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sábado, 27 de abril de 2024

VEN Y SÍGUEME

 UAN ÁNGEL BADILLO LAGOS



Se percibe en la mirada y en los gestos de aquel hombre una secreta palpitación de ternura, un algo que las palabras no pueden descifrar, es como ver a un hermano caminar. En el fondo me agrada ver a aquel hombre excéntrico, porque cumple la instrucción más alta ¡ven y sígueme!  

Cuando te decides a seguir se crea un espectáculo capaz de conmover la piedra de tu corazón; el gentil hombre más codiciado se desprende de sus seguridades para seguir a Cristo tras sus pisadas; parecía que sus reuniones familiares se acabarían mas no fue así, ahora él vive con las puertas abiertas inevitablemente y contagiado por su amor.

Una noche, después de una reunión familiar, con decisión solemne tomó una tijera entre sus manos y con ternura cortó los lazos que lo ataban a este mundo: la familia, el dinero y su propia persona. Salió corriendo tras el viento y llegando a la huerta contigua tomó la semilla, sembró el evangelio en las tierras de su pobre corazón, y a voz en cuello gritó a los cuatro vientos ¡he abierto de par en par las puertas al amor!

A cuántos de nosotros nos ha pasado algo similar, hemos renunciado con paciencia a una misma cosa ¡a todo! Los días viernes no como ni bebo siquiera un sorbo de agua hasta que me llaman por la tarde a la mesa, mientras espero acurrucado junto a la cruz. Este día fue peculiar, nunca había experimentado lo que inmerecidamente viví, lo cual es muy confidencial; por amor, traje a mi casa una cruz, la cual se encontraba arrumbada entre trebejos en la casa de evangelización San Juan Pablo II, la tomé en mis brazos y con un trapito la fui limpiando con toda dedicación. Ya encontrándome en el interior del oratorio-estudio de casa, por designios de Dios, la coloqué en el suelo por seguridad, porque como es de buen tamaño, al pararla había riesgo de que se callera, de hecho, en alguna ocasión ya había amenazado con caerse, pero solo fue un susto al resbalar sobre la pared, por eso decidí ponerla en el suelo.

Cada mañana, como si fuera una consagración en fórmula renuncio a mí mismo, esta presencia de la divinidad en la esfera de lo humano se muestra como un don que he podido experimentar; después el Señor movió mi alma para posarme y ponerme sobre la cruz, con todo amor y respeto “subí en la cruz” movido por una gracia que no puedo explicar. Antes busco, según mi limitación y estrechez, leer las escrituras, releer, meditar, orar para contemplar y cada mañana subo a la cruz para realizar mi oración y así poder contemplar el amor tan grande que tiene el Señor.

He considerado que el verdadero desprecio de sí, es el conocimiento virtuoso de uno mismo, lección que he ido aprendiendo a lo largo del encuentro con Cristo, ya que Él es la sabiduría y la perfección; por Él he decidido no juzgarme mejor que nadie. Soy flaco y trasparente ante sus ojos. Me conoce y yo a Él, me alegra cada vez que estoy con Él subido en su cruz, por ello, cuando escucho ¡ven y sígueme!, no hago otra cosa más que seguirle.

¡Estoy todo frío y tieso de no moverme en la cruz, mi alma gime de dicha y felicidad!