferencia de la que sufrió Andrés Manuel,
en ésta existe la presunción de un delito grave cometido con premeditación,
alevosía y ventaja, por un individuo que presume de impoluto, cuando es tan
corrupto como la mayoría de las personas que critica.