Minuto
Por Mar de León
Vivir sin música es vivir en un error, como decía Friedrich Nietzsche. La música es para el oído lo que los colores son para el ojo. El ritmo que acompasa a la melodía nos marca la felicidad o la nostalgia de acuerdo a, si es más rápido, o más lento que los latidos de nuestro corazón; si es igual, nos presta calma, seguridad y paz.
Obviamente los músicos, los compositores, los ejecutantes, los arreglistas tienen más elementos para apreciar la música, pero también hay grandes escuchadores, melómanos les llaman que, aunque no toquen instrumentos, saben apreciar la conjunción de las notas, la acústica y las percusiones.
La música nos arrulla desde el tiempo de las cavernas cuando el hombre empezó a tararear y a golpear con la mano en alguna roca. Ahí empezó todo y después se fue desarrollando hasta llegar a la máxima expresión musical, que, considero, son los conciertos de Johan Sebastian Bach y las sinfonías de Beethoven. Y junto con ellos las bellas composiciones de millones de autores que han hecho desde canciones aparentemente sencillas como The Beatles, hasta obras monumentales que existen actualmente.
En mi vida, la música es la parte fundamental de la comunicación. Sin este lenguaje, que sin duda es universal, no habría tenido muchas de las grandes satisfacciones de las cuales he gozado gracias a tantas y tantas obras musicales que he tenido oportunidad de escuchar, de apreciar, de aprender, de interpretar.
Y alguna de la música que se realiza (si no es que la mayoría) además tiene letra, que acompaña bellos sonidos excelsos. Así la melodía se enriquece con la belleza de la literatura, de la palabra hablada, cantada. Por algo a Bob Dylan le dieron en 2016 el Premio Nobel de Literatura, por sus poemas hechos canciones, o por sus canciones hechas poema.
Yo amo casi cualquier melodía como la mayoría de las personas, y considero que ese amor que tenemos nos ha permitido sobrevivir como especie en harmonía, como la música.
Comentarios a:
margl84@gmail.com