Cosas Pequeñas
Juan Antonio Nemi Dib
Que todos vivamos con un mínimo de calidad, dignidad y decoro, es indispensable si queremos vivir en paz y libertad. La injusticia y la inequidad en todos los ámbitos de la vida son la fuente del resentimiento, del enojo y el encono, la imposibilidad de convivir (coexistir en armonía y paz). De ahí, el siguiente paso es la violencia. Así lo muestra la historia una y otra vez; eso gritaba la cabeza de María Antonieta cuando rodó en 1793.
No ha triunfado en el mundo revolución sin ofrecer que va contra los privilegios, contra la desigualdad y la opresión. El balance de las guerras libertarias es mixto, pero con frecuencia el remedio es peor que la enfermedad, como en el caso de los sufridos nicaragüenses y puede que muchos cubanos opinen lo mismo. Pero de lo que no hay duda es de que siempre, siempre, corren ríos de sangre, generalmente inocente, y -también lo prueba la historia— todo suele terminar en que una nueva élite de poderosos acaba substituyendo a la anterior.
¿Y qué significa, en nuestro contexto, que la gente tenga una buena vida, digna y decorosa? Fácil de responder pero difícil de concretar: que nadie pase hambre y que todos tengan los medios necesarios (como dice la oración: casa, vestido y sustento); que nadie se quede sin atención médica, que nadie se muera de enfermedades curables, que nadie sufra por medicinas y tratamiento; que todos tengan acceso a educación de calidad que realmente brinde oportunidades de inclusión y mejora personal y colectiva, que permita a las personas realizarse en aquello que les gusta, al tiempo que retribuyen a la sociedad con su trabajo y su talento; que se reconozcan las capacidades y la creatividad individual, el trabajo personal y la innovación, pero que no se castigue a nadie por su origen étnico, su color de piel, sus creencias o preferencias y menos aún por su intelecto; que los conocimientos y la tecnología sirvan a todos y no sean instrumentos de control o explotación; que se respete incondicionalmente la libertad de pensamiento y acción; que las infracciones a la ley sean las excepciones y no la regla…
En un país donde más de la mitad de las personas son pobres, es decir, que tienen menos de lo estrictamente necesario para subsistir, con todo y los trucos estadísticos, los enunciados del párrafo anterior no son sino utopías (ilusiones, ucronías), aspiraciones fallidas, motivo de más frustración y, por supuesto, demagogia (el discurso mentiroso e incumplible que busca agradar a las masas, dice el diccionario; sin importar las consecuencias del engaño, agrego yo).
Darle dinero a los más pobres, a los más vulnerables y sufridos, parece una buena idea y, de hecho, aunque en México la pobreza prácticamente no ha variado y algunos temas como la salud están peor que nunca, catastróficos, algunos indicadores parecieron mejorar un poco con los “programas sociales”. Sólo en 2023, de acuerdo con el Instituto Mexicano para la competitividad, el Gobierno del País destinó 41 centavos de cada peso de nuestros impuestos a repartirlo en programas sociales, becas y pensiones. Parecería un acto justiciero, ¿pero realmente lo es?
El primer gran problema es que para repartir dinero, sea propio o sea de los contribuyentes, hay que tenerlo. Durante estos años, ese reparto ha sido posible gracias a que el Gobierno de AMLO dispuso de 380 mil millones de pesos del fondo de estabilización presupuestaria que fueron ahorrando las anteriores administraciones y que tenía muchos propósitos, entre otros, evitar la crisis financiera en la que precisamente ya se encuentra el erario público; para repartirlo, le quitaron más del 21% a la salud (por eso el colapso sanitario), a la educación, a la promoción turística, al mantenimiento de la infraestructura, a la protección civil, desapareciendo incluso el fondo de desastres naturales (eran 54 mil millones de pesos destinados a las emergencias, que ya no existen), además de 109 fideicomisos para el deporte, la investigación científica, los fondos metropolitanos (para atender las necesidades de las grandes zonas urbanas) y hasta el financiamiento rural, gastándose en el reparto casi 70 mil millones de pesos más.
Sólo este año, la nueva deuda autorizada por los diputados de MORENA es de casi dos millones de millones de pesos, eso significa que el 25 % del dinero presupuestado para gastar en 2024 es parte de la deuda que nos habían prometido no contratar pero que dijo su papá que siempre sí... Asegura la Secretaría de Hacienda que la deuda pública de México equivale al 45.5% del PIB, es decir, que debemos casi la mitad de la riqueza nacional en un año.
Pero la realidad es mucho más escandalosa que eso, las cifras son incomprensibles: a marzo de este año, según la Cámara de Diputados, la deuda pública que supuestamente no se incrementaría andaba ya en los 217 mil millones de dólares, algo así como $ 3,772,641,240,000.00 pesos, lo que cada mexicanito nuevo nace debiendo. (Por cierto, no supe escribir en letras 3,772,641,240,000.00, no tengo idea).
La Presidenta Sheimbaum empezará con un déficit de casi 6% del PIB (es decir, el dinero que se gasta sin que realmente exista), le entregarán un PEMEX en mega quiebra al que dos billones de pesos de nuestros impuestos no han logrado sacar de la ruina y se han ido a la basura; la nueva Titular del Poder Ejecutivo tendrá que conseguir ipso facto unos 600 mil millones de pesos extras para que no le estalle en las manos el sistema de pensiones, más lo que le falte al Tren Maya, a Dos Bocas y al Transístmico (otras decenas de miles de millones) y otros “grandes proyectos”; doña Claudia recibirá una economía con inflación acumulada de dos dígitos y, de acuerdo con el progobiernista diario EL FINANCIERO: “el crecimiento promedio anual en los primeros cinco años de gobierno de AMLO es de 0.8 por ciento, el más bajo para un mismo periodo desde Miguel de la Madrid (1982-1988), en el que se observó una contracción de 0.2 por ciento”. Pero no es todo: también sufrirá la inminencia de una severa devaluación ya que, según los más conservadores expertos, el peso está sobrevalorado en al menos 20%.
Esperemos el milagro de los panes recargado, o una crisis financiera sin precedentes (que mi lengua se haga chicharrón) y más si continúan testereándole las gónadas al verdadero tigre, el mercado. A ver qué dinero queda para repartir.
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