RUAN ÁNGEL BADILLO LAGOS
La Eucaristía, incluso cuando
se celebra de manera oculta o en lugares recónditos, posee un carácter de
universalidad, por ello, el cristiano que participa de ella aprende a ser
“promotor de comunión, de paz y de solidaridad”. La toma de consciencia de las
responsabilidades del ser humano es uno de los mayores problemas que dista
mucho de ser ajeno con los principios del Evangelio; los hombres de fe se
desarrollan en las realidades que se viven en los distintos ámbitos de la vida
social, cultural y política.
Es necesario aprender que todos
los ambientes, sean de diálogo o comunión, representan todo un reto, ya que los
intereses y las personas que se mueven en los distintos ámbitos son diversos.
La presente reflexión está centrada en promover la comunión, la paz y la solidaridad,
¿quién es responsable de la dureza de la vida? El responsable no es Dios, es el
ser humano, pues es necesario estar abierto al diálogo, a la sana relación y la
convivencia. Todos somos responsables de propiciar el encuentro, la ayuda y la
comunión entre los demás. He de reconocer que esta responsabilidad no es de
medida humana solamente; la intervención de Dios es el fundamento esencial, sin
embargo, tú eres sus manos, sus labios y sus gestos de solidaridad que conllevan
a la armonía y la paz.
El hombre ansía la paz desde
lo más profundo de su ser, pero a veces ignora la naturaleza del bien que
anhela y, lamentablemente, los caminos que sigue para alcanzarla no siempre son
los más adecuados. La paz y el bienestar designan armonía, concordia y
tranquilad, pero también justicia social; es un bienestar de la existencia
humana que vive en consonancia con uno mismo, con los demás y, desde luego, con
Dios, es decir, la paz es concordia en una vida que da inicio con mi familia,
mis amigos y conocidos, es una confianza continua, con un trato de buena
vecindad. Si quisiéramos profundizar, el don de la paz lo obtiene el hombre en
la oración y por la actividad de la justicia.
La comunión, la solidaridad y
la feliz unión entre un grupo de personas es esencial; ese trato familiar
derivado de la comunicación de unos con otros es virtud y todos estamos llamados
a ser solidarios con determinación firme y perseverante, empeñados por el bien común,
al servicio de la vida y de la esperanza. Hay que promover el compromiso firme
de hacer el bien a los demás en la vida ordinaria, familiar y social. Es
responsabilidad de todos participar en la Eucaristía, pues nos compromete a
vivir en solidaridad con todos los seres humanos, sobre todo con los más
necesitados. Por todo ello, celebrar la Eucaristía es aprender de ella y ser
promotor de comunión y solidaridad en todas las circunstancias de la vida.
El testimonio personal, lejos
de ser una actividad aislada, es una expresión irrenunciable, clara y expedita
para cultivar la relación con Dios y hacer el ejercicio cotidiano de compartir
no solo los bienes, sino la misma vida. Puedo decir que es posible crecer
cuando se cultiva la vida en todas sus dimensiones, ¿cómo es esto? Cultivando la
relación con Dios en la Eucaristía.