Cierto, pero fue hace veinte años, cuando la
doctora todavía tenía el impulso ambiental que adquirió como investigadora en
el Instituto de Ingeniería de la UNAM. Hace seis años ese impulso ya se había agotado,
como se pudo ver en su desempeño como Jefa de Gobierno, y como me lo dijo una
de sus correligionarias.
El 19 de abril de 2018, la ANUIES, la UV y
el INE efectuaron un foro sobre medio ambiente, cambio climático y
sustentabilidad en la explanada de la USBI de Boca del Río. Me tocó comentar
las plataformas de los partidos que apoyaban a los candidatos a la Presidencia,
Anaya, AMLO y Meade, y las presentadas por los independientes Rodríguez (el
Bronco) y Zavala. Terminado el foro, alguien me hizo ver que fui rudo
particularmente con la plataforma del Partido Encuentro Social –dije que era un
galimatías–; de Morena –afirmé que no decía nada relevante y me decepcionaba
que la doctora Sheinbaum no hubiera influido para armar una propuesta
medianamente razonable–, y que “el Bronco no tiene bronca: ni siquiera se ocupa
de estos asuntos”. Consideré de cortesía disculparme con la representante de
Morena en la mesa, pero ella no estaba molesta; me dio las gracias por las
críticas, pues quizás le ayudaran a convencer a sus dirigentes para mejorar la
propuesta. “La doctora Sheinbaum lo podría hacer muy bien”, le dije. “No –me respondió–
ella ya no anda en esto”.
La
segunda réplica va más o menos en el mismo sentido: que la doctora Sheinbaum
tiene “el Premio Nobel en cambio climático”. La verdad es que esta es una forma
bastante exagerada de decir las cosas. En el año 2007 –¡hace diecisiete años!– se
otorgó el Premio Nobel de la Paz a Al Gore, exvicepresidente y excandidato presidencial
de Estados Unidos, por su activismo para generar conciencia sobre el fenómeno,
y también al Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), un organismo
internacional conformado por alrededor de dos mil quinientos científicos, una
veintena de México, incluida la doctora Sheinbaum. Pero, desde luego, no se
puede comparar con el Nobel de la Paz a García Robles (1982), o el de Literatura
a Octavio Paz (1990) o el de Química a Mario Molina (1995). Del Premio Nobel de
la Paz 2007 la mitad le correspondió a Al Gore y la otra mitad al IPCC, como ya
se dijo. Aplicando aritmética elemental, habría que dividir el medio premio del
IPCC entre sus dos mil quinientos integrantes, de modo que cada uno fue reconocido
–no con una presea científica, sino política– con una diezmilésima de premio. La
doctora, que desde luego conoce la regla de tres, lo entiende pero no corrige a
sus panegiristas.
La tercera, más que réplica es una
interpretación con enfoque matemático: “tras ver cincuenta años de la
trayectoria oscilante de las políticas ambientales en Veracruz, pienso que Pepe
puede marcar un punto de inflexión pero, de plano, en Rocío NO confío”.