Es increíble cómo lo hemos aguantado cuatro años, a pesar de que no ha hecho nada que nos tenga orgullosos a los mexicanos.
Se le confío la representación de nuestro país y desde el primer día se desentendió de su función y se dedicó a preocuparse por todas las cosas, menos por el trabajo que se le encomendó.
Tenía todo para hacerlo de lo mejor:
1. Las mejores condiciones posibles.
2. La capacidad de usar a su sola voluntad todos los recursos.
3. La posibilidad de nombrar a los mejores entre los mejores para su equipo.
4. El apoyo de la mayoría de los que votaron por él para que llegara a tan alto puesto.
5. La esperanza de todo un país para que al fin fuéramos distintos, y nos colocáramos por fin entre los primeros en el mundo.
Pero no, en esos cuatro años se la ha pasado dilapidando el bono de la confianza depositada en su cabeza.
Ahora, en lugar de dar razones y proponer acciones para salir de la difícil situación en la que él mismo nos metió, se la pasa justificándose por todo lo que está haciendo mal, y encima continúa con su necedad, con su persistencia en seguir cometiendo los mismos errores que lo hunden a él y a todos lo que están bajo su dirección.
Lo veo caminar temblequeando, con el mundo encima de su hombro, pero queriendo aparentar que sigue fuerte, capaz, lúcido.
Cada vez son más los que claman que se vaya, pero él no quiere abandonar su ventajosa posición.
Ha llegado a un punto en el que ya no escucha a los demás y solamente hace valer lo que él piensa, lo que a él se le ocurre, aunque nos tenga hundidos, aunque esté acabando con la autoestima de los mexicanos.
Sí, de ésos mismos que hace cuatro años pensaron que iba a cambiarlo todo, que iba a acabar con la corrupción, que por fin nos iba a transformar en una nación exitosa.
Por eso abjuramos del viejo. Él no nos representa. Es un mentiroso, un ladrón y un traidor.
¡Pinche Tata Martino, mejor ya vete de una vez!
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