Por Billie J Parker
Palabra de
Mujer
–Lo conocía por años, era amigo de
la familia…Estoy todavía en shock, no sé si denunciarlo, –dijo la azorada
joven al romper el silencio.
–¡Es inconcebible, estoy indignada,
he llorado mucho! No puedo pensar que se haya atrevido hacerme esto,
–narra la novel política, que siendo pro derechos de las mujeres, no acepta que
la sorpresa del abuso sexual la hubiese paralizado y restado capacidad de
reacción.
–Se atrevió hacerlo en una reunión,
donde los priistas como siempre nos sentamos codo a codo, -y describe la
escena.
–Estaba llena la pequeña sala de
juntas. El hombre a quien siempre traté con respeto y de usted, estaba sentado
a mi lado. Al iniciar la reunión sólo giré la silla un momento y… –digiere el
recuerdo en la garganta, muerde el valor y asimila.
–Y sentí su mano abusiva
sobre mi cuerpo. ¡Me quedé helada! No sabía si golpearlo enfrente de todos,
denunciarlo o gritar!!! –exclama y su rostro enrojece.
–Me vi acorralada, la prensa grababa
y yo solo quería descifrar si fue un accidente o un abuso. Cuando ya mi cara no
podía ocultar mi frustración y coraje, -este sujeto cínicamente lo aclaró… ¡Era
acoso!, –dijo al apretar los puños.
La mayoría ingresa a un instituto
político desconociendo que existen personas adiestradas para ejercer la postura
dominante mediante perturbadas formas. El abuso sexual y el acoso
psicológico son parte de las convenciones de control sobre la fuerza de trabajo
de hombres y mujeres en la política. La construcción histórica y social del
patriarcado muestra la opresión de las mujeres en forma individual y colectiva
para apropiarse de su fuerza productiva y reproductiva, sea con medios
pacíficos o mediante el uso de la violencia. La calumnia, la descalificación, aislamiento,
golpes mediáticos, acoso o abuso sexual y la imposición, son herramientas
básicas del acosador, quien se encarga de cerrarle las puertas de los órganos
de dirección, a quien desobedezca o denuncie.
Se niega que en el cuerpo social de
los partidos y otros entes públicos, como práctica institucional, se ejercen
situaciones de acoso orgánico sobre las personas, para dominar a quien
destaque, por sus características intelectuales, de experiencia o de eficacia
en la actividad que desempeñan, y las más, por cuestiones de género, la más
propagada en la actividad política partidaria. El agresor moral casi siempre
tiene posición jerárquica superior o de influencia en la estructura partidista.
Ese líder se convierte en un psicópata organizacional que se rodea de
personas poco capacitadas a las que obliga a ejercer esos procedimientos de
acoso sobre quien él señale.
Al acoso político se suman algunas
mujeres y se enfrenta desde que se ingresa. Para las “nuevas” no hay apoyo ni
de las mismas mujeres, menos de los hombres. Por un lado tradicionalmente está
el Club de Tobi, dueño y señor de las decisiones, y del otro lado, el de
la pequeña Lúlú, que sólo secunda a cambio de algún cargo o favor. Es una
especie de cofradía de complicidades, donde quienes han tenido que contaminarse
en esa aberrante atmósfera se mantienen unidas para vigilarse mutuamente, no
para avanzar y desterrar la indignante dinámica sistémica. Son usadas y las
usan y aprenden a usar. A las mujeres que entran con la convicción de lucha por
un cambio social, las someten con peores estrategias.
El problema es que se tolera al
acoso como forma de ascenso, indignante pero vigente. Se explica por la
existencia de mujeres que llegan a cargos de poder, para defender y fortalecer
el sistema patriarcal. Atawallpa Oviedo las define como “mujer
patriarcal”, con “esa forma de pensamiento de la civilización que nos ha
conducido a la crisis global”. La presencia abierta y manifiesta de “mujeres
patriarcales” en el ejercicio del poder patriarcal, ha hecho que se desvíe o
deforme la lucha por la igualdad, sentencia el investigador.
Cómo cita Casilda Rodrigáñez “La
civilización patriarcal no se define por el dominio de los hombres sobre las
mujeres, sino por el tipo de ser humano, masculino y femenino, que hace posible
tal dominación”. No hay asomo de sororidad en los partidos políticos, ni de
querer parar esa dinámica. Las jóvenes son sometidas al mobbing,
convertido en una escalera para “trepar”. Intolerable paradigma patriarcal para
promover una competencia feroz entre las mujeres, que lo recirculan una y otra
vez.
Periodistas han exhibido a esos
grupos que contratan jovencitas –y últimamente jovencitos- para “persuadir” al
amigo, adversario o cliente potencial. El caso más sonado de la trata de mujeres
en los partidos fue el del priista Cuauhtémoc Gutiérrez en Cdmx -y lo
exoneraron-, pero también hay mujeres a la cabeza de estos núcleos. Se sabe que
existen miles dedicados a esa deleznable práctica. Epigmenio Ibarra de Argos lo
documenta en INFAMES, telenovela con temas políticos referentes a la
Corrupción, Narcotráfico y Proxenetismo.
Hasta que las víctimas no pongan un
alto al acoso, el negocio del “intercambio de favores” o, trata de personas
disfrazada en la política, no se detendrán.
Ese proceso de mobbing político, de
violencia psicológica sobre la militancia, carcomen la moral de los partidos
políticos. Para sanear el sistema de partidos, si es que aún es rescatable, más
allá de los discursos de renovación y retórica primitiva, urge erradicar tales
esclavitudes políticas o proxenetismo disfrazado. Por lo menos las mujeres
debieran reconocerlo e irrumpir con un #MeToo #AMíTambien de la Política.
Dejar de pensar que la oportunidad de los priistas está en convencer a la gente
que ahora si representarán sus intereses, porque se trata de limpiarse ética y
moralmente para llegar a un modelo político –social, justo y verdaderamente
igualitario.