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jueves, 27 de enero de 2022

Los hijos se van, pero no se van


            Un hombre le contaba a su amigo una anécdota: “cómo recuerdo ese día, cuando mis hijos estaban pequeños, fui a recogerlos al colegio. En el regreso los tomé de la mano y, de pronto, uno de ellos, el más inquieto me preguntó, por cierto, papá, las mamás llevan a los niños en su pancita, ¿los papás en dónde llevan a los niños antes de nacer? El amigo interrumpió y preguntó “¿qué le contestaste?”. El hombre continuó “mmm, le dije que todos los padres llevamos a los hijos en el corazón, cuando los hijos crecen se van, dejan el hogar, pero se quedan en el corazón de los padres; el más pequeño me preguntó ¿y cuándo nos vamos a ir nosotros, papá?, entonces le dije, ay, hijo, para que eso suceda falta mucho, mucho tiempo. Miren, ya llegó mamá.

La vida familiar atraviesa por diferentes etapas, el objetivo de éstas consiste en alcanzar la realización en el amor como una realidad humana y, continuando con el tema anterior, de los padres, de la experiencia de la familia y de los esposos en la sociedad.

Hoy me quiero referir a un momento importante: cuando los hijos crecen. Finalmente, ellos terminan de estudiar y toman la decisión de dejar a los padres, el hogar, la casa que los vio nacer.

En el plano que podríamos nombrar “Los hijos se van, pero no se van”, el padre es el responsable indiscutido de la familia, juntamente con su esposa. Los muchachos han llegado a la mayoría de edad, como decía mi abuela, “chueco o derecho”. Ya crecieron y hoy les toca ser a ellos los protagonistas de esta hermosa serie en sus vidas.

Debemos aceptar que los hijos son personas independientes, si partimos de esta premisa, llegaremos a asumir la decisión que nuestros hijos tomen, pues, como padres, tendremos la seguridad de que ellos saben valerse por sí mismos. “Nunca estarán solos”, tal vez a solas, pero solos no. Siempre hay alguien que los cuida.

Que un hijo se vaya de casa no quiere decir que el rol de padres termine para siempre, ésta es una tarea que abarca toda la vida, por ello, he denominado a esta etapa “Los hijos se van, pero no se van”. ¡Se van físicamente, pero se quedan!

Es necesario ser conscientes de que el vínculo va a permanecer toda la vida; ahora ha llegado el momento de seguir en contacto a través del teléfono, de las redes sociales y de las videoconferencias, medios implicados en la nueva etapa que comienzan.

Algunos hijos se van porque se casan, por el trabajo, el estudio, por tomar alguna buena oportunidad o, simplemente, porque quieren su independencia. Cualquiera que sea el caso, abandonaran el “nido” que los vio nacer.

Los matrimonios formados recientemente deben ser estimulados para crear una rutina propia que brinde una sana sensación de estabilidad y de seguridad, la cual se construye con una serie de ritos cotidianos compartidos. En el caso de los hijos que se fueron por trabajo, necesitan del apoyo, los consejos y la escucha de los padres. Debemos incentivar sus vidas en la conciencia de que el trabajo es un medio, mas no un fin, por ello, es conveniente no descuidar las demás áreas de la vida, por ejemplo, la humana o la espiritual.  

En el contexto en donde el hijo se fue por malentendidos, porque quiso hacer uso de su libertad e independencia, o en casos en los cuales incluso algunos se fueron y ni siquiera avisaron, podría parecer que la situación es más difícil y caótica, pero no es así. Los padres debemos tener fe y esperanza en que “es posible arreglar todo”, “el tiempo y un ganchito” acomodará las cosas. Por supuesto, es importante ir sanando heridas, perdonarse mutuamente y reconciliarse para que los vínculos no se rompan, sino, más bien, se afiancen mejor.

Se cuenta que una mujer llamada Mónica tenía un hijo que abandonó el hogar y a su pobre madre. Ella era viuda, él malgastaba su vida en caminos disolutos. La madre, al darse cuenta de que su hijo no entendía, se dijo a ella misma “todavía me queda algo por hacer”, entonces, poniéndose de rodillas, le imploraba a Dios todos los días para que su hijo cambiara y ¿qué creen? Después de más de treinta años el hijo cambio, por eso, si piensas que todo está perdido, Mónica te dice “ánimo, todo es posible”. No se puede perder al hijo de los padres que han derramado tantas lagrimas por él.

¡Los hijos se van, pero no se van!