Al tomar consciencia de las maravillas y los regalos del creador, se entusiasma mi alma por la generosidad ante la grandeza divina; para no errar, es indispensable ser agradecido y aprender a dar gracias.
En efecto, entre la diversidad de los escritos y las experiencias de la piedad, resalta la gratitud ante la omnipotencia de Dios. Es excepcional, al paso del tiempo, que con frecuencia el hombre se embarga de gratitud y se encamina hacia la gracia más alta; la gratitud irrumpe verdaderamente en la oración, como no lo había hecho nunca en los primeros años. En realidad, debo reconocer que todavía falta para alcanzar la plenitud de la acción de gracias, pero al ser más consciente de los gestos y de la delicadeza con la que nos trata Dios, me acerco a descubrir poco a poco la amplitud, la profundidad y la anchura del amor revelado a los hombres.
Dicha revelación se vuelve un don de la gracia perfecta, porque en la persona de Cristo se da la acción de gracias tributada al Padre, por medio del Espíritu Santo, eso creo yo. Al estar consciente del don recibido, mi alma se arrastra hacia la vida redentora; la abundancia del amor de Cristo se manifestó, al grado de sorprender a los hombres que humildemente han acogido ese don con súplica constante y acción de gracias.
La acción de gracias tiene dimensiones de vida eterna, eso digo y eso creo, absorto de ver sus maravillas y mi fragilidad. Esta afirmación constituye no una ciencia, sino una experiencia que determina mi forma de pensar, de vivir y de esperar.
Me parece que la acción de gracias se une a la alabanza y a la bendición porque, en una misma intención, confesar y dar gracias a Dios es toda una gracia. Si el acto del hombre sigue siendo esencialmente un elemente como respuesta, con la fe se da una verdadera transformación sin igual, ya que esta abarca toda la vida del ser, sin embargo, el hombre se aferra a la esclavitud de su desdicha; no debe y no puede ser aún esclavo de su miseria ante la gran revelación que se manifiesta en Cristo.
Me pregunto qué de todo eso es lo que va a acontecer, y mientras me lo cuestiono, mi alma se anima dando saltos cortos. Con el tesoro de la inmensa memoria encuentro las respuestas a estas interrogantes; estas no saldrían de ahí, si allí no estuvieran. ¡Cuán grande es el Señor!, que puso en mi memoria los tesoros de su amor, y qué limitada y estrecha es mi alma, que con frecuencia debes recordarme lo que una vez me revelaste: de ti proviene todo bien.
¿En dónde encontrará mi alma reposo? Es en ti, mi salvador. Necesito que pueda descansar en tus brazos, ya que este mundo me abruma; las seducciones del mal me hostigan y los ímpetus de mi carne me levantan contra mí, queriéndome arrebatar de tus brazos. El espíritu generoso prosperara en mí, porque me da de beber, saciado por el agua de la vida.
Pon en mí una mordaza, ¡líbrame de la arrogancia de seguir escribiendo estas notas, la sabiduría está en los humildes a quienes elijes!
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