La Conferencia del Episcopado Mexicano a través de la Dimensión Episcopal de la
Pastoral de Movilidad Humana rechaza de manera enfática el uso desproporcionado
de la fuerza letal por parte de agentes del Estado lo que ocasionó, hasta el momento,
la muerte de seis personas migrantes y diez más resultaron heridas.
Esta tragedia surge no como un hecho aislado, sino como consecuencia de la
militarización de la política migratoria, y una mayor presencia de fuerzas armadas en
la frontera sur del país la cual ha sido una constante.
Por la naturaleza y gravedad de los hechos y al existir un contexto de violación
sistemática de derechos humanos, así como una política migratoria basada en la
militarización, el Estado mexicano está obligado a realizar una investigación seria,
imparcial y efectiva; de lo contrario, si estos hechos no son investigados con la debida
diligencia, resultaría de algún modo, auxiliados por el poder público comprometiendo
la responsabilidad internacional del Estado mexicano.
Solicitamos al Estado mexicano adoptar medidas de no repetición para limitar la
presencia de las Fuerzas Armadas en labores de orden público y en materia de control
y revisión migratoria a situaciones excepcionales y asegurar el cumplimiento de
medidas preventivas en el uso de la fuerza.
Ante esta situación es importante recordar que el principio de la centralidad de la
persona humana, expresado con firmeza por el Papa Benedicto XVI, nos obliga a
anteponer siempre la seguridad personal a la nacional. Por tanto, es necesario formar
adecuadamente al personal encargado del control en las fronteras. En nombre de la dignidad fundamental de cada persona, es necesario esforzarse para
preferir soluciones que sean alternativas a la contención de las personas en situación
migratoria irregular que entran en el territorio nacional y la militarización de la frontera.
Nos solidarizamos con las víctimas y sus familiares, extendiendo nuestras oraciones
por las personas migrantes que murieron en este operativo del Ejército mexicano, y por
la pronta recuperación de las personas heridas.
Que el Dios que camina con las personas migrantes y refugiadas, lleve el consuelo y la
paz y el pronto alivio a las familias de las víctimas.
Como Iglesia que acompaña siempre a los más pobres, confiamos que la violencia
nunca será la solución.
María madre de migrantes y refugiados, extienda su manto de amor protector a quienes
tienen que huir por amenazas, y únicamente buscan una vida digna y trabajo para llevar
el alimento a sus familias.
+ J. Guadalupe Torres Campos
Obispo de Ciudad Juárez
Responsable de la Dimensión Episcopal de la Pastoral de Movilidad Humana.