RUAN ÁNGEL BADILLO LAGOS
Somos el pueblo de la vida porque
hemos sido transformados por Dios; fuimos llamados a comportarnos como tal, un
pueblo que da vida. Debemos ponernos al servicio de esta, lo cual no es vanagloria,
sino un deber que nace de lo más profundo del ser para compartir el
conocimiento, la reflexión y el análisis cuya fuente es el amor, por ello,
asumo el compromiso al servicio de la vida como una responsabilidad compartida.
He puesto atención en los
signos de los tiempos y lo que un día ocurrió puede volver a suceder en otro
contexto y situación. La vida de hoy adquiere pleno sentido cuando te das a los
demás, bien sean familiares, amigos, conocidos y hasta desconocidos; lo
importante es darse a los demás, iluminados por la razón y la fe. Siento la
necesidad de profundizar en este trascendente hecho porque no hay amor más
grande que aquel que da su tiempo, su esfuerzo y su servicio, es decir, dar la
vida. En la vida cotidiana superamos y vencemos la apatía, la indiferencia y el
egoísmo que por naturaleza propia del ser humano enfrenta.
Recuerdo a un amigo que ante
la dificultad decía siempre “no somos nada ni nada nos vamos a llevar”. En
efecto, el hombre que entre todos los seres es polvo, hierba y vanidad es
limitado, pero cuando es adoptado por Dios es parte de su familia, cuya
excelencia y grandeza nadie puede ver, pero sí creer. Cuando esto sucede el
hombre pasa de lo natural a lo sobrenatural, de lo intrascendente a lo trascendente.
Por ello, con la vida, es necesario hacer llegar al corazón de cada hombre y
mujer la importancia de la trascendencia del ser humano y darse a los demás.
Ante todo, deseo compartir la
vida cercana, ordinaria para dar a conocer que es posible una vida en común
entre la persona, la vida y su trascendencia, aunque, en realidad, no es común,
porque para darse a los demás se requiere más que la disposición. Debe haber un
motor que te mueva a dar por amor sin esperar algo a cambio, no obstante,
siempre habrá una recompensa, desde la satisfacción de obrar bien hasta la
fortaleza que aprenderás de algunas ingratitudes, porque en la debilidad está
la fortaleza; es como ver en el rostro de un hombre el rostro de Dios. Esta
manifestación sincera y real es un don sincero de ti mismo; el tiempo te
señalará el camino que debes seguir recorriendo y, si por razones justificadas
no quieres seguir, al final del túnel
encontrarás la luz que te bañará con sus rayos y te abrazará diciendo “entra,
bienaventurado, porque al entregarte, lo que hiciste por los demás, sin darte
cuenta o, con todo conocimiento, me lo hiciste a mí”.
Cuando seamos llamados de este
mundo ¿cómo te presentarás? Solo las buenas obras nos acompañarán. La vida es
corta, aprovechemos cada paso, cada situación y cada momento para darse a los
demás y tratarlos con toda dignidad, y cuando te rechacen sigue, sigue y sigue
hasta el final. ¡Ánimo, yo he vencido al mundo!