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viernes, 30 de junio de 2023

Sonetos /2

Hacer un soneto requiere de un gran conocimiento del idioma, de un gran sentido del ritmo, de talento inigualable y de un trabajo de orfebre con las palabras. Este tipo de composición tiene tantas reglas y acotaciones que a un poeta le resulta tan difícil como a un candidato independiente ganar una elección en México. En ambos casos se llega a pensar que las exigencias hacen imposible lograr el éxito.


     Pero los candidatos independientes han llegado a ganar y los poetas han hecho pasmosas creaciones.


     Para no meterme en la preceptiva, que luego es insondable, pongo a continuación tres sonetos.


     El primero es del poeta de Orihuela Miguel Hernández, que nació en 1910 y murió en una cárcel española debido a las condiciones insalubres en que lo tuvieron por órdenes expresas del sátrapa Francisco Franco. Vean de qué tamaño era su dolor:


Umbrío por la pena, casi bruno,


porque la pena tizna cuando estalla.


Donde yo no me hallo, no se halla


hombre más apenado que ninguno.


 


Pena con pena y pena desayuno.


Pena es mi paz y pena mi batalla.


Perro que ni me deja ni se calla,


siempre a su dueño fiel, pero importuno.


 


Cardos, penas, me oponen su corona.


Cardos, penas, me azuzan sus leopardos.


Y no me dejan bueno hueso alguno.


 


No podrá con la pena mi persona


circundada de penas y de cardos.


¡Cuánto penar para morirse uno!


 


     Y un soneto de José Emilio Pacheco, el poeta mayor de México:


 


¿Qué va a quedar de mí cuando me muera


sino esta llave ilesa de agonía,


estas pocas palabras con que el día,


dejó cenizas de su sombra fiera?


 


¿Qué va a quedar de mí cuando me hiera


esa daga final? Acaso mía


será la noche fúnebre y vacía


que vuelva a ser de pronto primavera.


 


No quedará el trabajo, ni la pena


de creer y de amar. El tiempo abierto,


semejante a los mares y al desierto,


 


ha de borrar de la confusa arena


todo lo que me salva o encadena.


Mas si alguien vive yo estaré despierto.


 


     Caray, qué rico es no hablar de los desvaríos del Patriarca ni de la estolidez del dictadorcito local.


 


sglevet@gmail.com