A principios de mayo el analista político y economista
Macario Schettino, escribió un artículo que comienza con una frase rotunda:
“Señor Presidente, usted está enfermo. No me refiero a su afección cardiaca o
alguna otra dolencia física. El asunto es mental“. Y en efecto, Andrés Manuel
está más para el diván de un psiquiatra que para dirigir los destinos de 126
millones de mexicanos.
Su paranoia es evidente.
Ve enemigos y conspiradores en los empresarios,
escritores, periodistas, medios de comunicación y una pléyade de hombres y
mujeres a los que ha echado en el saco de los conservadores y neoliberales,
pero no tardará en ver a más embozados en sus secretarios de gabinete, sus
colaboradores cercanos, sus consejeros y hasta en sus familiares.
A esa paranoia hay que agregar su desprecio por el
pueblo que gobierna.
Primero fueron las madres a las que dejó sin estancias
infantiles, luego los niños con cáncer que han muerto por falta de medicinas y
ahora los 25 muertos y más de 70 heridos en el trenazo de la Línea 12 del
Metro.
Casi de un día para otro más de 130 mil madres se quedaron
sin estancias para sus hijos. Se calcula que la mitad dejó sus fuentes de
empleo a fin de atenderlos y ahora trabajan en lo que pueden para tener un
sustento. La ayuda que les prometió Andrés Manuel les llegó una vez y se
evaporó.
Lo que sucede con los niños con cáncer es un crimen
con todas sus letras. Más de mil 500 han fallecido por falta de medicamentos y
esto podría llevar al tabasqueño a una corte internacional acusado de
infanticidio. Descalificar las protestas de sus padres con el infame argumento
de que son manipulados es algo que nunca debió decir alguien que quiere pasar a
la historia como presidente humanista.
Su primera reacción ante la tragedia en la Línea 12 no
fue la de una persona sensible y menos la de un humanista. Fue la de un sujeto vulgar
y grosero. Un acto de humanidad hubiera sido trasladarse al lugar de los hechos
para estar cerca de las víctimas y los deudos y no para tomarse la foto, sino
para mostrarse solidario. Pero los mandó al carajo.
Igual que a las madres de los desaparecidos que en
pleno 10 de mayo y desde el Zócalo le rogaron, más que exigirle, que las ayude a
encontrar a sus hijos. Andrés Manuel las ignoró y prefirió consentir a las
madrecitas de Palacio Nacional con un concierto de Laura León.
¿Por qué
desprecia a toda esa gente que es parte del pueblo? Porque su noción de pueblo
tiene que ver con los aplausos que recibe en sus mítines y no con el
sufrimiento y abandono de millones de mexicanos.
Si algo lo sacó de sus casillas en relación al trenazo,
fue no haber encontrado culpables entre “los de antes” para aplastarlos con el
peso de su autoritarismo. Sabe quiénes son los responsables y eso lo incomoda
porque son sus dos alfiles para sucederlo en la presidencia. Aunque eso está por
verse.
Parte de su paranoia es continuar en el cargo después
del 2024 y ayer dio el primer aviso al manifestar que los trabajadores de la
refinería de Dos Bocas le pidieron que se reelija, aunque sólo él fue testigo
de semejante petición.
Pero les contestó que no. “¿No ven que ya estoy chocheando
y que además soy partidario de la no reelección? Soy maderista. Yo hasta el 24
y me jubilo”. Pamplinas… verás lector cómo en sus siguientes giras habrá adoradores
que “espontánea y sinceramente” le pedirán lo mismo. Y en una de esas les
agarra la palabra.
López Obrador no está bien, padece de psicopatía. Y no
porque lo diga Schettino (que aparte le dijo sociópata y narcisista) o lo
diagnostique un psiquiatra. No, no es por eso. No se necesita ser especialista
para advertir lo evidente.
Basta escuchar cómo miente, calumnia, difama, humilla
y hace trizas reputaciones desde su púlpito en Palacio Nacional. Basta ver cómo
se pasa la Constitución por el forro, cómo rehúye a los problemas por la falta de
servicios y cómo está metiendo las manos en el proceso electoral. Basta ver
cómo está dejando crecer a la delincuencia, cómo ha multiplicado a los pobres y
cómo va a contracorriente de los anhelos y aspiraciones de la mayoría de los
mexicanos, incluidos 12 de los 30 millones que sufragaron por él.
En síntesis, basta ver cómo está dejando al país para
que nos demos cuenta que más que el estadista que nunca será, está en la
antesala de convertirse en un redomado orate.