RUAN ÁNGEL BADILLO LAGOS
Como padres, tenemos uno de los trabajos más importantes del mundo. No hay nada que podamos hacer durante nuestra vida que sea más significativo que la forma en que criamos a nuestros hijos. Es un trabajo desafiante y de tiempo completo que dura el resto de nuestra vida, sin importar cuan grande estén nuestros hijos.
En una ocasión, cuando estaba en el último año de la instrucción primaria, llegó mi maestro Narciso Sosa Palomino, de feliz memoria, y nos dijo a todos que era un día especial y sería distinto. Nos ordenó mover los mesa-bancos hacia la pared. Los compañeros, a grito en cuello, exclamaron: “¡HURRA!”. Una vez desocupado el espacio, con autoridad dijo: “¡hagan un círculo, todos abajo!, ¡silencio!”.
“A ver, piensen en aquello que desean ser cuando sean grandes”. Uno a uno pasaron a exponer sus pretensiones futuras y hubo de todo: doctores, abogados, ingenieros, maestros, hasta un bombero y demás. De pronto, el grupo gritó ¡Ruan, Ruan! Y con el índice de su diestra, el maestro Sosa me señaló, por lo que no tuve otra alternativa que pasar al círculo. Lentamente, cual un acusado, daba pasos cortos hasta llegar al centro de aquel grupo de compañeros estudiantiles. Un silencio profundo invadió el escenario, todas las miradas estaban sobre mí como flechas al tiro al blanco. Mi corazón latía fuerte cual redobles de una banda de guerra durante los honores a la bandera. Entonces escuché una voz que preguntó: “Ruan ¿qué quieres ser de grande?”. Con mi rostro erguido, dije con fuerza: “quiero ser padre de familia”. Semejante a un rayo ante mi vista y oídos, todo el grupo empezó a reír en coro “ja jajá”, desconcertado, en ese momento, me preguntaba ¿qué dije mal? Porque eso es lo que realmente quería ser. De un salto cual cervatillo me dirigí a mi lugar. Momentos después se acomodaron nuevamente las bancas y los niños, todo volvió a la normalidad.
Al escuchar las campanadas de la hora del recreo, a diferencia de otras veces en las cuales salía casi corriendo, mis piernas se frenaron y me seguía cuestionando “¿qué dije mal?”. A punto de dar un paso para salir del salón, escuché una voz que me dijo: “¡Ruan, hijo, ven!”. “Y ahora qué hice”, me preguntaba interiormente. Llegué al escritorio del maestro y echándome el brazo comentó: “felicidades, qué profesión tan especial has elegido, nunca te arrepentirás, pues esa es la mejor inversión que un hombre puede hacer”. Como si fuéramos dos grandes amigos empezó a contarme su vida. No recuerdo bien qué tanto me dijo, solo pude decirle que él era el mejor maestro que había tenido. Desde entonces solíamos conversar de vez en cuando. Con él siempre pude aprender y aclarar mis dudas académicas sobre aritmética, geometría y literatura.
Hoy festejo con gran alegría que, por gracia y misericordia de Dios, me ha concedido el ser padre de una gran familia; mi esposa Angélica, mis hijos Ruan, Ángel David, Daniel y la princesita Angeliquita, a quien con cariño le digo Marita.
Soy tan feliz toda vez que estamos juntos.
Ser padre de familia es una profesión excelsa, mayúscula y especial (fragmento libro Experiencia de un alma; autor: Ruan Ángel Badillo Lagos).