La gran señora prudencia es esa virtud delicada y a la vez robusta que se encuentra dentro de uno mismo, porque ella nos permite pensar para distinguir lo que está bien de lo que está mal y, así, evitar los riesgos posibles al actuar, así como ser capaces de modificar nuestra conducta para no caer en riesgos cuando sea oportuno.
Estar
alertas para que los vicios y las preocupaciones de la vida no entorpezcan la
mente es una acción que implica ser prudentes, respetar la vida y la libertad
de los demás; es por ello que la señora prudencia nos invita a seguir sus pasos
para orientarnos a la acción. Pongamos un ejemplo:
Un
corazón purificado de todo “mal deseo” busca tomar las mejores decisiones; este
deseo se extiende hasta abarcar los mínimos detalles, incluso en el deseo del
bienestar hacia sus enemigos para que no hagan el mal: un corazón purificado se
halla lleno de amor.
Se
dice que hubo dos hombres: el primero edificó su casa sobre roca y el segundo,
sobre arena. El que edificó su casa sobre buenos cimientos, sobre “roca”, en el
momento en el cual vinieron los torrentes y se desataron las lluvias, dieron
con aquella casa, pero no se cayó. Sin embargo, la casa del que edificó sobre
la arena fue arrasada completamente por la creciente y los vientos; no quedó
nada de ella.
Estas
obras, las mejores decisiones, constituyen los cimientos de la casa que resiste
las tempestades y los huracanes de la vida; así, la prudencia es uno de los
cimientos que sostiene dicha edificación, porque la ruina del hombre imprudente
es la que ha conducido a la catástrofe.
Contrariamente
a la señora prudencia, se encuentra doña insensatez. Ella se
demuestra en el hombre que pretendió construir su casa sobre arena y demostró
su falta de juicio e inmadurez, al no actuar acorde con la realidad y necesidad
que se reclama. La insensatez actúa sin reflexión ni cordura, cuando realizamos
acciones irracionales o ilógicas, incluso, poniendo en riesgo la vida propia y
la de otras personas.
Por lo
contrario, el hombre prudente es un educador nato, traza reglas, modera sus
deseos, trabaja con humildad, ponderación y mesura. La lealtad es su distintivo
en su lenguaje y espera siempre el momento propicio para hablar; en el ámbito
social inspira confianza, es respetuoso de la justicia y recurre eternamente a
la reflexión, pero su inspiración profunda proviene de algo más alto que la
experiencia.
El
camino de la virtud de la prudencia; ésta se traza como hábito cuya adquisición
perfecciona al hombre siendo el camino por el cual hallará una parte de su
desarrollo personal.
La
prudencia implica una rectitud moral, por lo cual es necesario esforzarse para
adoptarla en nuestra vida, ello implica que, al obrar, se actúe con amor,
porque todas las virtudes están al servicio del amor; si no fuera así, la casa
corre el riesgo de convertirse en un “elefante blanco”, “cosa que cuesta mucho
mantener y cuya utilidad es escasa o nula”, engordando el ego de nuestro ser.
El
hombre está dotado de una naturaleza tal, que ha sido puesto en la Tierra para
que, viviendo en sociedad, bajo una autoridad ordenada, éste cultive,
desarrolle plenamente sus facultades y cumpla fielmente los deberes de su
profesión o de su vocación, sea cual fuere, para, al final, lograr la felicidad
temporal que más tarde será eterna. Un cimiento importante para todo ello es la
prudencia, la cual pocos cultivan y que estamos invitados a desarrollar,
siempre y cuando sea acompañada por el amor.