Desde el Café
Bernardo Gutiérrez Parra
La mañana del 2 de julio, cuando ya se sabía que el
PRI lo había perdido todo en Veracruz, comenzaron los gritos de quienes exigieron
la cabeza de Américo Zúñiga Martínez al que le cargaron el muerto de la
derrota.
Como dato curioso, los gritones fueron los que le
estorbaron al candidato José Yunes Zorrilla, los que lo bloquearon, engañaron y
traicionaron. Los que votaron por otro partido sin renunciar al tricolor y los
que presumieron su adhesión con Miguel Ángel Yunes Márquez, pero al saberlo
también derrotado, regresaron al PRI como si nada hubiera pasado.
Américo aguantó vara hasta este lunes en que habló y
habló claro: “Quien piense que con cambios de cargos en dirigencias se puede
retomar el rumbo del partido es que no entendió el mensaje de la sociedad”.
Desde la sede de su partido Américo dijo a los que se
quedaron, a los que no le dieron la espalda al PRI y a los que hicieron su
esfuerzo por evitar que la nave se fuera a pique: “A pesar de todo me siento
contento de estar aquí dando la cara por el trabajo que se hizo desde el PRI y
no estar en ningún otro espacio, no estar dándole la espalda a mi partido, ni
tampoco servir en las reuniones de quienes no levantaron un solo dedo para
evitar esta debacle”.
Y a renglón seguido soltó el carambazo: “No vamos a
permitir que sean los carroñeros los que decidan el futuro de un partido que se
debe a su militancia y a su trabajo, tendremos que identificar claramente el
mensaje del electorado y trabajar en consecuencia”.
Cargarle a Américo el peso de la derrota no sólo es irresponsable
sino injusto, ya que desde el altiplano se hicieron mal las cosas por Veracruz.
Y se hicieron mal desde el momento en que tanto Enrique Ochoa como Aurelio Nuño,
escogieron de entre sus cuates a sujetos impresentables para las diputaciones y
senadurías.
Cuando René Juárez llegó a la dirigencia nacional del
PRI quiso cambiar a varios de esos impresentables, pero ya no le fue posible,
por lo que no hubo de otra que jalar la carreta con esos bueyes.
Américo Zúñiga fue responsable del timón, más no de la
tormenta ni del amotinamiento de gran parte de la tripulación que en medio de
la batalla se pasó al bando enemigo y desde ahí disparó contra la que fue su
embarcación. Qué al término de la batalla sean los mismos amotinados los que
pidan su cabeza, no es más que el colmo de su desvergüenza.
¿Qué sigue ahora? Recomponer la averiada nave que
tiene varios boquetes en su línea de flotación, pero no abandonarla a los
carroñeros.
“Vamos a iniciar una transformación del partido y lo
haremos con quienes a pesar de las adversidades trabajaron a favor; empezaremos
con una intensa agenda de reencuentros con la militancia y reconoceremos a
quien sí trabajó” dijo Zúñiga Martínez y el plan no está nada mal para empezar.
Pero que presente su renuncia y se vaya a su casa en
medio de la crisis más grave del tricolor, esa sí que sería una pésima señal
para los desmoralizados militantes.
Américo debe quedarse a reorganizar al PRI y echar por
la borda y sin miramientos el lastre que ha cargado el partido por décadas.
Y la reorganización debe comenzar ya… ahora. No hay de
otra.